Dos imágenes asoman a la pantalla de mi teléfono. La de mi padre octogenario, paleta en mano, frente a un fogón de leña improvisado; y la de la maestra de locutores Rosalía Arnáez, con el Premio Violeta Casal, con el rostro agradecido.
A primera vista son dos universos separados por la geografía, los años y el destino; sin embargo algo los emparenta, la decisión de no rendirse. Son dos cubanos enfrentados a los avatares cotidianos con entereza, que han sacado luces en medio de las tinieblas, que como muchos otros, andan buscando respuestas.
En los últimos años, no pocos alertaron acerca del espiral ascendente de las indisciplinas sociales y del abuso de los escenarios callejeros (con grandes dosis de improvisación), como caldo de cultivo de estas. El 7 de julio de 2013 ante la Asamblea Nacional, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, nombró varias conductas «antes propias de la marginalidad» y llamó a combatirlas... pero, a contrapelo de esas advertencias, las acciones posteriores resultaron formales, anémicas y hasta justificativas.
No se cobró verdadera conciencia de la gravedad del declive. Cada vez que se intenta barrer el lodo bajo la alfombra, se barre el futuro.
Así, la marginalidad fue pariendo marginalidad, y las ilegalidades cabalgaron en su hombro. En varios espacios, se impuso el resolver al hacer y el todo vale al trabajo honrado. Nuevos actores económicos y medidas internas de largo impacto sumaron ingredientes al coctel ya complejo de una severa crisis energética, sin olvidar la implacable rueda del bloqueo, siempre en acción. La seguridad de la que nos ufanábamos con orgullo, se ha resentido, y los hechos violentos se han multiplicado.
A nuestra sociedad le urge (es la palabra exacta) el accionar coordinado de aquellas instituciones y organismos que han de garantizar la tranquilidad de su gente. Se precisa del apoyo de todos, sin dudas; mas, el encargo social que les toca no se puede diluir.
Nuevas realidades exigen nuevas estrategias
Las redes sociales han traído una velocidad desconocida en el proceso de comunicación. En ese océano hay de todo: expertos en diferentes materias, audiovisuales, humor, consejos para la vida… al tiempo que navegan la información chatarra, los angustiadores de oficio, los provocadores pagados sin ética alguna. Y aquellos, para los que lo único importante, es decirlo primero.
Si bien cada persona está en su derecho de escoger y de conformar sus redes, se ha vuelto capital discernir y explorar la fiabilidad de las fuentes de información. Un reciente estudio de la Unesco llegó a la conclusión de que «el 62 por ciento de los creadores de contenido digital no verifican de manera sistemática las informaciones antes de compartirlas con sus audiencias».
Expuestas tales claridades, no es posible obviar que el mundo contemporáneo se ha vuelto bifronte: es físico y es virtual. Los temas de interés que no asoman en unas páginas, indefectiblemente ocuparán espacio en otras.
La sociedad cubana, templada en el sacrificio y la solidaridad, se debe un análisis multilateral, una exégesis profunda. He tenido el privilegio de asistir a varios congresos: es hora de que se imponga, no la vitrina de ocasión; sino el trigo de pensamiento que han dejado. Como alguna vez dijera Fátima Patterson, premio nacional de Teatro, la verdad no hay que gritarla, hay que sembrarla.
Un campesino frente a un fogón improvisado, una consumada comunicadora, decididos a no rendirse, esperan. Cuba espera. Y toda demora, será suicida.