Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El renacer de Cenicienta

La telenovela que ocupa la pantalla de Cubavisión ha suscitado un intenso debate en torno a su propuesta

Autor:

Enrique Ubieta Gómez

La polémica no termina: ¿el arte refleja pasivamente la realidad, es decir, aquellos aspectos de la realidad que el autor selecciona —con lo cual ya se verifica su intromisión— o la cuestiona, la empuja hacia el lugar deseado? Cabría afirmar que en arte, todos los caminos son válidos. Incluso, el vilipendiado realismo socialista produjo algunas obras de arte, aunque haya sido inaceptable su imposición como método de creación. Pero la pregunta no es retórica. Quiero comentar algunos aspectos de la telenovela cubana Renacer, actualmente en pantalla. No lo hago como crítico de arte, sino —valga el juego de palabras— como espectador crítico. Y corro el riesgo de que la trama enmiende para mejor en los próximos capítulos, de manera sutil como debe ser, algunos de los tópicos que comento. Ojalá que así sea.

Voy a enunciar sin dilación el tema: las «guajiritas» que llegan a La Habana, por caminos y motivos diferentes, no ven otra opción «mejor» de trabajo que la de servir en casas particulares a personas con mayor poder económico. Digámoslo sin eufemismos: la opción más apetecible parece ser la de que sean sirvientas o criadas. Para completar el esquema telenovelesco del capitalismo, los dueños son «buenas personas», las muchachas aspiran a conquistarlos o el propio dueño se enamora de alguna de ellas, una de las criadas (uso el término más duro) es «casi» de la familia, quiere como una «madre» al dueño, aunque pueda ser expulsada si comete una falta, y otra conquista a un «yuma» de paso.

Hay que señalar que la telenovela elude los estereotipos que atañen al color de la piel, hay dueños blancos y hay uno negro (y también empleados). Esto es casi una norma internacional, un acto de corrección a la nada correcta vida cotidiana, que asumen hoy incluso las más baratas películas y series norteamericanas, que pueblan de reyes, príncipes y nobles afrodescendientes, las cortes medievales europeas.

Pero bien, sé que en esas labores domésticas se gana un poco o bastante más (supongo que no paga lo mismo a sus empleadas el dueño del hostal, heredero de la llamada en la novela «todopoderosa» familia Montenegro, que el bodeguero); que los salarios estatales son bajos; también que ningún trabajo en sí mismo es indecoroso. Lo que en el mundo funciona como la única alternativa de las mujeres pobres sin educación, aquí es una labor que puede ser mejor remunerada.

Sin embargo, la relación entre «guajiritas», sirvientas, y patrones es clásica en el imaginario capitalista, que rescribe una y otra vez el cuento de Cenicienta. Sospecho que, como en toda telenovela, la extrema y a veces inconcebible pasividad y la abnegación de Aitana/Odette será finalmente recompensada con un marido bueno y rico; y que la maldad con la que manipula la tía a sus sobrinas de nombres impronunciables, tendrán castigos.

Quizá, esas jovencitas encontrarán otros caminos de realización más cercanos a intereses vocacionales que irán descubriendo, como parece ocurrir con la que ya trabaja en la menos remunerada televisión. En un país que liberó a las mujeres y que lleva adelante una cruzada para sostener sus conquistas, los personajes femeninos son opacos, cínicos, temerosos, dependientes de la figura masculina y pueden ser impunemente abusados o violados, sin que aparezcan instituciones protectoras.

La relación «sirvienta-patrón» es tan simbólica con respecto a la sociedad capitalista que choca su presentación como «la mejor de las opciones» en la Cuba socialista. Y aunque hablé de mejor remuneración, no puede ser concebida como tal. Allí donde la motivación es únicamente la del dinero, no hay espacio para la realización personal, y predominan las relaciones de conveniencia.

No es de extrañar que un joven como Lian, de buenos sentimientos, no se anime a estudiar y busque el camino más corto. En las escenas y los diálogos de la novela hay pocas señales que orienten al espectador sobre la sociedad en la que viven sus protagonistas o sobre la que queremos. Y necesitamos de películas, de teleplays, de telenovelas, cada una desde sus peculiaridades, que sacudan a la sociedad, que le cuestionen sus costados menos comprometidos. Porque sí, existe otra Cuba, que debemos salvar, que pide ser salvada.

No soy de los que creen o desean que el camino al capitalismo en Cuba es (sea) inexorable, mucho menos que ese sea el propósito de los cambios adoptados. Pero a los cambios hay que acompañarlos, guiarlos, orientarlos, y la ficción audiovisual (televisión, cine, etc.) puede y debe hacerlo. Lo que se muestra como natural, se naturaliza. Porque la base material determina, sí, pero no de manera directa, y hay muchos casos de realización personal, de entrega a objetivos colectivos que también son (pero no meramente) individuales, de sueños realizados, de oportunidades aprovechadas o no, de caminos posibles aun en medio de la crisis en que vivimos. La Revolución no ha muerto, pero parodiando a García Márquez, a veces no tiene quien la escriba.

Posiblemente, alguien objete que las telenovelas no son para eso. Que existen códigos inviolables para el melodrama y caminos trillados por los que hay que transitar. Algunos de esos códigos, sin embargo, no responden a un género, sino a una sociedad determinada, que no es la nuestra. No queremos ser un país normal, porque la normalidad que hoy nos asedia es de injusticias y subordinaciones, de empobrecimiento espiritual. No se trata de introducir personajes o discursos acartonados, pero sí de insuflarle una direccionalidad discursiva a la obra, como hacen, por cierto, las telenovelas brasileñas.

Un ejemplo: los jóvenes cubanos que reciben becas de estudios en otros países, muchas veces son tentados con ofertas de trabajo o se enamoran, y no regresan. La telenovela, en este punto, prefiere potenciar otra solución: trae al muchacho (César) de vuelta. Además de su novia, el país también lo necesita. Pero entonces, inexplicablemente, queda flotando, como niño rico y mimado, entre un matrimonio que se hunde y sus dudas existenciales. ¿No piensa trabajar, validar sus conocimientos?, ¿no quiere ser útil?

La serie televisiva Calendario demostró que es posible asumir una mirada crítica que apueste por los valores socialistas, sin esquemas, pero también sin temores. Este no es un balance artístico de la obra. Es una reflexión personal sobre la manera en la que esta aborda la sociedad cubana, o un costado de ella. El arte, en sus expresiones mayores o menores, no solo refleja, también construye la realidad.

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