Amadeus Mozart. Autor: Ares Publicado: 27/05/2023 | 08:45 pm
Hace muchos años, en los albores de la creación del Centro Promotor del Humor y los inolvidables talleres que los humoristas recibíamos en el ISA, presencié una confesión que aún conservo en la memoria. En un ejercicio de una clase de actuación, un bisoño alumno preguntaba a un joven y reconocido escritor, si pensaba que tenía igual talento que el notable guionista, director de cine y actor norteamericano Woody Allen.
El amigo cuestionado, harto conocido por su carácter complicado, pero sobrado talento, respondió con sinceridad y sin reservas:
—La única diferencia que existe entre Woody Allen y yo, en términos de ingenio para la creación, es que él nació y vive en New York y yo en La Habana.
En aquel momento todos pensamos que había sido una respuesta un poco petulante y autosuficiente. Con el tiempo y algunas experiencias, pude ver que mi amigo escritor (que cada vez fue más creativo, aunque seguía y sigue viviendo en La Habana) no estaba del todo errado. Hoy, le doy toda la razón.
No se trata de esgrimir un pensamiento neoliberal, pro colonialista, ni soy precursor de la teoría del fatalismo geográfico; y cuando hablo de talento no me refiero a la capacidad y aptitud de aquellos «creadores» que descubrieron a qué o a quiénes tienen que cantar, pintar o escribir, y se llenaron de eterno «talento». Eso pasa a diario en todos los países del mundo. Me refiero a la creación universal. Proyectar y asentar una obra con nicho en la historia al estilo de Beethoven, Mozart, Da Vinci, Dickens, Joyce, Wilde, Shakespeare o Cervantes… aunque de este último sabemos que además de ser el padre de la lengua hispana, también fue soldado y reconocido duelista, o sea, que no le fue nada fácil.
Para poder ilustrar mi hipótesis sobre la relación entorno-talento tomen al erudito o erudita que más les complazca. Que viva en un cuartico en Centro Habana, Habana Vieja, Cerro… u otro municipio del país que no sea residencial o zona congelada. Dicho notable de las artes no puede viajar de vez en cuando al exterior, porque sino se pierde la magia. Yo pondré a Mozart. Pensé en Beethoven, pero era sordo y en este caso, oídos que no escuchan, corazón que no siente.
Mozart se levanta temprano porque no durmió a causadel intenso calor. No tiene aire acondicionado, el ventilador está roto y la pieza cuesta un… dedo, pero lo necesita para tocar el piano. A pesar de la mala noche, en su cabeza estuvo rondando un tema que puede ser todo un éxito, incluso ha pensado en llamarlo La flauta mágica, dedicado al pan de flauta que ahora vale 70 pesos, pero es más barato que el de los particulares y carretilleros.
El gas está en todo su esplendor, pero ya no le queda café. Se prepara un té de cáscara de plátano (hay que aprovecharlo todo) y cuando se va a sentar a escribir, la vecina da tres fuertes golpes en la puerta y le grita: ¡Wilfredoooo, vinieron los huevos! Mozart, se debate entre la creación y el posible almuerzo. Gana la segunda opción.
Ha transcurrido toda la mañana, pero ya tiene los huevos en la mano. Aún le queda la tarde. Luego de ingerir el suculento almuerzo pasado por agua, se dispone a la escriturade las notas que darán vida a La flauta mágica pero, como diría el grupo Síntesis en su vieja canción: «Alguien llama a la puerta». ¡Salud pública! Anuncian desde afuera.
El eminente músico abre la puerta y entabla un diálogo costumbrista con la visitante:
—¿Humo o abate? —pregunta.
—¿Humo de qué? —responde la desafiante señora de blusa gris desteñido, y continúa. No te hagas el gracioso que tú eres músico, no payaso. Tú sabes bien que no hay petróleo, y el abate se acabó hace rato, pero de todas maneras voy a revisar los depósitos de agua y llenar el papelito, que yo también tengo que asegurar mis frijoles, que la cosa está muy dura.
Una hora después de registrarlo todo se retira comentando: —Aquí no brindan ni agua.
Mozart se dispone nuevamente a dar vida a la creación que lo lanzará al Olimpo de la música. En ese mismo instante suena uno, luego dos, hasta completar un sin número de tambores y cencerros que anuncian que ya empezó el cada vez más reiterado concierto folclórico de Nenita, la vecina de los altos, y sus acólitos de religión.
Entrada la noche, cuando parece que no habrá más inconvenientes, Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, más conocido como Wolfgang Amadeus Mozart, está dispuesto a dar a luz su obra cumbre y en ese mismo instante: ¡Black out!, y la exclamación que hace eco en todo el barrio: ¡¡¡¡Ño, otra vez!!!!