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En ausencia de matices: Amor en blanco y negro

Con Amor en blanco y negro, que transmite el canal Multivisión, estamos en presencia de otro producto típico de la zona más formulista y convencional de la producción telenovelera turca, un producto funcional y pensado para el entretenimiento, y que para ello combina el omnipresente melodrama con otros géneros

Autor:

Joel del Río

Parece que ha llegado el momento de que el espectador cubano se enfrente, masivamente, al fenómeno global de la telenovela turca, a juzgar por la sucesión de dos títulos muy famosos en las tardes de Multivisión. Primero fue Sol de invierno, y ahora nos llega, diariamente, a la hora que mataron a Lola, Amor en blanco y negro, realizada en 2017, y considerada por buena parte del público, en los muchos países en que se ha visto, como un buen título gracias al hábil manejo del suspenso, la fuerza de sus personajes, la narración que quiere ser todo el tiempo intensa, y los bien trabajados diálogos y actuaciones.

Es la historia de Ferhat, educado por Namik, su tío (Muhammet Uzuner), para convertirse en matón, asesino en serie, y defender los turbios y mafiosos intereses del malvado pariente. (A juzgar por las telenovelas turcas, todo empresario de alto nivel adquiere el modus operandi de la mafia, en un país carente, de acuerdo con el reflejo audiovisual telenovelero, de todo concepto moral vinculado a la ley o la justicia).

Al principio de la serie, el protagonista se ve precisado a casarse con una médica cirujana, Asli, quien así se verá arrastrada a un mundo de traiciones, violencia y corrupción que ella rechaza profundamente. Por supuesto, que a la altura de los capítulos que estamos viendo, ya se ve venir a Asli como causante de la regeneración moral de Ferhat, quien también ha sido víctima de las mentiras, manipulaciones y crímenes del infame tío.

Aunque nunca lo confiesen sus guionistas, Amor en blanco y negro se inspira en dos de los grandes paradigmas narrativos del melodrama y el cine criminal. Primero, el mito de la bella y la bestia, cuyos orígenes anteceden al cuento de hadas francés que conoce la mayoría y se remontan a la mitología grecolatina mediante la leyenda de Cupido y Psique. Ferhat es un ser brutal, de pocas luces, con los puños y el arma siempre listos para doblegar, matar, vengar. Asli es toda ella idealismo, ternura, devoción e inteligencia. Y así está dado el principal conflicto dramático, que justifica el título y sostiene la trama hasta el final, puesto que la zona melodramática del guion relata, sobre todo, la historia de amor de estos dos seres no solo distintos, sino también incompatibles.

En segundo lugar, está el antiquísimo canon narrativo que supone la pugna entre los hermanos bíblicos Abel y Caín, enfrentados por sus muy diferentes talantes e inclinaciones para hacer el bien o el mal. Ferhat es, como Caín, el primogénito, y sobre él recae la maldición y la tragedia de haber sido criado para vivir fuera de la ley; su hermano, un comisario, un juez, cuyo principal cometido consistirá en tratar de castigarlo por los delitos que comete. Este aquí no es un malvado, sino que está traumatizado desde el momento en que, con 11 años, asistió al asesinato de quien creía su padre.

En torno a estos dos principales conflictos de Ferhat, con su hermano y con Asli, transcurre toda la serie, poblada además de un grupo grande de personajes, mayormente familia de Ferhat, abocados a juegos de poder e intrigas domésticas, como es el caso de Yeter, la madre (muy bien interpretada por Arzu Gamze Kılınç), depositaria de los turbios secretos que, por supuesto, tampoco faltan, como en toda telenovela que se respete, porque hay varios hijos ilegítimos, adulterios, matrimonios de conveniencias, problemas entre los distintos herederos de un clan, etc. etc. Nótese la falta de gracia o atractivos con que se castiga a ciertos personajes positivos (el hermano de Ferhat y el de Asli, ambos representantes de la ley) y el glamour y elegancia que dilapidan el violento protagonista y otros malvados.

Muhammet Uzuner interpreta al macabro tío del protagonista.

Lo menos recomendable, en términos éticos, de Amor en blanco y negro tal vez provenga de las numerosas situaciones dramáticas en que Asli, o el hermano, se encuentran abocados (junto con el espectador) al convencimiento de que pudiera ser válida la detestable filosofía del ojo por ojo, y de maltrato e intimidación a diestra y siniestra, con la justificación de la «necesaria» venganza, o cualquier otra supuesta excusa.

Lo mejor de Amor en blanco y negro tiene que ver con el modo en que la bellísima, inocente y frágil doctora consigue ablandar y enternecer al macho violento y eternamente contraído, muy bien interpretado por uno de los actores más populares de Turquía: Ibrahim Çelikkol.

Tanto Çelikkol como su pareja de actuación, Birce Akalay, le confieren una apariencia completamente creíble, lo mismo física que sicológicamente, a sus respectivos personajes. Porque, como ocurre en todas las industrias audiovisuales que han existido, y la turca se cuenta entre las más poderosas del presente, hay un sistema de estrellas bien aceitado que propulsa la producción de telenovelas. Los actores y actrices proceden, por lo regular, del mundo de la moda, la publicidad, e incluso, del deporte, y así, Çelikkol y Akalay también provienen de muy diferentes medios sociales e intelectuales.

Él, fue jugador de baloncesto y modelo antes de hacerse famoso en 2008, y desde entonces se cuenta entre los actores y modelos más populares de Turquía. Ella, estudió ballet y actuación teatral, compitió como Miss Turquía, y cuando llegó a Amor en blanco y negro ya acumulaba una importante carrera en cine, televisión y teatro. Fue premiada como la mejor actriz de telenovela del año por la serie que nos ocupa.

Estamos en presencia, entonces, de otro producto típico de la zona más formulista y convencional de la producción telenovelera turca, un producto funcional y pensado para el entretenimiento, y que para ello combina el omnipresente melodrama con otros géneros, como el drama criminal, con el propósito expedito de ganar la mayor cantidad posible de espectadores, incluso, masculinos.

Algunos conocidos me reprochan por dedicar el tiempo de un comentario a la telenovela turca, pero me sigue pareciendo que el papel de la crítica audiovisual consiste, hasta donde yo sé, en acompañar al público en todo tipo de productos, y emplazar a ese espectador para que nunca se adormezca el sentido crítico, por muy hermosas que sean las actrices, por muy apuestos y viriles que luzcan los actores, por muy lujosas y confortables que parezcan las mansiones.  

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