La maestra Rosario Cárdenas en el estreno absoluto de Murmuro. Autor: Yuris Nórido Publicado: 28/03/2020 | 09:05 pm
El estreno absoluto de Murmuro, por la Compañía de Rosario Cárdenas, nos permitió enfrentarnos, primeramente, a un coreógrafo que gana en cohesión y creatividad, alumno aventajado de la maestra que dirige y nombra ese colectivo: Nelson Reguera. Pero, sobre todo, a un grupo de bailarines que saben traducir sobre la escena las mayores complejidades y combinaciones de lenguaje(s) dentro del mundo de los pasos.
Tras su anterior obra (Deseos), el joven artista nos regala una parábola acercadel enfrentamiento a las dificultades sociales, existenciales, personales, con entereza y espíritu de lucha.
Un lexema de connotaciones bisémicas entre los idiomas español y francés enuncia desde el título algunas de las claves de la obra: el verbo «murmurar» en primera persona también juega con la palabra mur, que significa en la segunda lengua tanto algo maduro como «muro», y que «me aporta —según declaraciones del coreógrafo en el programa de mano— la imagen de contención, de frontera. Aun en esta área reducida —agrega— el movimiento sigue creciendo y puede transformarse en una espiral, como una suerte de efervescencia del ser humano que no tiene límites».
Este abanico de semas, rizoma de problemáticas entrelazadas, se alternan y entremezclan en una pieza en la cual los danzantes, como boxeadores profesionales (asesorados por el maestro de ese deporte, Adrián González), entablan un combate brutal con la vida y sus trastadas, intentando derribar a cada momento todo tipo de obstáculos mediante la madurez que esa misma contienda aporta.
La danza propiamente dicha suma tanto elementos clásicos como modernos, referencias contemporáneas de aquí y allá, que se complementan con una plataforma musical así de variopinta e inclusiva, en la que laten la banda sonora creada originalmente por el francés Norman Lévy (incluyendo elementos ambientales y urbanos muy nuestros) con la colaboración especial del cantante chipriota AlkinoosIonnidis; la voz siempre estremecedora de Nina Simone en un concierto que ofreciera en Montreux (1976), pasando por el son cubano, dentro de lo cual se contó con la percusión de Lázaro Ferrán Pérez, Juan E. Santana Hernández, Yandy Chang Pérez y el Septeto Ohmero.
Debe encomiarse la feliz integración de esta diversidad de estilos musicales y danzarios que permiten discursar en torno a esferas tan diversas como las mencionadas, sin olvidar el erotismo, la diversidad sexual y racial, la cotidianidad heroica del cubano más sencillo, y a la vez su entereza y buen ánimo para enfrentarse a la adversidad, su carácter festivo y humorístico, que lo salva de las peores adversidades.
Ello, y la profesionalidad de los actantes en su gran mayoría, no evita, sin embargo, cierta dispersión en las transiciones, ausencia de un mejor amarre y desarrollo en pasajes que solo se enuncian, así como una mayor integración de los mismos.
Otros rubros como las luces (Guido Gali), la escenografía (Jean-Marc Vibert) y el vestuario (Proyecto DADOR) contribuyen no poco a hacer de Murmuro un espectáculo en el que la visualidad se erige como significante esencial para reflexionar y compartir acerca de los motivadores supraenunciados que lo informan.
«Y Hembra es el Alma Mía…»
El verso vallejiano nos remite a la más reciente obra del dramaturgo Yunior García Aguilera, que bajo su dirección, se estrenó recientemente: Hembra.
Tres mujeres jóvenes confluyen entre cuatro exiguas paredes, marco cerrado y por demás «aguado»: en un cuarto de alquiler, Ana y Eva discuten y conversan en medio de un apagón y amenazadas por una depresión tropical que se filtra mediante abundantes goteras. Poco después se les une Lilit, la propietaria, quien llega de la calle con un ojo amoratado y les exige marcharse si no abonan el pago del alquiler, dinero del cual carecen.
La maldita circunstancia del agua isleña, omnipresente, que tan bien radiografió Virgilio, persigue a Yunior (no olvidemos que en su obra anterior, Yacuzi, casi todo se desarrolla en ese mojado espacio) pero igual de metafórico es su discurso: no es solo el líquido preciado que ahora se suma a las penurias de los personajes, quienes reclaman más bien la condición de archipiélago para su proyecto de nación.
Almodóvar, ese manchego en cuyo cine hay tantas féminas, ha declarado que lo que más le interesa de estas son las relaciones tan estrechas y peculiares que establecen entre sí, sobre la base de secretos, misterios y complicidad (rivalidades y pugnas incluidas, claro). También García Aguilera ha hurgado en el universo de las mujeres (Semen, Todos los hombres son iguales…), lo cual asoma nuevamente en Hembra desde actitudes que definen a sus protagonistas: la intelectual y literata versus la esclava de las redes sociales y sus frívolos impactos, más la «esposa modelo» de pronto concientizada como perenne objeto de violencia de género.
Pero, bien vista, Hembra no es exactamente una pieza feminista, por eso que señalaba de su exigencia acerca de un modelo nuevo de país donde entren la inclusión, la igualdad, las posibilidades amplias de realización, la mejoría económica, la pluralidad de pensamiento(s), algo que cuente, por supuesto —y de qué manera— con el presunto sexo débil, otra falacia machista que la obra emplaza.
Hembra, obra de Yunior García. Foto: Tomada del perfil en Facebook del autor
Desde el punto de vista dramatúrgico, la escritura exhibe la habitual gracia, agudeza y chispa a la hora de conformar diálogos, perfiles sicológicos, contrastes situacionales y puntos de giro que en la obra de Yunior adquieren cada vez más solidez.
A nivel de puesta, el microespacio responde a las necesidades expresivas de la letra, con una eficaz economía de recursos que su montaje minimalista encauza; las luces siempre precisas de Manolo Garriga complementan desde ese rubro los contrastes que el texto ex(pro)pone, algo en consonancia con la realización audiovisual de Liesther Amador y Jorge González (¡magistral el exterior que revela la ventana abierta!) o la música del propio autor ejecutada por muy profesionales músicos, en realidad el sonido todo de uno de los arreglistas (Raúl Damián Prieto).
Mujeres (y hombres, y otras modalidades del ser) se enfrentan a los más espesos muros dispuestos a derrumbarlos, a medida que maduran sus ideales y propósitos. Estas dos piezas, desde la danza y el teatro, lanzan para ello un voto muy a tener en cuenta.