Roi Casal Autor: Ariel Lemus Publicado: 18/11/2019 | 07:43 pm
Lo llamaron «desembarco gallego» porque «a lo largo de los años hemos hecho tantos, que creímos que uno más no les va a incomodar, máxime cuando, motivados por los 500 años de La Habana, llegamos esta vez cargados de exposiciones, libros, audiovisuales, conciertos…, propuestas que querían poner en valor lo mucho que nos une».
Así le explicaba a Juventud Rebelde su reciente y activa estadía en la capital cubana Roi Casal, para cerrar un ciclo que comenzó cuando en esta misma ciudad que lo enamoró al instante, le propusieron que creara un proyecto que uniera a Cuba con la amada tierra donde nació en 1980.
«Ese resultó mi primer contacto físico con Cuba. Se produjo en 2014, cuando vine a realizar un concierto en la sala-teatro del Museo Nacional de Bellas Artes y a recoger el Premio Internacional Cubadisco, un reconocimiento que agradeceré por siempre, porque me ha cambiado como músico. No lo digo en el sentido de que un premio me haya cambiado, pues para mí este no tiene más valor que el de las personas que te lo otorgan. Lo que me ha cambiado es la forma de ver la vida, de ver la música y poder trabajar desde esa perspectiva para recuperar nuestra historia común.
«Me tomé muy en serio el proyecto. Empecé a incorporar a todo aquel que tuviese algo relevante que aportar. Así llegué a Neiras Vilas, nuestro Martí, y quien entonces contaba con 86 años. Vivía en Galicia, pero su madurez vital la pasó en Cuba con su esposa, Anisia Miranda.
«Aquí laboraron en la revista Zunzún, trabajaron en el Ministerio de Industrias con el Che Guevara. Él conocía perfectamente la historia de los gallegos en la Isla. Ya tristemente desaparecido, Xocé Neiras Vilas me asesoró, me escribió. Ese fue el punto de inicio para la plataforma de Son galego, son cubano, que ha incorporado literatura, cine, rutas por La Habana, artes plásticas…, y que creo ha trascendido mucho más allá de la música».
—¿Cuándo Cuba como país se hizo consciente en ti?
—Hombre, creo que deben ser pocas las personas en el planeta a quienes no les suene Cuba y no tengan noticias de todo lo importante que ha ocurrido en este país en los últimos 120, 130 años, y que ha marcado los destinos de la humanidad. Para mí, Cuba fue ese país adonde fueron a parar muchos de nuestros antepasados y de donde nunca regresaron. Cuando empiezas a escarbar en la historia, descubres que aquí surgió el himno de mi patria, la bandera y hasta la Academia de la Lengua Gallega.
—Han sido más de cien presentaciones del espectáculo Son galego, son cubano por el mundo. Es evidente que «conecta», a pesar de tener como centro a Cuba y Galicia…
—Pienso que se debe a su factura musical de primera. Ahí han participado músicos de la talla de Pablo Milanés, Laritza Bacallao, los coristas de Havana D’Primera, el flautista de los Van Van, el saxofonista de Irakere, etc. Y en Galicia lo mismo. Les diría nombres que quizá a ustedes no les resulten familiares, pero que son tan significativos en mi tierra como los que les acabo de mencionar. La factura musical es increíble y ello es suficiente para conseguir la «conexión», Pero si, además, llegas a conocer la historia, que tanto tiene de universal, entonces ese es otro aliciente para que fluyan las buenas energías y para que el arte termine por hacer su magia.
—Se dice que desde pequeño estabas metido en el estudio de música de tu papá. ¿Pero quién es tu padre? ¿Por qué ese mundo musical tan cerca de ti?
—Mi padre, para explicarlo y que en Cuba se entienda (porque la música de Galicia no es famosa como la cubana), forma parte de Milladoiro, una mítica banda que viene siendo nuestro equivalente al Buena Vista Social Club, un grupo que alcanzó el reconocimiento porque supo recuperar y transformar la música tradicional y llevarla a los escenarios del mundo por más de 40 años.
«Yo de pequeño vivía esa realidad, viendo a mi padre llegar de gira o de Madrid tras grabar sus discos. Me parecía tremendamente común ver una gaita y un sintetizador, o un clarinete y una guitarra acústica. Pensaba que a mis compañeros de clases les pasaba igual, pero después comprendí que a ellos no les resultaba tan normal.
«Considero que Milladoiro (aún permanece activa) es la banda sonora de Galicia. Yo tuve la fortuna no solo de ser hijo de Fernando, uno de sus miembros fundadores, sino además de asumir el arpa en el instante en que Rodrigo Romaní, también fundador, y quien la tocaba en el conjunto, decide salir. Yo había cumplido 19 años…
«Durante una década integré esa institución de Galicia, experiencia que me sirvió para madurar como músico, para descubrir otra perspectiva del hecho artístico, una mayor conciencia del alcance que puede lograr el arte: que todo un país —su historia, su cultura, su idiosincrasia, sus alegrías y tristezas— se pueda conocer a través de su música, que es como su geografía espiritual».
—Para los cubanos el arpa es muy exótica. ¿Cómo te decidiste por ella entre tantos instrumentos?
—No puedo decir que en Galicia sea un instrumento de mayorías, porque le estaría faltando a la verdad, pero tampoco es que sea tan exótico. La recibimos por el Camino de Santiago, la ruta de peregrinación más importante de la Europa medieval, que todavía hoy culmina en la Catedral de Santiago de Compostela. A lo largo de ese histórico recorrido, encuentras iglesias en cuyos pórticos aparece la representación escultórica de la música interpretada por aquel entonces. Y allí está el arpa, lo cual atestigua que lleva miles de años en nuestra cultura. El Camino de Santiago era para nosotros la «banda ancha», nuestra fuente de conocimientos en la Edad Media; con una velocidad de conexión algo lenta, cierto, pero funcionaba.
«El arpa me fascinó desde pequeño. Instrumento polifónico, posibilita tocar varias notas al mismo tiempo y además componer, cuando se trata de tres palos con unas cuerdas bien atadas y apretadas. Así es dueña de sonidos que la humanidad viene escuchando desde hace mucho tiempo y que nos conectan, bien adentro, con lo más puro del ser humano».
—¿Es difícil de aprender a tocar?
—Tiene la dificultad de cualquier otro instrumento. Lo más complejo, primero, es conseguir a un profesor y un arpa, una vez logrado, encuentras a tu alcance mucha obra, a la cual debes dedicarte, porque hay que estudiarla, y mucho, empezando por acostumbrarte a manejar las dos manos, como mismo sucede con un acordeón o el piano. Pero si tienes una idea de lo complejo que resulta el aprendizaje de este último (me refiero a si deseas tocarlo bien), pues ya te harás una idea. El piano no es más que un arpa mecanizada, que se golpea con martillo para obtener los sonidos. El arpa es como el abuelo del piano.
—¿Cuándo tuviste la certeza de que la música guiaría tus pasos en la vida?
—Ocurrió de una manera natural, no por imposición de mis padres. De hecho, ninguno de mis dos hermanos son músicos. No puedo decir que exista un momento en que hubo un punto de inflexión, simplemente pasó… Cuando estoy mucho tiempo sin hacer música, se me produce un vacío interior que no me da sosiego. Y no hablo solo de tocar el arpa, sino también de cantar, componer música, tocar en directo… Todo ello lo necesito para sentirme pleno como persona.
—De Galicia se conoce, sobre todo, la música más tradicional, pero tú eres parte de ese grupo de jóvenes artistas que intenta internacionalizarla. ¿Cómo lo hacen?
—Primero, reconociendo lo que nos legaron las diferentes generaciones de músicos gallegos que nos han antecedido, en situaciones muy complejas, porque durante la época franquista (y eso fue antes de ayer), tanto nuestro idioma como nuestra cultura estuvieron fuertemente reprimidos; sin embargo, ellos las defendían a cuenta y riesgo de sus propias vidas.
«Y segundo, desarrollando ese legado en la libertad de un país como España. Yo he tenido el privilegio de lograr que mis propuestas sean abrazadas por el público en Galicia, lo cual me ha valido para lanzarme más allá de nuestras fronteras. Me hace sentir dichoso que mi música sea una de las maneras de ver la Galicia actual».
—¿Cómo lo has conseguido? ¿Algún secreto?
—Ser natural. No intentar artificios que luego la gente vea que no eres tú quien está en el escenario. Si eso mismo que intentas con la música: transmitir tu alma a través de ondas sonoras, después no lo acompañas con un discurso que sea igual de honesto, no tiene ningún sentido. Es lo que a mí me ha funcionado y he hecho toda la vida.
—Si pudieras, a través de uno de tus discos, decirles a los cubanos que aún no te han descubierto: Este soy, ¿cuál sería?
—Les recomendaría lo más reciente: Son galego, son cubano, y más concretamente el tema que lo abre y constituye un abrazo musical entre los dos lugares. El pianista, compositor, arreglista y productor Miguel Núñez, altamente reconocido por su carrera junto a Pablo Milanés, fue con quien trabajé esta producción. Y cada vez que se despedía, en los e-mails que intercambiábamos, ponía al final: «Zongo, hermano». Le tuve que preguntar: «Miguel, ¿qué es zongo?». Una manera popular de decir que te mando un gran abrazo, me explicó. Pues creo, le dije, que deberíamos escribir un tema que se titule Abrazongo y terminó siendo esta obertura de instrumentación exótica, reflejo de la riqueza musical que distingue a ambas partes.