Si de relaciones paterno-filiales se trata, no hay quizá una película más sobrecogedora que Mae só há uma. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:45 pm
Prosiguen los filmes cuya diana son las edades tempranas. Filmes con protagonistas colectivos —jóvenes sin rumbo, desubicados en su medio social— trae Colombia: Los nadie y Mañana a esta hora.
Los nadie, de Juan Sebastián Mesa, muestra a un grupo que, literalmente, ignora qué hacer con su vida: finalmente decide viajar en uno de esos trayectos en los que en realidad se huye de sí mismo, del vacío y la falta de proyectos.
Se percibe la espontaneidad en el método del realizador para aplicar idénticos resultados a una cinta donde más que un relato propiamente dicho, llega al espectador el ambiente anárquico, descentrado y frágil de los personajes. Lo que queda es una obra a todo propósito desaliñada y silvestre, que abarca también los desempeños de actores no profesionales, quienes transmiten las ideas rectoras de Los nadie y acusan, a su modo, la falta de sentido y rumbo que denota la sociedad donde se desarrollan los hechos.
No consigue los mismos efectos Mañana a esta hora, de Lina Rodríguez, en la que el coloquio presuntamente libre (también) de un guion para dejar a los actores comentar sobre sus vidas poco interesantes y ausentes de brújula, deviene una película con tales características, difícil de soportar más allá de sus primeros minutos.
En tanto, la relación entre una hija y su madre centraliza la argentina Fin de semana, realizada por Moroco Colman. En este caso se focaliza la personalidad de Martina, una joven rebelde que trata de impedir que la mamá visitante (Carmen) se meta en su vida y sus relaciones, signadas por el sadomasoquismo y la ausencia de verdaderos lazos afectivos. Con escenas de sexo explícito que persiguen conferir mayor veracidad a esa importante parcela del relato, la obra reflexiona en torno a (des)encuentros generacionales y familiares, específicamente femeninos, que desenlaza en un filme sin grandes pretensiones estéticas ni dramáticas, pero que convence desde su tono menor, algo en lo que las actuaciones llevan no poca responsabilidad.
Pero si de relaciones paterno-filiales se trata, no hay quizá una película más sobrecogedora que Mae só há uma, de Brasil —tal vez mucho más eficaz el título que le colocaron los traductores: ¡No me llames hijo!—. De la misma realizadora que el pasado año nos sorprendió gratamente con La segunda madre, Anna Nuylaert, es evidente su interés por este tipo de conflictos entre padres e hijos adolescentes; no olvidemos que en su anterior obra abordaba el papel de la criada en contexto donde apenas encaja; mas, esta vez se mueve en un tema mucho más grave: el encuentro con sus verdaderos progenitores de jóvenes que fueron robados al nacer.
Es algo a lo que deben enfrentarse Pierre y su hermana, aunque la película se centra mucho más en él cuando su mundo cambia frente a unos padres que se esfuerzan por ser amables y colmarlo materialmente pero no le comprenden, lo cual lo lleva a una rebeldía que llega incluso a la agresividad. Cinta madura y reflexiva, admirable en su trazado y evolución de personajes (todos notablemente actuados, sobre todo el protagónico de Naomi Nero, o el padre de Matheus Nachtergaele) así como en la gradación de su curva dramática, que se resuelve mediante planos largos, tempo lento pero nunca aburrido; exquisita dirección de arte… todo redunda en un filme apto para que el espectador conecte con el mundo representado, y se torne sensible cómplice de realidades que a todos, de un modo u otro, nos atañan.