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Hacer teatro hasta los 120

Reconocido durante toda su vida por la crítica y el público, el premio nacional de Teatro de este año accedió a dialogar con los lectores de Juventud Rebelde

Autor:

Verónica Alonso Coro

La mejor manera de encontrar a Juan Rodolfo Amán es sobre las tablas, o  frente a las butacas que se llenarán de aplausos cuando cante la soprano o el tenor que él dirigió. Allí es donde prefiere estar.

El director artístico del Teatro Lírico Nacional ha revivido en los escenarios a autores reconocidos mundialmente, como Shakespeare, Verdi y Lope de Vega. Bajo su conducción, obras de la altura de La Boheme, Tosca y El Barbero de Sevilla llegan al público con un toque de renovación. A su labor artística se le atribuye la responsabilidad de haber rescatado la popularidad del género lírico en los espectadores de nuestro país.

A pesar de sus 80 años, impresionan la rapidez de sus pasos y la vitalidad con la que se mueve entre técnicos y artistas. Reconocido durante toda su vida por la crítica y el público, el premio nacional de Teatro de este año, accedió a dialogar con los lectores de Juventud Rebelde.

—¿Por qué le atrajo tanto el mundo de las tablas?

—Primeramente hay que partir del hecho de que todo ser humano posee alguna sensibilidad espiritual. Por supuesto, una de las manifestaciones de la espiritualidad es el arte, y el teatro dentro de esta. Cuando hay sensibilidad, creación, magia, cuando hay cosas que agradan mucho a la vista, al oído y al corazón, y se tiene por génesis un cierto impulso ante lo hermoso de la forma y el color, uno empieza a inquietarse por el arte.

«Yo empecé estudiando Pintura en San Alejandro y me gustaba mucho. En aquel entonces comenzó mi contacto con el teatro. Cuando llevaba como un año y medio en esa escuela, se me ocurrió armar allí un grupo de arte dramático, y la primera obra que monté fue La taza de café, de Rolando Ferrer. Según fue pasando el tiempo, me fui dando cuenta de que eso que veía allí era algo maravilloso y yo quería participar en ello.

«Coincidió con que, poco tiempo después, aquí en el Teatro Nacional —que cuando aquello era el Consejo Nacional de Cultura—, se promovió un curso para instructores de teatro y decidí entrar, hace ya 52 años. Luego me inicié como instructor a atender un grupo de aficionados de los sindicatos de la Medicina y de la Gastronomía.

«En la medida en que me movía dentro de esta manifestación artística, seguía deseando hacerlo más».

—¿De qué manera se involucra con el arte lírico?

—Cuatro años después de comenzar a trabajar como instructor teatral, en 1965, el Teatro Lírico me contactó para montar Rigoletto. Este género me atrapó de inmediato, porque contiene todas las artes: lo dramático, lo musical, y lo plástico, en la escenografía y el vestuario. Decía Wagner que la ópera es el teatro más completo.

—¿Cómo se enfrenta a un texto dramático?

—Hay obras que son más complejas para trabajar que otras, por el aspecto técnico. Todas tienen alguna singularidad, situación o personaje que resulta atractivo o complejo. Una vez que el director recibe esto, empieza a trabajar, porque su labor es interpretar el texto. Se dedica a investigar, a encontrar y aportarle cosas propias, partiendo de sus conocimientos y vivencias, aunque el argumento sea el mismo que escribió el autor original.

—¿Cuál de sus puestas en escena recuerda con más satisfacción?

—Es muy difícil responderte. Uno quiere que todos los hijos sean felices. Los padres siempre piensan que sus retoños son los mejores. Puede que uno sienta un poco más de afinidad, por razones de carácter, con un hijo determinado, pero aunque pelees con uno lo sigues queriendo igual.

—¿Cuál es la mayor recompensa que puede tener un artista de las tablas?

—El reconocimiento del público. Poder, de alguna manera y por medio de su obra, hacer que el hombre sea más feliz, convidarlo a reflexionar.

—¿Qué papel le concede a la crítica en el desarrollo del arte en nuestro país?

—La crítica es importantísima, ya sea favorecedora o negativa, siempre va del lado del progreso. El último eslabón de una producción artística de cualquier tipo es el crítico, esa es la persona que concluye el proceso creativo. Mediante la discusión, el intercambio y la diversidad de puntos de vista es que se puede llegar más cerca de la verdad. Sin embargo, hoy en nuestros medios hay todavía muy poca crítica, tal vez porque no se le da suficiente espacio.

—En las palabras, que pronunció en la gala de entrega del premio nacional de Teatro, mencionó la esperanza y el anhelo. ¿Tiene la esperanza de que el teatro sea mejor en el futuro?

—Para eso estoy aquí montando La Boheme. Considero que existe relevo, no solamente en  el teatro, sino también en la música, en la danza, en la plástica. Esta última, por ejemplo, está viviendo un hervidero de nuevos artistas, de gente muy joven con visiones contemporáneas y criterios muy propios; lo mismo pasa en el teatro.

«El futuro del arte en nuestro país está ya garantizado por la posibilidad que tiene la gente de estudiar, de tecnificar sus inquietudes artísticas. Al mismo tiempo tenemos la ventaja de que muchos jóvenes están en los medios y nos pueden apoyar para que los espectáculos tengan realmente más contacto con el público».

—¿Qué anhelos tiene hoy Juan Rodolfo Amán?

—Tener salud para llegar haciendo teatro hasta los 120 años.

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