Más de cuatro décadas lleva Eric Clapton en lides roqueras de primera línea A Eric Clapton lo asalta la incertidumbre. Cada vez que se prepara para subir a un escenario, ya sea en un teatro o en una plaza abierta, se mira en el espejo y despierta del sueño de saberse estrella del rock, punto fulgurante en la constelación de los famosos, atracción mediática ineludible.
Hace pocos días confesó por primera vez esa desazón: «Pienso que definitivamente estoy en decadencia». Fue a mediados de septiembre, unos minutos antes de iniciar su gira anual por Estados Unidos en la ciudad de St. Paul. «Es bueno sentirme así en cierto modo, porque puedo ver la realidad de mi vida».
Al recoger esas declaraciones, los medios de prensa insinuaron que se trataba del peso del tiempo sobre el cuerpo del artista. Más de 40 años en lides roqueras de primera línea, arduamente repartidos entre estudios de grabación, continuas giras y numerosos conciertos.
Una de las paradojas de las luminarias del rock de los 60 pasa hoy por asumir una cultura musical identificada con los ímpetus juveniles y la rebeldía de la edad, a la altura de haberse convertido en adultos mayores.
El sexuagenario Mick Jagger no se desprende del vaso de vodka mientras salta y se desgañita de un lado a otro de la escena, y no desmiente la leyenda de que para mantener la energía se somete cada cierto tiempo en una clínica a curas purificadoras de la sangre.
Antes de que un cáncer de páncreas tronchara a los 60 la vida de Syd Barret, el mítico fundador de Pink Floyd, reconocido por vivir más allá de la música su proyección sicodélica, dijo en una de las escasas comparecencias desde que se retiró del grupo y se recluyó en el hogar paterno que «los roqueros debíamos dejar de serlo a los 40».
Cuando apenas faltaban unos meses para que McCartney llegara a la llamada tercera edad, sacó un nuevo disco, Driving rain, en el que tocó el bajo eléctrico todo el tiempo y se hizo acompañar por una banda ad hoc de talentos sin mucha nombradía. Al argumentar esa decisión, explicó que «estos músicos podían aportarme ideas que cuando se tiene cierta edad no fluyen como debieran».
Clapton ha sido uno de los grandes guitarristas del siglo, dicho sea esto dentro y fuera del ámbito del rock. Nadie puede cuestionar un ejercicio artístico desarrollado a conciencia y con suma sensibilidad por este músico británico, nacido en la ciudad de Ripley en 1945, desde que en los tempranos años 60 comenzó a ganar notoriedad como guitarrista de The Yardbirds.
Su mayor contribución consiste en haber derivado del blues clásico a la manera de Robert Johnson y B.B. King una estética personal, con figuraciones melódicas imaginativas, a pesar de que no pocas veces, por cansancio, rutina o el barullo del mercado, haya cedido más de una vez a lugares comunes o transitado por caminos edulcorados.
En el 2001, el periódico La Vanguardia, de Barcelona, describió así a Clapton: «Lo que hace de Clapton un guitarrista excelente es su capacidad para manejar el tempo, su forma de crear solos a partir de esquemas simples y su calidad a la hora de introducir su guitarra en cualquier concepto musical».
Momentos climáticos de su carrera, como su paso por John Mayall & The Bluesbreakers, la superbanda Cream y Blind Faith, han quedado como hitos en la historia del rock. De su capacidad para reinventar el sentido de una canción dio muestra elocuente cuando en 1974 retomó I shot the sheriff, un tema de Bob Marley que convirtió en éxito popular.
Quizá lo que le esté sucediendo ahora a Clapton tenga más que ver con una crisis estética que con los años de trabajo y la edad. Una crisis estética vinculada más a lo que sucede en su entorno que en su fuero interno: la promoción comercial de manifiestas mediocridades y la magnificación de la competencia por parte de una cada vez más voraz industria del entretenimiento. Todo ello en contraste con el rigor de un trabajo personal que lo llevó hace dos años a intentar rescatar el sentido original del encuentro del blues con el rock al sumar a su gira europea al tecladista Billy Preston y proponer nuevos sonidos para las viejas melodías de su amado Robert Johnson.
A Clapton le parece también hipócrita el manejo de los medios de comunicación vinculados a la industria, por cierto, sumamente generosos con él a lo largo de su trayectoria. En las declaraciones antes del concierto de St. Paul dijo: «Al final del día, no es gran cosa lo que tengo ante mí; son los medios dándome unas palmaditas en la espalda».