Raúl Gómez García es considerado el poeta de la Generación del Centenario. Autor: Archivo de JR Publicado: 24/07/2023 | 11:32 pm
En la mañana del 10 de marzo de 1952, en una caravana escoltada por esbirros de la policía motorizada, el general Fulgencio Batista y Zaldívar entra cual emperador romano a la Fortaleza Militar de Columbia, en La Habana. Solo le falta la corona de laurel sobre su cabezota engominada.
Apoyado por su tropa de sicarios y aduladores, el llamado «hombre fuerte» de la república de las empresas y los latifundios yanquis, arrebata una vez más la victoria y el anhelo popular en lo que parecían unas elecciones casi democráticas, y en las cuales de ninguna manera Batista hubiese alcanzado el poder.
Fue al día siguiente del golpe de Estado cuando el abogado de 25 años, Fidel Castro Ruz, hace público un documento donde le dice al dictador: «No llame revolución a ese ultraje, a ese golpe perturbador e inoportuno, a esa puñalada trapera que acaba de clavar en la espalda de la República».
Ese mismo 10 de marzo, Raúl Gómez García, un joven de 23 años, redacta sin parar, a teclazo limpio, como poseído ante su vieja máquina de escribir, un larguísimo ensayo que la historia reconocerá como Revolución sin juventud.
«… Con el pecho agitado, en el ahogo mudo de la palabra buena, en esta hora aciaga de la patria de Martí, venimos a decir verdades justas sobre las circunstancias y los hechos (...). No vamos a teorizar, vamos a combatir. No vamos a decir, vamos a hacer. Esta es la fórmula mágica de la presencia de la juventud…».
Con las decenas de hojas bajo el brazo, recorre Gómez García al amanecer varias imprentas habaneras. Nadie se atreve a publicar aquella denuncia. Batista es un cobarde demasiado temido.
Fidel Castro Ruz y Raúl Gómez García tardarían aún varios meses en conocerse personalmente. La historia no recoge ese primer encuentro, pero sí los caminos y los amigos comunes que los llevaron a coincidir en algún momento después del 1ro. de mayo de 1952, porque ese día se conocen Fidel y Abel Santamaría Cuadrado en un acto en el cementerio de Colón.
Es en el hogar de este último, el apartamento de 25 y O en el Vedado habanero, donde Fidel encuentra lo que llevaba semanas buscando. Martianos desde sus más profundas raíces, y fervientes seguidores de las ideas del Partido Ortodoxo y su desaparecido líder Eduardo Chibás, un grupo de jóvenes está conspirando contra la dictadura, prácticamente desde el mismo día del cuartelazo. Dirigidos por Abel Santamaría, están allí su hermana Haydée, Jesús Montané Oropesa, Melba Hernández Rodríguez del Rey, Elda Pérez Mujica, y el poeta y periodista Raúl Gómez García.
Este último, con el apoyo y la aprobación de todos, y su
compromiso de «vamos a hacer» como la mejor manera de decir, funda y dirige el periódico clandestino Son los mismos, una publicación llena de denuncias y verdades prohibidas por la férrea censura. Cada nuevo número del boletín incomoda más al tirano y moviliza las conciencias revolucionarias.
En uno de sus primeros editoriales, el periodista güinero afianza el nombre de la publicación, y se apoya nuevamente en las ideas de José Martí:
«Estos hombres de hoy SON LOS MISMOS que tiraron contra sus compatriotas en la manigua. SON LOS MISMOS que apoyaban la contemporización con España en una Autonomía estúpida. SON LOS MISMOS que nos quisieron vender al oro americano. SON LOS MISMOS que han saqueado la República a través de 50 años. SON LOS MISMOS que nos sometieron a la más horrible de las tiranías y a la más despótica dictadura. SON LOS MISMOS que crearon un banderín ridículo para sustituir la gloriosa enseña nacional. SON LOS MISMOS que asesinaron hombres indefensos y subvirtieron el orden civil con la fuerza de la fusta. SON LOS MISMOS que nos han robado los derechos individuales dados en la Constitución del año 1940. Sí, estos SON LOS MISMOS. Ellos pertenecen a una clase de HOMBRES: los que odian y deshacen. Mientras para ellos Cuba sea pedestal y no ara; prebenda y no servicio; la tarea de la Patria está incompleta y los hombres honrados han de juntarse para completarla…».
Fidel advierte rápidamente la valía de los jóvenes de 25 y O. Pero poco o casi nada recoge la historia sobre las conversaciones que sostiene con Gómez García, a quien identifica desde el primer momento como el hombre que sabe llevar al papel las ideas más preclaras de los anhelos revolucionarios de su generación, la generación del Centenario del natalicio del apóstol José Martí.
La personalidad y las ideas de Fidel son suficientemente fuertes para convertirlo rápidamente en el líder indiscutible de aquel grupo. El abogado logra convencer a todos y, en primer lugar, al poeta y director de Son los mismos, de que es necesario cambiar el nombre de su periódico por uno más combativo: El Acusador, y debajo colocar su pertenencia al «Movimiento de Resistencia y Liberación Nacional».
Libertad o muerte.
La dictadura busca sin descanso la célula madre de la publicación. El tirano y sus secuaces olfatean que allí está el germen principal de la Revolución. Arrecian el cerco sobre los conspiradores. Finalmente, Montané y Gómez García caen presos durante una redada en la casa del segundo. Por suerte, el mimeógrafo donde se imprime el periódico no está allí ese día, y los esbirros, en su nerviosismo, tampoco logran encontrar un solo ejemplar de los boletines.
En los documentos de la causa figura Fidel Castro como uno de los abogados que pelea por la libertad de los acusados. Finalmente, ambos son liberados, pero El Acusador deja de existir.
El primer puesto de combate
Los historiadores y estudiosos de la gesta del Moncada no sitúan aún el lugar de Raúl Gómez García en la dirección del movimiento. Se habla del comité civil, encabezado por Fidel, y del comité militar, dirigido por Abel; en ninguno de los dos figura el nombre del poeta y periodista. Se sabe por su familia que participa en algunas prácticas de tiro, pero tampoco se le recuerda en ninguno de los listados de los entrenamientos.
La noche del 22 de julio anda el poeta en su casa de Santos Suárez, emperifollado como galán de telenovela. Está a punto de salir para un baile de fin de curso con su novia Edita Buesa y su hermana Olga. De pronto llega Jesús Montané y le dice: «Ahí está Fidel, que quiere hablar contigo». Gómez García sabe que se quedó sin fiesta. Montané ocupa el lugar de su amigo y lleva a las dos muchachas al baile.
La historia deja vacío el momento, o las horas, cuando el líder del movimiento le da al periodista la misión más importante de su vida: escribir el manifiesto a la nación, que será dado a conocer al pueblo de Cuba cuando vayan al combate a muerte contra la dictadura. Los planes del asalto al Moncada son un secreto que solo conocen unos pocos, menos de diez personas de la más alta dirección del movimiento. Uno de ellos es, sin duda, Raúl Gómez García.
Los días previos a la salida hacia Santiago, cuando el apartamento de 25 y O se convierte en cuartel general donde se toman las decisiones y se dan las últimas instrucciones para la organización del asalto, todos los que pasan por allí ven a Raúl Gómez en su puesto de combate: frente a la máquina de escribir. Es en esos días cuando la vieja Virginia destiende cada amanecer la cama del hijo, para que nadie en la casa sepa que el menor de los Gómez García no ha venido nuevamente a dormir.
El 24 de julio, al caer la tarde, el joven pasa por el hogar de su hermano César, y le pide a su cuñada Caridad que lo complazca con su plato favorito: una tortilla «de tres pisos». Carito no lo sabe, pero es la última vez que verá con vida a su querido Raúl.
Esa misma noche, ya muy tarde, Fidel llega a la casa de la joven revolucionaria Naty Revuelta, a quien —días antes— le había encomendado un grupo de tareas: conseguir algunos discos con música de contenido revolucionario, «música que sea arenga, no música alegre —le dijo— porque puede haber muertos, de una o de ambas partes». También le había dejado el original del Manifiesto a la Nación para que hiciera un determinado número de copias.
Es entonces cuando le explica a Naty que el Manifiesto no lo había escrito él, sino Raúl Gómez García, quien era muy martiano; que el documento estaba redactado con el espíritu del Manifiesto de Montecristi y contenía la manera de pensar y de sentir de la Generación del Centenario, y de todos los que irían al asalto.
Al día siguiente, el 25 de julio de 1953, por razones de seguridad, Fidel parte hacia Santiago de Cuba desde Jovellar 107, donde viven los padres de Melba Hernández. El único de los futuros moncadistas que sale con él desde La Habana, además de su chofer Teodulio Mitchell, es Raúl Gómez García.
Nuevamente la historia deja entre interrogantes aquel viaje hasta las cercanías de Santa Clara, hacia donde debe desviarse Fidel. Por ello Gómez García se cambia de carro y continúa con otros compañeros el recorrido al oriente del país. Cabe suponer que ambos tuvieron casi tres horas para intercambiar sus ideas. Hablaron, claro está, sobre el Manifiesto, que Fidel no ha tenido tiempo de leer en profundidad, pero —ya impreso y listo para ser distribuido en La Habana el 26 de julio— difícilmente el líder debió hacerle cambios sustantivos a lo redactado por el periodista.
Es de suponer que fue durante ese viaje que Fidel le cuenta a su hombre de confianza una parte importante del plan secreto del asalto, que consiste en tomar la Cadena Oriental de Radio, cercana al cuartel, para desde allí dar a conocer al pueblo de Cuba, y a Santiago en particular, el Manifiesto que contiene los objetivos del
asalto a la fortaleza. Porque Gómez García, que dirigió y fue locutor de programas de radio en su Güines natal, y el doctor Mario Muñoz, un experto radioaficionado, son claves en esta parte del plan. De ahí que ambos van en el grupo que tomará el Hospital Civil Saturnino Lora, el grupo de los que —junto a Abel, Melba y Haydée— debe sobrevivir y llegar a la emisora.
Es también casi seguro que en algún lugar de la Carretera Central, Gómez García, con ese fervor que le corre por las venas, lee a Fidel su poema aún inconcluso Ya estamos en combate, tal como hizo con los otros compañeros con los cuales continuó el recorrido.
¿El último abrazo?
Pedro Trigo, otro de los asaltantes al Moncada, recordará años después aquella noche y madrugada del 25 al 26 de julio de 1953, cuando Fidel le pide acompañarlo a él y a Abel Santamaría en un recorrido desde la Granjita Siboney hasta Santiago, para recoger a Luis Conte Agüero, conocido como «la Voz más alta de Oriente». El afamado comentarista de radio y televisión, un hombre de la ortodoxia, había acordado con Fidel hacer la histórica alocución desde la Cadena Oriental de Radio. Esa noche, «inesperadamente», había partido hacia La Habana. «Yo sabía que esto podía ocurrir —dijo Fidel a sus preocupados acompañantes— por eso yo me puse de acuerdo con Gómez García y él esta debidamente preparado para asumir la tarea». Es entonces lógico suponer que, de regreso a la Granjita, el jefe del movimiento le confirma al poeta y periodista su segunda misión durante el asalto.
Se cuenta que en Siboney, luego de la explicación a la tropa de los pormenores del ataque al Moncada, Fidel cede la palabra para que Gómez García lea el Manifiesto y su poema inconcluso. Es indescriptible la conmoción del momento, y confirma que ambos amigos estuvieron juntos hasta el último momento.
¿Se despidieron Fidel y Raúl Gómez esa madrugada? ¿Hubo tiempo para un último abrazo? Tampoco se sabrá. Pocas horas después, en las mazmorras del cuartel Moncada, mientras los esbirros de la dictadura lo golpeaban hasta sacarle los dientes y la vida, el joven poeta y periodista debe haberse sentido orgulloso de ir a morir junto a Martí, por la patria, y por haber seguido sin vacilar a aquel gran hombre, quien le había obsequiado a cambio el privilegio de su absoluta confianza.