Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los otros fuegos

Nunca van a crepitar ni calcinarse nuestra desmedida vocación de vivir y una rara esperanza en que mañana volveremos a amanecer

Autor:

José Alejandro Rodríguez

LA hermosa Matanzas arde de dolor ante un rayo desmedido, capricho de la exaltada Madre Natura que desató en llamas persistentes el petróleo que nos urge. Y Cuba, tan promiscua en compartir penas, se estremece conmovida por las lenguas de fuego, la carne y los sueños sajados de tantos hijos una vez más.

Si el poeta José Jacinto Milanés hubiera estado ayer de codos en el puente sobre el río San Juan de su amada ciudad, de seguro sus lágrimas desbordarían la corriente. Y la musa traviesa de Carilda quizás invocara cierta ingle de varón para enfrentar tanta alevosía de una descomunal descarga eléctrica.

Un extraño milagro une a los cubanos en cada tragedia, con una fuerza centrípeta de ínsula-imán. Se olvidan las penurias cotidianas, desgastes y carencias. Y se impone una fuerza
telúrica para exorcizar calamidades y desplomes, al son de un Failde danzón, o los cueros de los Muñequitos de Matanzas.

La avanzada de ese ejército salvador ante cada mordedura, son siempre los testiculares rescatistas que arriesgan la suya por salvar otras vidas, los misioneros bravíos de la salud, los trabajadores y cuanto compatriota se detenga en el camino a plasmar el evangelio de la solidaridad. El talante para estar donde hay que estar y arrostrar lo difícil en situaciones límite, que no siempre se reproduce en el aburrido día a día.

¿Cuál habrá sido el último sueño de esos bomberos desaparecidos como un enigma inclasificable entre la vida y la muerte? ¡Qué impotencia la de tantos gregarios cubanos, que ahora quisieran estar allí, desafiando el fuego, regenerando la carne talada!

Las blasfemias y perversidades que en las redes sociales tejen los odiadores sempiternos, como hilos de araña, esta vez también arriman a su sartén oportunista las llamas de los tanques de petróleo en Matanzas. Siempre ilusos avistan el final de esta aventura humana controversial llamada Cuba ante cualquier grito o desencaje de la gente, o frente a los excesos de la propia naturaleza.

Pero siempre un insólito aché, una dura argamasa más allá de nuestras grietas, nos cimenta ante las peores desgracias con una fuerza que no cree en huracanes, rayos ni en amenazas de mentes calenturientas. Con ese talante es que nunca van a crepitar ni calcinarse nuestra desmedida vocación de vivir y una rara esperanza en que mañana volveremos a amanecer. Matanzas recuperará la placidez y el idilio de sus poetas.

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