Germán ha encontrado en sus canteros una forma de superar el duelo y de ser útil. Regla junto a sus dos hijos tratan de librar esta difícil pelea. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 15/09/2021 | 10:58 pm
Una noche de febrero pasado, Germán Leiva Terán vio salir a su padre a un centro de aislamiento y nunca más volvió a verlo. Pasados casi 20 días, el progenitor falleció a causa de complicaciones pos-COVID-19 que a su corta edad el pequeño no puede entender.
Luego de recuperarse de la enfermedad —que también contrajeron su madre y él—, este niño de nueve años supo de la pérdida de su padre, con quien compartía no solo su nombre, sino también un profundo apego sentimental.
Germán sueña con el fin de la pandemia para salir a jugar fútbol con su amigo Alejandro Alayón Concepción, el compinche que hace malabares para que él sonría. Desde su balcón el vecinito habla de los partidos del deporte más universal, le pone música alegre e imita personajes humorísticos.
Cuando él venció a la COVID-19, su mamá todavía no negativizaba, entonces Miguel Terán García, hermano de este pequeño, lo buscó en el hospital Frank País, donde estuvo ingresado; y lo llevó para su casa. Allí lo cuidaron él y su novia para evitar que se reinfectara y velaron por todo lo que necesitaba.
«No le dijimos que su papá había fallecido hasta que a nuestra madre le dieron de alta. Antes consultamos con profesionales para ver de qué manera se lo decíamos. Fue difícil, pero desde entonces hacemos hasta lo imposible para que sepa que no está solo», asegura Miguel.
La utilidad de la virtud
Como un joven tierno, serio y muy trabajador, califica Regla Terán García a su hijo mayor, quien tiene 25 años y trabaja en una brigada que repara cubiertas de inmuebles. Según ella, Miguel siempre ha querido mucho a su hermano y en este duro momento lo ha demostrado con creces.
«Para ayudarlo a superar el duelo lo distrajo con tareas atractivas para los niños. Le enseñó a sembrar en canteros que improvisaron y hasta rescataron un perro abandonado
que apareció en el barrio por esos días. En cuidar las plantas y el animalito todavía se entretiene el más pequeño y piensa menos en la desgracia ocurrida», sostiene.
Regla junto a sus dos hijos tratan de librar esta difícil pelea.Fotos: Abel Rojas Barallobre
«Mi madre me crió sola con el apoyo de sus padres. Recuerdo los consejos que siempre me daba el abuelo y es lo que le inculco a mi hermano. El viejo era muy querido y respetado en el barrio de La Güinera, donde me crié y aún vivo», agrega.
Regla también reconoce poder contar con el apoyo de los maestros del niño. Ellos han estado al tanto de la salud emocional del pequeño, y lo han asistido para que ejercite los contenidos académicos propuestos en esta etapa de confinamiento por la pandemia. Especialmente, la profesora Ana Lidia y la auxiliar pedagógica Ania han seguido su recuperación física y el modo en que ha manejado el duelo por la pérdida de su papá.
Horas adversas
Con consternación todavía, Regla recuerda los días en que la familia luchaba contra el coronavirus. El padre del niño estaba ingresado en el capitalino hospital Julio Trigo, en Arroyo Naranjo, mientras ella y su hijo permanecían en el Frank País, en La Lisa.
Ella y el menor se recuperaron sin grandes dificultades. Nunca sintieron mayores molestias. Su esposo, en cambio, no rebasó la etapa posterior de la enfermedad aun cuando ya había negativizado su PCR y era un hombre fuerte.
«Cuando nos avisaron de su fallecimiento fue casi imposible creerlo. Todos los días hablábamos por teléfono y un día dejó de responderme. Pensé que se había agravado, pero no que pudiera morir. Tenía algunas comorbilidades que lo llevaron a la muerte, incluso antes de contagiarse había rebasado una neumonía», recuerda.
Y a su memoria acuden, en agradecimiento, rostros muy amables, como los de su tocaya Yeya, la jefa de enfermería de la sala de Ortopedia, quien la consoló como si siempre la conociera cuando supo del fallecimiento de su esposo.
En medio de esta crisis pandémica, la historia de esta familia se repite en Cuba. De acuerdo con los especialistas, para ayudar a los menores a superar el duelo, el progenitor superviviente y la familia toda deben encargarse del niño y aportarle los recursos necesarios para que esta etapa pase del modo menos traumático.
No te mueras con tus muertos
¿Sabes que, cuando lloras a tus muertos, lloras por ti y no por ellos? Lloras porque los perdiste, porque no los tienes a tu lado, porque si todo concluye con la muerte, tus muertos ya no están, ni siquiera para sufrir por haber muerto; si la vida continúa más allá de la muerte, ¿por qué apenarte por tus muertos?
A esta reflexión del escritor y sicólogo argentino René Trossero podemos echar mano y de seguro encontrar consuelo cuando enfrentamos la muerte de un ser allegado, como nos ha sucedido a muchos en estos días de azote pandémico.
A estos versos del poema No te mueras con tus muertos, que también advierten que «tus muertos no ganan nada con tus insomnios de remordimientos», nos remitió hace pocos días el Doctor en Ciencias Jorge Grau Ávalos, jefe del Grupo Nacional de Sicología, del Ministerio de Salud Pública, quien magistralmente abordó en la televisión cómo manejar las pérdidas humanas en tiempos de la COVID-19 y el duelo que presupone en los familiares más cercanos del fallecido.
Según el especialista, duelo es el proceso que sobreviene después de la pérdida. Suele ser largo (por uno o más años), doloroso, de aflicción y cargado de sentimientos, que es parte de lo más lamentable en nuestras vidas, y que al final nos llevará a la calma y a la reconciliación.
Explicó que el duelo no es una enfermedad ni puede verse así, pero sí puede constituir un riesgo para enfermar, y en el peor de los casos pudiera requerir de tratamiento terapéutico. Por tal motivo recomendó no medicarse ante ese dolor, porque lejos de ayudar, de generar alivio alguno no se conseguirá olvidar ni se encontrará solución al problema.
Además, apuntó que a diferencia de las muertes por
enfermedades crónicas, en personas que por determinado padecimiento o avanzada edad se espera su pérdida, en estas, causadas por el coronavirus, y más en hombres, mujeres y niños que llevaban una vida sana, con muchos sueños y esperanzas, el impacto suele ser mucho mayor para sus allegados.
Expresó que por inesperado es más doloroso. Y sugirió no ser tan duros con nosotros mismos, pues informados de la agresividad de la COVID-19 en todo el mundo, lo mejor es pasar nuestro duelo en familia, respetando el
desahogo emocional de las personas, y evitando frases vacías como: «No te pongas así, mira que esto pasa», y otras más inoportunas.
El especialista aconsejó que lejos de cambiar de casa, de trabajo, o cambiar las cosas que recuerdan al fallecido, es mejor una forma de homenaje, de tertulia sobre sus gustos y manías, escuchar su música, poner a la vista su foto acompañada de flores, y hasta si se desea, crearle una especie de altar en la vivienda.
Consideró que muchos de los grandes pesares asociados a la muerte de nuestros seres queridos en esta etapa vienen dados porque no todo doliente ha podido despedirse ni ver al familiar por última vez, como ocurrió con el padre de Germán Leiva Terán. Por eso, quizá recomendó los versos de René Trossero, por ese gran sentido de respetar los destinos de los muertos y dejarlos ir en paz.