Alejandro Companioni Rodríguez, con solo cuatro meses de experiencia laboral, asumió la responsabilidad de primer químico en los días en que la COVID-19 se adueñó del central Uruguay. Autor: Lisandra Gómez Guerra Publicado: 23/03/2021 | 09:32 pm
JATIBONICO, Sancti Spíritus.— En la mismísima barriga del central Uruguay aparecieron los primeros síntomas catarrales. Bastó una advertencia para que todo el colectivo se pusiera sobre aviso. Sabían que ni tan siquiera las poderosas cuchillas trituradoras de la mole de hierro pueden con la COVID-19.
«Por suerte tenemos percepción de riesgo y se aisló enseguida al compañero del área de Purificación. Si no, hubiera sido peor», asegura Daniel Rodríguez Borroto, jefe de turno integral del llamado grupo de Majagua, «el Juvenil», apodo ganado por la edad predominante.
Recuerda cada detalle de la tormenta que azotó al coloso jatiboniquense el 14 de febrero, tras la confirmación de la sospecha: en el Uruguay está el virus. Los carros que desembarcan la caña, la estera, la desmenuzadora, las calderas, los clarificadores, el laboratorio, el comedor, las oficinas… «Todo fue desinfectado —insiste—. A los 860 trabajadores de la industria se les hizo PCR dos veces. Detectar a enfermos y cortar la transmisión sin parar la molienda era la meta.
«Se habló con los muchachos del turno de Majagua para que dieran el paso al frente. Todos aceptaron. En la medida en que los resultados iban llegando se incorporaron otras manos. Hubo su miedo por momentos, pero se fue de frente», dice Noel Sánchez Armas, joven líder del área Molino-basculador.
Junto a las válvulas humeantes, calderas y filtros estuvieron hombres y mujeres forrados hasta los dientes de blanco y verde. Restricción de movimiento en cada área, exigencia de extrema higienización de las manos y pisar fuerte los pasos podálicos aderezaron el cansancio de tres jornadas laborales consecutivas de alrededor de 16 horas en el corazón del Uruguay.
Pasado el peligro se contabilizaron 29 personas contagiadas con SARS-CoV-2 (19 directos y diez intradomiciliarios) a partir de este evento de transmisión institucional, el primero abierto en el actual rebrote de Sancti Spíritus.
«Cumplimos con el compromiso de no parar la zafra y sacamos la cara por los trabajadores que vivían la peor parte», alega Rodríguez Borroto.
Entre pipetas y tubos de ensayo
Una de las primeras búsquedas epidemiológicas investigó con lupa al Laboratorio, punto de convergencia de todos los flujos del proceso industrial. Otra vez la suposición se hizo realidad. Entre los primeros 20 PCR, el primer químico del coloso dio positivo. Luego otros siete trabajadores lo acompañaron. Se convirtió esa área en la más afectada.
«Siempre estuve asintomático. Tanto así que salí de aquí pasada las seis de la tarde y me avisaron una hora después. Fue muy difícil porque pensé en mis padecimientos, mi familia y la responsabilidad que dejaba atrás», refiere Salvador Pizarro De Rojas, reincorporado ya a su labor, imprescindible para mantener la buena salud de la fábrica.
Mas la COVID-19 no aguó la zafra. El Laboratorio se convirtió en albergue durante más de diez jornadas. El adiestrado Alejandro Companioni Rodríguez se vistió de etiqueta y asumió la evaluación de cada muestra.
«Me tocó aprender a las malas. Solo llevo como egresado de Ingeniería Química cuatro meses y debí controlar y hacer análisis específicos de todo el proceso azucarero como lo hace mi mentor, Salvador. Fueron días estresantes, ya que la dinámica del trabajo se rompió. Estábamos muy tensos porque no sabíamos si el virus aún seguía aquí, aunque fue tanto el cloro que todavía cuando entro siento una sensación rara. A eso súmale la preocupación por nuestros compañeros enfermos y por nuestras familias».
Desde una de las camas del Hospital de Rehabilitación Doctor Faustino Pérez, de Sancti Spíritus, Salvador siguió cada paso de su alumno. Teléfono en mano aclaró dudas. El trabajo en equipo y a distancia resultó un catalizador efectivo.
«Por suerte Alejandro ya había trabajado algo, pero asumir una responsabilidad de ese tipo merece mucha admiración. Demostró ímpetu y deseos de aprender», acotó mientras que con la mirada supervisa cómo analiza la polarización del grano.
Otros contagios
La COVID-19 no ha sido la única prueba de fuego en este período para el mayor orgullo de Jatibonico. Le ha resultado imposible «curar» desde la arrancada la baja molienda, como a su homólogo el Melanio Hernández, de Tuinucú.
«Presentamos insuficiente abasto cañero por la falta o llegada tardía de recursos esenciales, como neumáticos y baterías. Pero a lo negativo le hemos sacado lo positivo: aprovechamos cada hora de parada para fortalecer la maquinaria», explica Daniel Rodríguez Borroto, líder juvenil en ese colectivo.
Dicha realidad lo mantiene en vela porque, como en toda industria, basta un mal para que se sucedan otros muchos: «Como sector empresarial, no estamos exentos del pago de utilidades, que puede estar deteriorándose por concepto de gastos, ya que tenemos todo el tiempo contratados servicios a terceros con precios que subieron considerablemente. Aunque nos beneficiamos con la eliminación de la doble moneda porque nuestro producto final —el azúcar crudo— vale 24 veces más, habrá que ver qué dicen los números a finales de este mes».
Otro talón de Aquiles por no moler 24 horas ininterrumpidas, a la vieja usanza de las zafras, se relaciona con la energía eléctrica: «Para autoabastecernos energéticamente al ciento por ciento tenemos que moler 16 o 17 horas y muchas veces no lo logramos. Incluso, de hacerlo hay que pagar una suma altísima de dinero por ese servicio», agregó antes de salir a supervisar las labores de mantenimiento en un día «muerto» por falta de combustible.
Como consuelo al insuficiente abasto cañero que arrastra la zafra espirituana se decidió a nivel de país que lleguen desde tierra avileña cerca de 80 000 toneladas de caña.
«Así cumpliremos el plan, tras reprogramar la zafra», informó a la radio provincial Aselio Sánchez Cadalso, director de la Empresa Azucarera Sancti Spíritus.
Cada parada de la mole de hierro es aprovechada para fortalecer a la industria. Foto: Lisandra Gómez Guerra.
Otra vez el coloso jatiboniquense se alimentará con caña foránea, y aunque no es la «cura de caballo» a sus males, sorteará parte de las secuelas de tan incómodas materias extrañas con las que esta zafra se ha enfrentado. Por supuesto, su principal motor han sido los enamorados del olor y sabor a azúcar, quienes redoblan esfuerzos para apuntalar donde ebulle todavía la idiosincrasia de Cuba.