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Los dolores de una familia (+ Videos)

Además de los malestares físicos y la zozobra por la propia vida, el dolor de contagiar a la familia es lo más difícil de superar cuando se enfrenta una pandemia

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— En la primavera de 1853, el decimotercer vicepresidente de Estados Unidos por el Partido Demócrata, William Rufus King, vino a Cuba a reposar en el aire limpio de la ciudad de Matanzas, pues padecía de tuberculosis.

Las alturas de La Cumbre, en el actual Consejo Popular Versalles, contaba en aquella época entre sus pobladores con el norteamericano William Scott Jencks, quien le brindó al amigo enfermo su residencia de dos plantas para que respirara la brisa marina y pasara sus días de convalecencia.

Cerca de ese sitio histórico vive la pareja de Marilyn Leyva Quesada y Wilmer Góngora Sosa. Ellos, también convalecientes, se recuperan en su casa tras regresar del centro de aislamiento del hospital Mario Muñoz Monroy, donde permanecieron 14 días, diagnosticados como positivos al SARS-CoV-2.

Hasta su vivienda en La Cumbre (aún en construcción) fuimos a contactarlos esta semana y sentimos esa brisa única, privilegio de estar frente a la bahía. Conversamos en el patio a una distancia prudencial, cerca de un ciruelo deshojado al que no le caben más frutos verdes.

Volveré a mi rutina

Wilmer, de 42 años de edad, es trabajador por cuenta propia. Como masillero se dedica a hacer enchapes y fabricar piezas ornamentales. Según cuenta, estuvo trabajando en casa de una vecina hasta el viernes 21 de marzo y en su casa hasta el sábado 22, día en que lo vinieron a buscar como caso sospechoso.

——Antes de ser positivo, ¿veías el virus como algo que no iba a trascender o estabas informado?

En ese momento nadie tenía mucho conocimiento del virus ni de los síntomas en los primeros días. Como mi trabajo lleva esfuerzo físico, los dolores musculares no me llamaron la atención porque los padezco mucho. Al segundo día tuve fiebre por la noche y al amanecer, sin dolor de cabeza, seguí trabajando. 

«Entonces empezó mi esposa con los mismos dolores musculares. Ella lo cogió más fuerte que yo y se sentía peor; no se podía levantar de la cama. Pensaba que estábamos incubando un catarro, pero a mi yerno lo ingresaron y le dieron el diagnóstico de positivo. Hasta ese momento, no sabíamos lo que podíamos tener.

¿Qué información tenías entonces?

——Poca, porque éramos los primeros casos en Matanzas. No existía la experiencia de hoy sobre la evolución del virus. Ahora sí sabemos todos los problemas que trae y hay que tomar más medidas, porque esa enfermedad está complicando al mundo entero. Yo que al año cojo pocas vacaciones y siempre estoy trabajando, esta vez tuve que descansar obligatoriamente. De todas formas, mis proyectos siguen: Cuando me den el alta médica seguiré con mi trabajo.

¿Cuál fue el momento más difícil?

—Cuando nos dijeron que éramos positivos. Ya estábamos ingresados. A mi hija mayor, Arisleidys, la recogieron en casa de su mamá y de aquí nos llevaron a mis otros dos hijos, a mi esposa y a mí.

«La familia estaba sola en una sala del hospital. A la mayor le aparecieron los síntomas después que a nosotros, a pesar de haber tenido más contacto con el novio, que fue el primer positivo. A ella la separaron el domingo del grupo por ser el contacto más directo y pensamos que seguro era positiva. Las pruebas las hicieron ese día y el resultado de ella estuvo el martes. El miércoles llegaron el de mi esposa y el mío. Todo eso nos impactó mucho, además del susto por los niños.

«Luego nos separaron de ellos. Mi niña de seis años, Katherin, es muy apegada a nosotros, al igual que Wilmer, de 16, y se iban a quedar solos. Fue duro. Luego trajeron también a la hijastra de mi hermano y los suegros de mi hija mayor, y por suerte todos dieron negativo.

«No sabíamos qué hacer. Estábamos como locos, atados de pies y manos. Optamos por explicarle a la hijastra de mi hermano cómo tenía que evolucionar con los niños, sobre todo con la pequeña, que nunca había estado fuera de nuestro entorno. Ya llevamos un mes con ese miedo y las precauciones, pero estamos saliendo adelante».

¿Cómo fue la separación para los niños?

Principalmente preparé mucho a la niña; le expliqué que nos iban a hacer una prueba para saber qué enfermedad teníamos. Desde el inicio me comuniqué mucho con ella, previendo lo peor. Estaba emocionada, imagínate, pero el que lloró fui yo. En mi vida, esta es una de las cosas que más me ha aflojado los sentimientos; lloré como si hubiera fallecido un familiar querido. Estaba impotente, no sabía a qué atenerme. El consuelo mío fue darle gracias a Dios por lo que sucedió con los niños y por la ayuda de la hijastra de mi hermano».

Si estuvieron en contacto permanente con los niños, ¿cómo se explica que no los contagiaron?

—Es una rareza. Pienso que fue gracias a Dios porque eso no tiene otra explicación. Mi niña es muy apegada y hasta en el mismo hospital ella estuvo a mi lado el día entero, jugando. Quería entretenerla, porque a un niño de seis años no hay quien lo controle en un lugar cerrado. La cargaba en el sillón, jugábamos con el teléfono… Tuvimos un contacto muy directo con ellos.

¿Qué cambió en tu vida?

——Es increíble que ahora fue que aprendimos a lavarnos bien las manos. Yo me las lavaba cuando las tenía sucias y cuando trabajaba, para comer algo, pero en muchas ocasiones no lo hacía porque a simple vista no se veían sucias. Esa costumbre de lavarnos las manos constantemente nunca la tuve. Hoy hago cualquier cosa y por instinto me las lavo.

«El virus nos ha perjudicado en muchas cosas y a su vez nos ha enseñado a mantener una buena higiene. Igual que el nasobuco, que creo va a perdurar porque ese miedo es difícil que logremos sacarlo de nuestra mente tan fácil. Me sentiré más seguro si trabajo con nasobuco y también a la hora de comunicarme con las personas. En cuanto al saludo, demorará que volvamos a saludarnos con la efusividad de antes, cuando nos besábamos y abrazábamos mucho».

Y a tus niños, ¿ya los besaste?

—¡Ni los he visto! Desde hace un mes están con sus abuelos paternos, mis padres, como a cinco cuadras.

¿No te ha tentado verlos, aunque sea de lejos?

—Aunque pienso mucho en ellos, solo hablo por teléfono. Aquí en casa me paro en el portal y a veces camino por el jardín, cogiendo un poco de Sol o tendiendo la ropa y los nasobucos, pero lejos de la calle. Los vecinos me saludan desde la distancia. Mi hermano sí visita a los niños y me cuenta cómo los ve de ánimo.

¿Cómo han sido las manifestaciones de los vecinos?

—Después que ya dimos negativo y salimos del hospital hemos recibido su ayuda; se han preocupado por todo. La del fondo me dio un grupo de nasobucos y todos en general se han portado muy bien, solidarios. Un médico que vive cerca viene todos los días y conversa un rato.

¿Qué recuerdo te llevaste del hospital?

—Allí hay un equipo muy profesional. Al principio éramos pocos los hospitalizados y había un solo médico, Renier. Al pasar los días se fueron llenando las salas y entró Frank Abel, el intensivista. Solo tengo elogios y la mejor opinión. Trabajaban sin miedo, sin hora, siempre preocupados, explicándonos con detalles. De verdad que están enfrentando riesgos las 24 horas.

¿A qué le temías?

—Estaba presionado porque llegaban otros ingresos; sentía el malestar de los medicamentos y tenía miedo a contagiarme de nuevo. Es un virus nuevo y desconocido. Te advierten sobre todos los cuidados que hay que tomar y las personas empiezan a entrar como en pánico porque no sabes lo que puede suceder.

«A mi mente no venía ninguna imagen feliz. Pensaba mucho en cuando me dieran el alta, cómo tendría que interactuar con los niños, y actualmente todavía tengo esa duda».

¿Cuándo retornan?

—Tengo que preguntar a los médicos porque, para serte sincero, a uno le queda ese bichito de la preocupación. Ya terminamos los 14 días de aislamiento en la casa. Me imagino que después que ella termine con el ciclo de las inyecciones, quizá regresen los niños.

¿Físicamente cómo te sientes? ¿Ha cambiado algo?

—Me siento normal, pero quiero estar seguro de que todo esté negativo. Siento la debilidad propia de muchos días inactivo, porque siempre estoy haciendo algo y luego de tantos días sin trabajar el cuerpo tiene que volver a adaptarse poco a poco. La cuarentena la he llevado estrictamente, como se debe hacer. La doctora vino días alternos a inyectarnos el interferón y tomamos una píldora durante diez días.

¿También hiciste colas antes de resultar positivo?

—Este virus es preocupante y de verdad está cobrando muchas vidas. Las personas ven lejos el problema hasta que toca a alguien cercano. Con la experiencia que he pasado, es difícil que no cumpla todas las medidas. Al que pueda alertar, lo hago, le doy consejos. Antes sí compré en los mercados y había aglomeraciones dondequiera. Hoy no haría colas hasta que esto no se aplaque completo; les he cogido respeto. Me parece que es mejor regularse un poquito a la hora de comer que estar enfermo.

— Tenía entendido que no te habías animado a donar plasma…

Cambié de idea porque uno tiene que pensar en los demás; estoy seguro que alguien se va a beneficiar y quizás hasta salve alguna vida. Me han dicho que se emplearía en los enfermos graves y eso me llena de satisfacción, teniendo en cuenta que fui positivo y en caso de haber estado grave pude haber necesitado ese plasma de otro donante. Mi esposa no pudo donar por no contar con el peso requerido.

 He sufrido mucho

Marilyn Leyva Quesada, de 36 años de edad, es una mujer delgada. Aunque es buena conversadora, cuando habla de sus niños las pausas y silencios momentáneos revelan a una mujer dolida.

«He sufrido bastante. He llorado mucho de tanto que los extraño. Nunca nos habíamos separado. A veces en la casa me pongo a mirar sus cosas de la escuela, sus juguetes, y los extraño más. Te confieso que en ocasiones he sentido sus voces como si me llamaran para jugar.

«Espero con ansías el momento de reunirnos de nuevo y que vuelvan las cosas a la normalidad. Mis niños son muy alegres. Aquí vivían jugando todo el tiempo con nosotros; nos llamaban para cualquier cosa. Extraño la diversión en casa con ellos dos. A veces me sentía mal y ellos se acercaban a preguntarme, se preocupaban.

«El que ambos dieran negativo fue la noticia que nos dio el mayor aliento en el hospital, lo que nos levantó para seguir luchando. Tenía mucho miedo. No sabíamos cómo reaccionarían a esa enfermedad porque todos los organismos no son iguales. Wilmer, el varón, es asmático, padece de alergias por los cambios de tiempo, es muy delgadito y no le veo fortaleza como para soportar algo tan fuerte, y también Katherin nos preocupaba mucho. Solo pensábamos que podían dar positivos. ¿Y si les sucedía algo?

«Ellos tuvieron contacto constante con nosotros. Me impactó que no dieran positivos. ¿Cómo fue posible? Katherin durmió con su hermana Arisleidys y luego con nosotros; se nos sentaba encima…

«Por el sufrimiento y preocupación que me ha traído esta enfermedad, te aseguro que no haría más colas. Trataría de cuidarme más, de estar alejada de los tumultos en la calle, y veo que a pesar de todas las noticias la gente sigue con indisciplinas.

«No tienen noción del grave peligro que implica esta enfermedad, que mata y eso no es juego. Todas las personas no responden igual al virus. Hay que cuidarse bastante y cumplir con las medidas higiénicas», recalca desde su triste experiencia.

No es un juego

«Este virus no es un juego», nos había dicho Arisleydis, la hija mayor, a mediados de marzo, cuando aún se encontraba en el Hospital Clínico Quirúrgico Docente Mario Muñoz Monroy, convertido en Centro de aislamiento para casos sospechosos y confirmados de la COVID-19 procedentes de Cienfuegos y Matanzas.

«No todas las personas van a reaccionar asintomáticos como nosotros. Algunos podrían complicarse y hasta morir. Eso no es mentira ni es para echarles miedo», alertaba esta joven cardenense, que afortunadamente ya se recupera en casa de su madre.

«Yo trabajaba como camarera de habitaciones en el hotel Memories Varadero, atendiendo a todo tipo de clientes, sin importar qué puedieran tener. Ese era el temor que me acompañaba apenas sentí rumores sobre el nuevo virus. Enseguida solicité vacaciones para precaver y proteger a mi familia, porque en casa tenemos niños y personas mayores, que son más propensos a adquirir la enfermedad.

«Mi novio ya había dado positivo y por tener contacto directo con él yo me imaginé o sabía que lo tenía, aunque no me sentía mal. Para mis adentros me decía que sería un milagro si las pruebas daban negativas.

«Cuando me dieron la noticia, lo primero que me vino a la mente fue mi familia, aunque me pasaron millones de otras cosas malas por la cabeza, como que me complicaría o se lo iba a pegar a mi hermano y mis abuelos.

«Cuando salga no seré la misma. Creo que me limitaré de hacer muchas cosas y cumpliré estrictamente las medidas sanitarias en el trabajo para evitar volver a contagiarme con un virus como este.

«Yo era de esas personas que no les daba mucha importancia a las epidemias, de las que decía que, de todas maneras, si me va a tocar me tocará, hable con quien hable. Ahora me arrepiento y les digo a todos que escuchen y tomen las medidas que informan los medios de prensa.

«A todos los que piensan que no se van a contagiar les digo que no sean ingenuos, porque les puede pasar como a mí. Les recomiendo que se queden tranquilos en sus casas porque el riesgo existe. Yo fui infectada y a la vez comprometí a mis seres queridos; por eso considero que la gran lección es extremar las medidas sanitarias y no salir a la calle sin un motivo verdadero», opina esta joven cardenense.

Como su padre y su novio, Arisleidys está dispuesta a domar su plasma, luego de las pruebas pertinentes en el Banco provincial de Sangre.

— ¿Cómo has pasado la convalecencia?

— Te imaginas que no he podido salir de la casa. He visto mucha televisión en estos días, y esperando que todo pase para ver cómo vamos a rehacer nuestras vidas.

— ¿Qué será lo primero que harás cuando todo termine?

— Iré a sentarme en la arena frente al mar, a relajarme y pensar que nada de esto pasó.

 

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