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La capitana de occidente

Entre las cinco y las seis de la tarde del 15 de febrero de 1898, hace 120 años, dijo adiós a la vida Isabel Rubio. Su impronta, ímpetu tenaz y afán libertario todavía custodian las lomas que la vieron pelear por la libertad de Cuba

Autor:

Dorelys Canivell Canal

PINAR DEL RÍO.— Cuando Isabelita fundó su hospital de sangre y salió a la manigua rodeada de heridos, mujeres y niños, no pensó que hasta hoy sería recordada como la Capitana de Occidente.

Su encargo era proteger a esas personas y cuidar cuanto mambí herido tuviera la causa independentista. Una mujer adelantada a su tiempo diríamos ahora; una mujer capaz de abandonar las comodidades del hogar y entregarlo todo por la patria; una mujer que desde joven simpatizó con los ideales de libertad, e inculcó en sus hijos y nietos su amor por Cuba.

Corría el año 1896. Maceo hacía su entrada en Guane, el encuentro con Isabel Rubio Díaz no podía dilatarse. Por fin tenía ante sí a la señora que se encargara de organizar aquellos predios y hacer una labor proselitista con el fin de aunar fuerzas para la causa.

Una de sus hijas residía en los Estados Unidos y ello le había permitido viajar en varias ocasiones, justo cuando desde allí se planificaba la guerra del ´95.

Su casa, centro de conspiración contra los españoles, era un sitio de referencia en el poblado, pues el seno familiar en el que había sido educada también apostaba por la libertad.

Una vida de entrega

Isabel tuvo estudios en La Habana y después de casarse en 1853 dio a luz a cuatro hijos, dos de las muchachas murieron jóvenes y dejaron a cargo de la abuela la crianza de los nietos.

Mas el temple de esta mujer bastó para amar y educar a los niños, y hacer de su propio hijo varón un médico cuyo conocimiento estaba al servicio de Antonio Maceo.

Pero quizá el mayor mérito de Isabel fue la labor desarrollada entre los jóvenes de Vueltabajo. Al decir de Juan Carlos Rodríguez Díaz, historiador de la ciudad, esta mujer les habla a sus hijos de Carlos Manuel de Céspedes. Se encarga de organizar el Partido Revolucionario Cubano en Guane y Pinar del Río. Hace circular el periódico Patria y la propaganda revolucionaria. Se reúne con los comisionados que envía José Martí. Asiste a reuniones conspirativas en la farmacia de Santa Rita, en las inmediaciones de lo que es hoy el parque Roberto Amarán, allí dialoga con Alfredo Porta, Miguel Blanco, Leandro González Alcorta.

Destaca el historiador que fue excelente en labores de inteligencia y que su magisterio político y social le permitió formar una conciencia patriótica, cívica y política en esa juventud que se levantó en armas tras la llegada de Maceo, dígase Los Murrieta, Policarpo Fajardo, los Hermanos Lazo, los Quintana, los Pimienta, los Báster, los Abascal, los Pérez, muchos de los cuales terminaron la guerra con grados de coronel y comandante.

El difícil periplo

Cuentan que al atardecer del 20 de enero de 1896 el Titán visitó la casa de Isabel y ante los reclamos de las personas más allegadas de que marchara al exilio, dijo con total resolución: «Necesito practicar lo que propagué».

El 21 de febrero deja el hogar acompañada por un grupo de mujeres y niños. Consigo lleva cuanto recurso le ayude a salvar vidas, incluyendo las medicinas de la farmacia de su propiedad. A pesar de la edad salió a la manigua y logró avanzar como nadie sin ser capturada por las tropas españolas que la persiguieron durante meses.

Pasa por Catalinas de Guane, de allí marcha a Morón, a la hacienda Santa Lucía, El Barrigonal, sitio en el que recibe oficialmente el grado de Capitana de Sanidad. Maceo le ordena reasentarse en la zona de El Brujito, ubicada al este de la provincia.

Pero son días difíciles, la travesía es a pie, bajo su mando van enfermos, heridos, niños. La comida escasea y a más de uno ha salvado Isabelita con sus conocimientos de la medicina natural.

Atraviesa la Calzada de La Coloma, Punta de Palma, y la línea férrea al este de Los Palacios. Tras la orden de contramarchar por el acose de las tropas enemigas va hasta Sabana de Maíz, y de allí a las Lomas de Serrano.

Para esta fecha ya los españoles han llegado a las montañas, el propio Weyler está en Los Palacios. Isabel no tiene más de 25 o 40 personas entre camilleros y auxiliares. En noviembre de 1897 lleva el hospital a Las Aguadistas, muy próximo al Pan de Guajaibón. Van hasta Seborucal por alimentos y provisiones. En la loma La Gallarda, cerca de San Diego, es asediada.

Increíblemente el hospital es encontrado en el monte al sentir los gemidos de un buey que han sacrificado para alimentar a los heridos.

Con gran valor y arresto Isabel ha salido hasta la puerta del bohío con la petición de que no abran fuego ante la composición de su hospital. Antes de terminar la frase, una ráfaga de tiros destroza una de sus piernas.

La masacre fue inevitable. En la misma carreta han cargado a los muertos, a los asesinados, a los heridos y a los niños. Isabel va entre ellos. Su tez fina se ha oscurecida por el sol, las manos agrietadas y las ropas maltrechas por la guerra.

En San Diego no pudieron impedir que la infección de su herida se propagara. Está débil, sin fuerzas, pero aún sabe lo que quiere. Es trasladada al Hospital San Isidro, donde no se le permite a su hermano, un reconocido médico de la época, atenderla.

Solicita un abogado y desde su lecho de muerte dicta el testamento, ya sin ánimo siquiera para firmarlo. Su primera disposición: ser enterrada con las ropas de su uso, o sea, las que la han acompañado desde que dejara el hogar.

Isabel tiene 60 años, pero parece mayor. La dureza del monte ha curtido su cuerpo, mas solo ha acrecentado su dulzura.

Entre las 5 y las 6 de la tarde del 15 de febrero de 1898 dijo adiós a la vida. Su impronta, su ímpetu tenaz y su afán libertario, todavía custodian las lomas que la vieron transitar.

*Con información contenida en los artículos publicados en el Suplemento Nuestra Historia no 20. Abril–Junio de 1987.

Artículos presentados en el evento científico 150 Aniversario del natalicio de Isabel Rubio, 4 de julio de 1987.

Aunque no existen documentos probatorios de que Isabel y Martí se hubieran encontrado alguna vez, la tradición oral y cartas del Apóstol permiten afirmar que este conocía de su labor en el Occidente. 

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