El Mayor General Ignacio Agramonte cayó en combate el 11 de mayo de 1873 en la localidad de Jimaguayú Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:47 pm
Camagüey.— El Mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz ha merecido por su fecunda historia y leal proceder múltiples calificativos honrosos.
A 141 años de su caída en combate en el Potrero de Jimaguayú, en el municipio de Vertientes, de esta provincia, lugar donde encontró la inmortalidad, me atrevo con esta pluma verbal y agramontina «de pura sangre», ilustrar sus disimiles nombramientos, durante más de una centuria.
Su figura no ha quedado minimizada. Fue tanta la epopeya de este abogado—mambí que la posteridad lo inmortalizó.
Resulta que además de lo anterior una cualidad muy natural también lo identifica y clasifica de exclusiva, pues a los lugareños de esta ciudad, como a muy pocos en el mundo, se les denomina además de camagüeyanos y camagüeyanas, agramontinos y agramontinas. A la vez que a Camagüey, ciudad natal de Agramonte, la Tierra de El Mayor.
Dialogar acerca de este excelso hombre adquiere un matiz singular, pues desde su etapa independentista y hasta nuestros días recibió varios atributos.
El más famoso sin duda alguna ha sido el de «El Mayor». Cuenta la historia que este fue nombrado el 9 de julio, de 1873, por el brigadier norteamericano Henry Reeve.
Entre los calificativos dignos y merecidos destaca el que se lee en algunos partes militares, a partir de mayo de 1869, firmados por Agramonte como «El Mayor General» y luego aparecía su nombre.
Le sigue en la larga lista de renombres el que le impuso su ayudante y miembro de su escolta, el capitán villareño, Ramón Roa Garí, quien lo definió en 1873 como un «Hombre de hierro».
Para el patriota y periodista Ignacio Mora de la Pera, Agramonte fue «La mejor figura de la revolución», esto ocurrió el 11 de junio de 1873.
Durante el año de su caída en combate, el 11 de mayo 1873, la figura casi legendaria de este prócer generó otros apelativos, como el escogido por el presidente de la República de Cuba en armas, Carlos Manuel de Céspedes, el 8 de julio: «Heroico hijo».
Igualmente el doctor Félix Figueredo Díaz, brigadier y jefe de sanidad del ejército oriental lo nombró, 15 días después al referido por el Padre de la Patria, «Ídolo de los camagüeyanos» y el generalísimo, Máximo Gómez Báez, en ese propio mes lo enalteció como el «Futuro Sucre cubano».
A finales de esa centuria el periodista camagüeyano, Ricardo Correoso y Miranda publicó, el 18 de mayo de 1887, en el periódico «El Machete», un atrevido artículo que lo honró—pues la isla aún estaba sometida bajo el yugo de España—, designándolo como el «Ilustre abogado» y como un «Washington cubano».
Brillan entre tantos los referidos por el Héroe Nacional, José Martí, desde el 10 de octubre de 1888, estando en Nueva York, «Diamante con alma de beso», o la expresión estremecedora que lo magnificó: «Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella».
Justamente a 26 años de su muerte, el camagüeyano y coronel de la guerra de independencia de 1895, Manuel Ramón Silva y Zayas, lo aclamó como el «Mártir de Jimaguayú». En esa propia fecha Ramón Silva lo ratificó con tres epítetos más, «El libertador», «Titán» y «Campeón de la libertad», mientras que en el periódico habanero La Verdad, apareció como «Egregio Caudillo», en un artículo dedicado a rememorar el aniversario.
Otro reportero, Manuel de la Cruz Delgado, escolta de Agramonte, lo conceptuó, a principio del nuevo siglo, el 20 de mayo de 1902, como el «Insigne paladín» y el «Arquitecto de la revolución». Para los veteranos de la guerra de independencia él siempre fue el «Paladín de la vergüenza» y el «Apóstol inmaculado», y para el brigadier cubano y escritor, Enrique Collazo Tejada, fue un «Salvador de la revolución» o como lo describió, el 21 de febrero de 1921, «Coloso genio militar».
Mas el estadista y patriota cubano, Manuel Sanguily Garrite, el 30 de agosto de 1917, lo invistió con realce continental y universal, al nombrarlo como «Un Simón Bolívar».
Pero, para todos lo cubanos de ayer y de siempre, Ignacio Agramonte fue, es y será, «El Mayor». Tal cual lo describió el cantautor cubano, Silvio Rodríguez Domínguez, en su poética pieza musical, El Mayor, justo al cumplirse un siglo de su caída en combate, en 1973: «Va cabalgando el Mayor con su herida/y mientras más mortal el tajo es más de vida. /Va cabalgando sobre una palma escrita, y a la distancia de cien años resucita».