Foto tomada en Angola donde Fernando (segundo a la derecha) se asoma sonriente. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
La casa vive un ambiente inusual. Lauren Gabriela Saker Monzón intuye que pasa algo importante. Sigue a su padre con la mirada. No se aguanta y le pregunta. Homero Saker Rivero le explica por qué se sienta en el patio con ese álbum de fotos… «¿Tú te acuerdas de tu tío Fernando?» Y la niña no lo deja terminar la frase: «Sí, mi tío que “cumple” mañana», y se va para dejar a su padre compartir recuerdos entrañables.
Para Homero hoy es un día muy importante. Su amigo Fernando González Llort cumple íntegramente la condena y es normal que le llegue a la memoria mucho de tanto tiempo compartido. Se conocieron en el preuniversitario, pero fueron los seis años de la Universidad, en el Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa (ISRI), el grupo de amigos que se juntó allí, y luego los años en Angola, lo que cimentó una relación mantenida más allá de los silencios, más allá de casi 16 años del injusto encierro de Fernando.
Nos devela a un Fernando de pocas palabras, pero de análisis muy profundos. Como si no hubieran pasado tres décadas, recuerda los trabajos de finales de curso, la inclinación de su amigo por la economía —Fernando se graduó con diploma de Oro del ISRI, en la especialidad de Relaciones Económicas Internacionales—, la admiración por Fidel, las fiestas en las que compartieron, el tiempo de misión internacionalista, que los hizo madurar a todos…
«En aquella época, Fernando nos sorprendía a todos con sus análisis de los procesos económicos que vivía América Latina; el llamado milagro chileno, por ejemplo», comenta quien reconoce que en ese grupo fue uno de los que tenía siempre la máxima puntuación.
Como si ahora no estuviera en el patio de su casa, como si hubiera regresado al aula, a las discusiones de aquella época, fija su mirada en un punto lejano y sentencia: «Tú tienes que buscar a Fernando en lo que lleva análisis, en lo que se necesita profundizar».
Cuando habla, su amigo no está viviendo las últimas horas en la prisión de Arizona, está frente él: «Fernando es un hombre tal y como se ha comportado en estos casi 16 años de prisión; un hombre que te mira así y ahí está (…) un hombre de pocas palabras pero cuando te decía, era lo exacto… Ese es “el Fernan”…».
El grupo de los fakires
Mil historias flotan mientras cae la noche, mientras Giselle da vueltas para que su esposo se sienta apoyado, mientras Lauren anda cerca, pendiente; y Kiara, la mascota, no se está quieta.
Del grupo del ISRI, Homero recuerda que se creó un subgrupo por afinidad, por criterios políticos, por ideas compartidas de cómo se debían hacer las cosas. Ese subgrupo que siempre andaba junto, que coincidió en Angola, fue bautizado allá por Andrés, uno de los compañeros —fallecido prematuramente—, como «los Fakires». El hombre que conversa con JR sonríe y uno puede adivinar que se acuerda de muchas travesuras. Precisamente ellos eran los encargados en Lubango de las actividades deportivas y culturales. Fernando se sumaba y siempre aportaba ideas e inteligencia.
Como si previera la sospecha, porque estamos hablando de un ser humano, pero esencialmente de su amigo, del Fernando que el conoció, Homero apunta: «Disciplinado implacable, no porque sea Fernando del que estemos hablando hoy, es que es la verdad. Si estuviéramos hablando de Andrés, te diría que era un desastre (de los buenos), pero era el que nos hacía reír, era otro tipo de persona…»
Vuelve al álbum de fotos. ¡Se ven tan jóvenes! Busca a Fernando y ahí está, sonriendo con sus amigos «los Fakires». Homero recuerda cada detalle de las instantáneas. Habla del mismo ser del que escribí hace unos días y al mismo tiempo es otro, porque este nos lo cuentan desde la complicidad del hermano. Desde esa perspectiva, tal como intenta hacernos ver, el hijo de Magali Llort ciertamente se engrandece aún más, si eso es posible.
Expresión profunda de su generación
Aunque siente que es muy merecida la condición de Héroe de la República de Cuba, algo que lo enorgullece a él y a todos los del grupo, habla de Fernando con esa cercanía y lealtad que solo es posible desde los sentimientos verdaderos, desde la vivencias que te marcan en la juventud, desde la memoria cierta. Fernando ante los ojos de Homero, un hombre de 1,80 que recuerda exactamente la estatura del Fernan y marca la diferencia en su cuerpo, se ha hecho aún más inmenso.
«La gente de nosotros, con la que trabajo en el Minrex, imagínate… Nosotros cuando empezamos a hablar de Fernando, el hombre, el amigo que estuvo con nosotros durante tantos años y de momento te lo quitan, te lo sacan del aire, te lo meten preso…». Homero respira, le duele la suerte de su amigo y al mismo tiempo se enorgullece de su sacrificio.
Como si adivinara que su padre vive un trance difícil, la pequeña Lauren llega con un vaso de agua salvador, lo pone sobre la mesa y deja un beso en su mejilla, como si le dijera: «Yo puedo entender lo que significa el tío Fernando». Vuelve a desaparecer y Homero continúa: «… Y entonces Fernando se convierte en una expresión muy profunda de lo que representa nuestra generación en este proceso».
«No te imaginas el orgullo que siente uno, como amigo cercano, de haberlo visto resistir, porque hay gente que no resiste, hay gente que se raja, que se dobla, que no mantiene la defensa de lo que piensa. Sin embargo, él hizo ese sacrificio, que le dio la oportunidad, el privilegio de demostrarle al mundo, a Cuba y a nosotros, su calidad humana y de la formación que recibió», y sus ojos estrenan un brillo de humedad, sin que su corpulencia o las precauciones por su reciente operación de la vista puedan contener la emoción.
Vuelve a la descripción, como si quisiera que para cuando Fernando llegue, aún no se conoce cuándo, los cubanos sepan más del héroe, pero sobre todo del amigo.
«Un hombre muy valiente… y los amigos también tienen divergencias y discuten, porque si no, no son amigos…», asegura y comenta un hecho que no sabe si Fernando se acordará, pero para él, aquel encontronazo en Angola fue importante.
«Él no entendió algo que yo hice y no esperó ni dos minutos y me llamó: “Oye, Homero, tengo que hablar contigo. Me pasó esto… no entendí por qué”, recuerda y esa actitud valiente, de ir enseguida a conversar, fue imborrable.
«Yo le expliqué… le di la razón. Un hombre que defiende a los amigos de forma valiente, que no está escondiéndose (…) Yo no pensé que él se fuera a contrariar. ¿Después?: más amigos todavía», sonríe y tal vez piense en que quizá pronto puedan revivir aquel instante.
Fernando está vivo y me dice algo
Por esos azares de la vida resulta que las madres de ambos hombres también fueron muy amigas sin saber que sus hijos llegarían a serlo de un modo tan profundo. Resulta que Fernando se sintió muy cercano al padre de Homero, alguien con quien se identificó y que los educó a todos.
En un punto siente la necesidad de comentar que hay un grupo de valores comunes para los Cinco.
«Si para mí son admirables los valores políticos del Che o Camilo, a quienes yo no conocí, entonces qué te puedo decir de Fernando, que es mi amigo (…) A través de su sacrificio quedan reflejados los valores de mi generación, que tenemos 50 años; son valores que me reconfortan y me hacen pensar, reflexionar sobre cuál debe seguir siendo mi papel… y Fernando es lo que es y está vivo y me está diciendo algo», asegura y se queda sin aliento.
Su rostro se ensombrece con un cálculo simple, una cuenta que le duele, pero que es tan cierta como que este 27 de febrero Fernando habrá pasado inmerecidamente 15 años, cinco meses y 15 días en prisiones estadounidenses.
«En lo que él estaba preso yo cumplí tres misiones diplomáticas, yo tuve a mis dos hijos… Fernando no ha podido».
Se hace el silencio, que rompe con un «quiero aprovechar para aprender de sus experiencias en los últimos 16 años».
Y en medio de la emoción suelta una de las frases que más se parece al ser humano dibujado por su voz: «Después que llegas a entenderlo y disfrutar de su amistad y su entrega a la Revolución, Fernando es el hombre que tú siempre quieres tener a tu lado como amigo, como combatiente».
Homero se queda con su álbum de fotos, con el brillo húmedo en los ojos, con los recuerdos que espera pronto poder revivir juntos. Homero Saker Rivero, se puede adivinar, como la familia, como el resto de sus amigos, como Lauren Gabriela, como el alma de esta tierra, está contando las horas.