Esta agrupación, de la Universidad avileña, se propone investigar las tradiciones autóctonas y bailes de las comunidades asentadas en el territorio
CIEGO DE ÁVILA.— Son las seis de la tarde y pronto la noche será la dueña del lugar. Entonces apareció el conjuro. Al toque de música y los bastones de combate, los dioses bantúes bajaron a tierra. Durante horas los orishas se adueñaron del gran pasillo y convivieron entre los mortales.
Ajenos al mundo, dos pueblos, el mayombe y el luambo, se preparan para luchar. Están formados en filas. Los bastones chocan contra el piso, primero a un ritmo de advertencia y luego en tono de muerte. La música despierta y entonces los guerreros se abalanzan unos contra otros. Es una espiral de violencia, que nadie piensa cuándo terminará hasta que se escucha una voz: «¡Alto! Muy bien, todos a su lugar».
Acabó el acto. Los guerreros han desaparecido y en el pasillo quedan sus actores, unos jóvenes jadeantes. Son los integrantes del Conjunto Artístico Telón Abierto de la Universidad Mayor General Máximo Gómez Báez, de Ciego de Ávila.
El coreógrafo Juan Carlos Hernández Poll, «el Tinta», da nuevas instrucciones. Insiste en los pasos. «Es así, con fuerza», dice mientras él hace los movimientos. Los muchachos asienten buscando las claves del secreto bantú. A una orden vuelven a formarse las filas. Se limpian el sudor y aguardan por la música. Los dioses aún están con ellos.
Las claves de la danzaEl profesor José Félix Rópeda Pasos, director y fundador de Telón Abierto, observa el ensayo apoyado en uno de los bastones. «Este es un nuevo montaje —explica. Son bailes congos, provenientes de la etnia bantú. Lo hacemos a partir de la experiencia de “el Tinta”». Aún estamos en la investigación, y sobre todo en interpretar la historia».
«El Tinta» guía los movimientos mediante el chasquido de los dedos y con una voz metálica, muy diferente del tono discreto con que explica la coreografía en un momento de descanso.
«El número representará un enfrentamiento entre los mayombes y los luambos, semejantes en su cultura y origen, incluso con un mismo destino, y sin embargo se enfrentan pese a ser hermanos. He tenido que asistir a muchos bembés para estudiar los bailes. Cada orisha tiene sus gestos y movimientos. Y eso hay que incorporarlo».
Creado en 1997, Telón Abierto apareció no solo con la intención de incentivar el movimiento artístico en la Universidad avileña. Entre sus propósitos está investigar las tradiciones autóctonas de comunidades asentadas en el territorio y que muestran sus ritmos originales.
La primera prueba fueron los bailes campesinos. Entre 1997 y 1999, Rópeda y los integrantes del Conjunto viajaron hasta el poblado de Majagua. Allí, junto con los pobladores y los miembros de los bandos Rojo y Azul, los muchachos aprendieron los pasos y los distintos giros de los bailes guajiros. Lo mismo ocurrió con los bailes jamaicanos y haitianos.
«Nos interesaba estudiarlos —cuenta Rópeda. En los bailes campesinos es importante la historia. Sobre el relato se monta el tipo de paso: una caringa, la chindonga o el Ana Pepe. Las danzas afroantillanas son otra cosa. El cuerpo completo trabaja y se necesita agilidad. Al final, el volumen de información recogida para montar un número es grande. Eso nos pasó el año pasado con Homenaje a una joya, en el que se interpretaron bailes y cantos haitianos. Procesamos los datos y lo presentamos como una investigación al evento científico de la Universidad».
Persisto y aquí estoyEl 22 de mayo Telón Abierto cumplió 12 años. En su historia, dentro del trabajo de extensión universitaria, se encuentran la participación en los Festivales de Artistas Aficionados de la FEU y presentaciones en Portugal, España, Suiza y Francia. Pero lo más significativo de su quehacer es la formación profesional.
«Lo importante es desarrollar una vocación y abrirle el mundo al joven —afirma Rópeda. El estudiante vinculado a Telón Abierto sabe que debe sacrificarse. Después de concluidas las clases, tendrá como mínimo dos horas de ensayos agotadores. Tienen que cumplir con el grupo y también ser buenos estudiantes. Esa es una premisa, que implica un esfuerzo mayor».
Susel Santana Millán, estudiante de cuarto año de la Facultad de Informática, sintió esa exigencia. «Mi carrera es muy difícil —afirma. Cuando empecé en Telón Abierto, en los primeros días los ojos se me cerraban y por las noches debía hacer un esfuerzo tremendo para los exámenes del día siguiente. Pero me gustaba el Conjunto. Persistí y aquí estoy».
Junto al dolor en el cuerpo de los primeros días, la estudiante de tercer año de Derecho, Ana Mary Valdés Thompson, recuerda también el sueño. «Con los ensayos hay que acostarse tarde y levantarse temprano. Siempre me ha gustado el baile, pero era tímida. Ahora no. Aunque lo más importante es haber interiorizado una filosofía: las cosas, si se hacen, hay que hacerlas bien».
Después de graduarse, varios estudiantes han continuado en la agrupación. Juan Batista Martínez recibió su título hace dos años y ahora es profesor de la Facultad de Cultura Física. Entre sus vivencias está aquella ovación recibida por el grupo en la Plaza de Toros de la ciudad francesa de Dax.
Otra docente, la máster Denisse Borges Obregón, confiesa: «Antes de pertenecer al Conjunto nos gustaba el baile; ahora sentimos pasión. Hemos aprendido a comprender el sentido de la danza, a interiorizar una cultura y comprender por qué sus integrantes actúan así. Si no fuera de ese modo, no pudiéramos bailar».
Rópeda insiste en un detalle con el proyecto de los bailes congos: «Hay que romper con el estereotipo. Siempre los números africanos están basados en el mayoral, el esclavo y los amos. Y creo que se ha convertido en algo falso. Los muchachos de hoy no conocieron al mayoral ni la esclavitud. En cambio son jóvenes que han crecido en un mundo con otras contradicciones, pero también con derechos y libertades. Esas esencias hay que expresarlas en la danza. Y eso será nuestro baile congo».