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Apreciaciones de un coronel ruso que participó en la guerra hispano-cubano- americana

Autor:

Juventud Rebelde

El alto oficial ruso Ermalov fue enviado por el Zar de Rusia Nicolás II Alejandrovich como observador secreto de la contienda bélica. Sus valoraciones aparecen en un libro que es una reliquia historiográfica

Bajo el título Un súbdito del Zar en Cuba, el 31 de diciembre de 1999 publicamos en Juventud Rebelde un reportaje a propósito de cumplirse un siglo exacto de la publicación de un libro, escrito por el alto oficial ruso Ermalov —no se conoce su nombre de pila— enviado por el Zar de Rusia Nicolás II Alejandrovich para observar qué ocurría en aquella contienda. Hoy publicamos algunos datos de ese texto que se quedaron en el tintero.

Una vez en la Isla, Ermalov marchó, junto a la tropa yanqui, observándolo todo, tomando notas, haciendo apuntes precisos y luego redactó un pormenorizado relato al Zar.

Al final, su informe fue publicado en forma de libro por el Comité Científico-Militar del Estado Mayor zarista, en San Petersburgo, a fines de 1899, documento que evidenció el interés de la autocracia rusa por seguir de cerca la referida confrontación armada, a la que Vladimir Ilich Lenin calificó como «la primera guerra imperialista», y que es el título que consideramos una verdadera reliquia.

Nicolás II Alejandrovich, Zar de Rusia, envió a Cuba al coronel Ermalov. El ordenanza del Ayudante General del Ejército estadounidense cargó el pesado maletín del coronel Ermalov, y el propio Ayudante General le brindó todos los datos que pedía el oficial ruso.

Por el enviado del Zar se conoció que el 21 de abril de aquel año 1898, cuando Estados Unidos declaró la guerra a España, el imperio contaba solo con un Ejército Regular de 2 143 oficiales y 26 040 cargos de menor graduación. Tenía solamente 28 000 efectivos y muy pocas reservas materiales. Tuvo que incorporar a filas rápidamente a 275 000 hombres.

Se conformaron unas fuerzas terrestres con 100 000 voluntarios y 62 597 regulares, de ellos 40 000 para la defensa de la costa atlántica estadounidense, y de los restantes, 30 000 regulares y 50 000 voluntarios se dedicaron a la guerra contra Cuba.

Según el plan concebido, estas tropas —más los 50 000 mambises calculados— serían suficientes para enfrentar a los 80 000 españoles supuestamente aptos para el combate en la Isla.

La decisión de atacar a Cuba

La decisión de atacar la Isla y de destruir la escuadra del almirante español Cervera en la bahía de Santiago de Cuba, se tomó, según el observador ruso, a fines de mayo. Al frente de la expedición contra Santiago iba el General Shafter, a quien apodaban «el ignorante».

El martes 14 de junio salieron del puerto de Tampa 10 000 hombres y 35 buques, 32 de ellos con tropas. Entre Key West y Dry Tortuga se le sumó un convoy con 15 buques de la escuadra del general Sampson, conducido por el acorazado Gudiana. El 20 de junio llegaron a Santiago. Avanzaron con gran lentitud: 4-7 millas por hora, en espera de las embarcaciones rezagadas.

«La guerra comenzó —escribió Ermalov— con un bloqueo de La Habana y de un sector de la costa norte de Cuba, desde Cárdenas hasta Bahía Honda, así como con la captura de naves mercantes españolas. El 27 de abril, los buques New Port, Cincinati y Pusitan, dispararon unos cien proyectiles contra una batería cerca de Matanzas, al igual que se hizo contra las baterías en Cabañas y en Cienfuegos.

«Todos estos cañoneos pusieron en claro que la artillería naval es inútil e impotente para silenciar la artillería costera. El 11 de mayo los norteamericanos cañonearon Cárdenas y ese mismo día unos 800 proyectiles fueron disparados contra Cienfuegos».

Casi 900 enfermos por día

«La expedición arribó a la bahía de Santiago el 20 de junio por la mañana, con 82 enfermos de tifus. Según Ermalov, la dirección militar norteamericana cometió serios errores. Por ejemplo, el primero de agosto tenían ya 5 000 enfermos norteamericanos. Y lo más trágico de todo era que en Estados Unidos, en Washington, nadie conocía la verdad.

Además, en el período desde el 14 de julio hasta el final de la guerra, los militares de Shafter comenzaron a perecer rápidamente por esas enfermedades.

En agosto llegaron a enfermarse hasta 859 hombres al día. El suministro se hizo lento y desordenadamente. Sin atención médica, apareció el tifus y se desató como epidemia.

A todo eso, agregaba Ermalov que «los norteamericanos no sabían cuidar grandes masas de tropas. Ninguna, incluso las más elementales normas para la prevención de enfermedades, en general y de la fiebre amarilla en particular, fue adoptada en Cuba. Un veterinario fue durante largo tiempo médico del Primer Cuerpo del Ejército de Chickamagua.

«A duras penas organizaron un tren y dos buques sanitarios: el Relieff y el Olivette, que prestaron una gran ayuda, pero eran una gota en el mar.

«Los buques que participaron en la evacuación de enfermos y heridos desde Cuba —Séneca, Corcho, Hudson y otros— estaban por debajo de cualquier crítica... sin agua, ni medicamentos, con ropa de cama sucia y la falta de los más elementales recursos médicos. Un periódico escribió sobre el Séneca: «Y nuestros buques-hospitales, de los cuales nos jactábamos, no resultaron ser otra cosa que recintos de infección a flote.

«No hubo ninguna esfera de los servicios que fallara tanto en esta guerra como la de los servicios médicos... dos jóvenes doctores gritaron una día: “¡Coronel, esto es horrible! No tenemos nada, ni quinina, ni termómetros. Un herido gime con una bala en un pulmón y se ahoga por el humor y no podemos operarlo porque no tenemos instrumentos”».

La fuerza defensiva principal de Santiago en verdad la constituían las piezas de los buques de Cervera: María Teresa, Vizcaya, Cristóbal Colón, Almirante Oquendo, Reina Mercedes, Furor y Plutón.

Los yanquis desembarcaron el 22, al este de la bahía santiaguera, por Daiquirí, a 15 millas del fuerte El Morro. Se emplearon 52 embarcaciones: 12 lanchas de vapor y 40 embarcaciones diversas. Sin disparar un tiro, el 24 de junio todo el destacamento de Shafter estaba ya en la orilla. El Regimiento de Voluntarios, sin saberlo ese general, se le fue de las manos y tropezó en Las Guásimas con los españoles.

Descabellada idea de Cervera

«En la mañana del día 3 de julio el almirante Cervera llevó a cabo su descabellada salida de la bahía de Santiago de Cuba y perdió toda su escuadra, lo que modificó por completo la situación en el frente terrestre de Santiago de Cuba. Pensaron que tomarían la ciudad en tres días: se sobrestimaron ellos y subestimaron a los españoles. Hicieron falta 24 días».

Sigue Ermalov en su Informe: «La destrucción de la escuadra de Cervera y la caída de Santiago de Cuba pusieron punto final a la guerra. El 14 de julio la capitulación de Santiago y la rendición de todas las guarniciones españolas en la provincia, fue un hecho consumado».

Y enfatizó: «Todo lo que se ha escrito sobre esta guerra está lleno de admiración por la rapidez con que Estados Unidos incorporó a filas a miles de efectivos, pero es imposible compartir esa admiración».

El general Miles, por ejemplo, recomendaba contar con 500 disparos por pieza. No reinaba mucho orden y de la Brigada de Artillería concentrada en Tampa, con diez baterías, solo se llevaron cuatro (16 piezas). Las restantes 44 arribaron a Santiago de Cuba el 10 de julio aproximadamente, pero en su mayoría no fueron desembarcadas.

«Las tropas no recibieron ninguna otra cosa desde el día del desembarco y hasta la capitulación de Santiago de Cuba no fueron relevadas en todo ese tiempo...».

En Estados Unidos, revela Ermalov, la demora en el suministro de reservas materiales a la tropa tenía por causa la inexperiencia en el servicio de intendencia, el desconocimiento de las tropas de cómo formalizar los pedidos, la sobrecarga de los ferrocarriles, el formalismo, la centralización y el desorden. Y afirmó: «Durante toda la guerra se dejó sentir una paradójica situación: la abundancia en las bases y la necesidad en las tropas».

El último acontecimiento de cierta importancia en las costas cubanas —según el observador ruso— fue la toma, realizada por cuatro buques del almirante Sampson, del Puerto de Nipe, al norte de la Isla, que era refugio para la flota y fue ocupado el 21 de julio.

Apunta Ermalov que «la paz fue firmada el 13 de agosto... los norteamericanos no tuvieron éxitos militares en el verdadero sentido de la palabra... no existía ninguna ciencia de guerra. No había personas conocedoras de la ciencia y la experiencia de la guerra, no había Estados Mayores, no había Estado Mayor General...

«En mayo, junio y julio, de 154 028 personas, se enfermaron 40 520, el 26,3 por ciento. Pero en Cuba, el por ciento de enfermos a principios de agosto era incomparablemente más alto: en aquel momento casi todo el personal estaba enfermo, o sea, hasta el 90 por ciento... en esto no hay nada asombroso: sin hablar del clima y las dificultades de la campaña de Santiago de Cuba, los hombres estaban quebrantados hasta lo imposible por las privaciones y sufrimientos, cuyas causas tenían sus raíces en errores organizativos de todo género».

Y concluye: «Desde el punto de vista militar, esta fue una guerra del desorden contra el desorden... Los norteamericanos no la ganaron,... solo que no la perdieron. Y los españoles no la perdieron... solo que no la ganaron».

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