Antonio (izquierda) y Valera recomiendan a los jóvenes no trabajar nunca bajo los efectos del cansancio, porque un pestañazo puede ser letal, y tratar con amabilidad a los pasajeros. BAYAMO.— Si empataran los metros devorados por los dos frente al timón, probablemente desembocaran en una conclusión estupenda: ya habrían viajado a la Luna, que está a más de 380 000 kilómetros de la Tierra.
No es exceso de fantasía. Ambos han gastado la vida y los ojos en la carretera: Antonio Aguilera Licea lleva 37 años al volante y su amigo Juan Carlos Valera Ramírez nada más y nada menos que 45. Este comenzó a laborar cuando tenía solo 20 primaveras, y Antonio a las 17.
Sin embargo, lo verdaderamente admirable en estos «cosmonautas del asfalto», que se conocen la nación de punta a cabo, provincia por provincia, va más allá de distancias incalculables: nunca han tenido accidentes de tránsito.
Han manejado por las serpentinas más abruptas de la Sierra Maestra y Sierra Cristal, por las sendas extremas de Maisí o San Juan y Martínez, por los fangales de barrios orientales, por la imponente loma de La Farola... Y jamás han sabido de un percance automovilístico.
«Un accidente no solo depende de los errores propios, la suerte influye también», dice modestamente Juan Carlos, uno de los cubanos de la Isla grande que ha tenido el privilegio de conducir también por carreteras pineras.
No obstante, los dos reconocen que para evitar tropiezos fatales es preciso cumplir un decálogo de precauciones, en el cual se incluyen: jamás ingerir bebidas alcohólicas, mantener una concentración máxima, respetar las señales, pensar siempre en la infracción que puede cometer otro, no apurarse demasiado en llegar al destino prefijado, cuidar la cortesía y andar en un transporte en óptimas condiciones técnicas.
Aun con esas cautelas el oficio se torna hoy bastante riesgoso, según las palabras de estos choferes, que laboran en la Base de ómnibus de Bayamo.
Antonio enfatiza, por ejemplo, que muchas carreteras no están buenas y a otras les faltan indicaciones, como la raya discontinua que hace de separador central o las señales de aviso de baches peligrosos.
«A eso se une la falta de educación vial de unos cuantos choferes que no respetan el derecho de vía, te dejan la luz larga puesta o quieren correr más que un avión. Antes se veían menos violaciones».
Por esas pifias ajenas estuvieron a punto de la colisión o de la voltereta alguna vez, mas la velocidad de reacción —algo tan importante en un timonel— los salvó. «Sí, nos hemos visto sacando las gomas de la carretera», expresa al respecto Juan Carlos.
Subrayan que un conductor de verdad debe, en sus ratos libres, recapitular el Código de Vialidad y Tránsito y chequear su estado de salud detalladamente.
En sus respectivos pilotajes por tierra a ellos les han tocado innumerables marcas de vehículos. Sin embargo, los más familiares para los dos son los ómnibus, entre los cuales amaron desde los Hino y los Girón, hasta los Kiad. «Uno tiene que enamorarse del oficio y de su carro; molestarse cuando le oiga sonar un tornillo; por eso yo ando cada día con el traje de mecánico en mi maletín», apunta Antonio.
Aconsejan especialmente a los jóvenes no trabajar nunca bajo los efectos del cansancio, porque un pestañazo puede ser letal; tratar con amabilidad a los pasajeros y no discutir con los agentes del tránsito.
«Cuando haya razón se conversa, sin alterar la voz. Claro que nos han impuesto multas, porque no somos perfectos, pero han sido muy pocas», expone metódico Juan Carlos.
Aunque señalan que continuarán sus travesías «hasta el final», ambos coinciden en que los choferes profesionales, garantes diarios de la vida de tantas personas, necesitan mayor estimulación espiritual y que los recuerden no solo en la Jornada Nacional de Tránsito.
«En otro tiempo tú llegabas a 10, 15 o 20 años sin accidentes y te hacían un acto público muy bonito, te entregaban un reconocimiento. Ahora rara vez sucede y eso es triste», expone el más veterano, mientras sostiene con manos firmes el timón.
Quizá los neumáticos de su ómnibus han emprendido, como los de su amigo Antonio, otro viaje imperceptible hacia la Luna.