La tecla del duende
Ernestico ya se ríe. La noticia no es nueva, pero sigue retumbando en los ojos de familia y amigos. Tiene casi tres meses y medio y desde los dos aprendió esa llave mágica para embobecer a quienes lo queremos: la risa.
Porque si con el llanto a grito pela’o nos convoca de urgencia a revisar el culero, cantarle, mimarlo, tocarle el cuerpecito blando y perfecto o —la mayoría de las veces— conectarlo de inmediato a la teta manantial de Claudia, su mamá; con la risa, hermosamente desdentada, sacude todo su entorno, transmite el brillo a cuantos lo miran y anuncia una vocación de conquistamundo que es la más bella promesa.
Tiene un padre paparazzi que lo persigue con su celular para dejar grabado cada instante, abuelas y abuelos (y bisabuelas) que lo endulzan con caricias, tíos y primos que se emocionan tan solo de verlo, amigos que lo quieren porque sí, y una mamá pendiente de él prácticamente las 24 horas del día.
Qué lenguaje misterioso el de esos primeros meses de la existencia, donde todo se reduce, casi, a llorar o reír, a gritar o hacer silencio. Cuántos matices en lo aparentemente simple. Cuántos miedos, en lo aparentemente insignificante.
Qué pensará. Qué soñará. Cuántos peligros deberá sortear hasta que pueda valerse y razonar y actuar por sí mismo. ¿Y si en un momento de tensión no nos tiene para ayudarlo? ¿Y si una «bárbara abeja» o cualquier otro bicho lo pica en su frentecita? ¿Y si el clima? ¿Y si una piedra?...
Andrés Eloy, el poeta, lo resumió con la síntesis perfecta: «Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,/ todo llanto nos crispa, venga de donde venga». Pero uno no acaba de comprobarlo, precisamente, hasta tener un hijo.
Y si el pequeñuelo ríe. Si al amanecer, ríe. Si después de mamar, ríe. Si cuando hace caca y se embarra todo, ríe. Si con los extraños, ríe. Si en la madrugada, ríe. Si después de una perreta de lágrimas desconsoladas, ríe. Si el mundo se acaba, y él ríe... Si todo eso sucede, ya no hay más que buscar o lamentarse, lo bueno es posible en el universo.
Y toda la dicha y el temor, pueden resumirse en tres palabras, que cada padre acomodará a su pecho: Hijo mío: RÍE.
Tecleros: Apareció el Cañón en la Biblioteca Provincial de Holguín. Sherlock Holmes
C12-01: En aquel baile extraño, el club Siboney fue tu emboscada. Feliz y dulce encerrona. D22-12
Maestros: Nunca apaguen su farol de Duendes. ¡Gracias!
GS: Búscame siempre «al sur de tu garganta». ER