Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Pasaporte

Por disímiles razones, en unos casos de índole objetiva y en otros de origen subjetivo, pero a las que debido a las características de esta columna no he de referirme, lo cierto es que durante un período ya de varios años, la música popular bailable cubana no vive uno de sus momentos más felices. Para cualquier analista de nuestro acontecer musical está claro que en la década de los 90 de la pasada centuria, entre los bailadores del país la timba se llevó las palmas. Entrado el siglo XXI, el otrora tan aceptado género entre nuestros compatriotas comenzó a declinar su corona y a estas alturas de 2014 no ha logrado recuperar el brío que le caracterizó desde hace unos quinquenios.

En el panorama de lo que en algunos estudios académicos se ha dado en llamar escena postimba, sin la menor discusión quienes han conseguido captar un mayor número de seguidores, tanto en Cuba como en el extranjero, son Alexander Abreu y Habana de Primera. He tenido la fortuna de asistir en más de una ocasión a presentaciones de la agrupación y he sido testigo del fervor con el que la propuesta del ensamble es recibida por el público, gracias a que la fuerza y sabrosura de su sonoridad es capaz de poner a bailar al más «patón», como se dice en el habla popular cubana.

En mi opinión, dos aspectos han contribuido a que la formación encabezada por el trompetista y cantante Alexander Abreu haya sido tan exitosa. En primer lugar, nadie puede obviar la experiencia previa de Alexander como integrante de otras agrupaciones, y en particular como músico de sesión, labor por la cual ha intervenido en numerosas producciones fonográficas de diversos géneros y estilos. Ese trabajo detrás del atril y en el estudio de grabación, enfrentándose a partituras leídas a primera vista o con solo un ensayo, le ha dado a Abreu un conocimiento nada desdeñable acerca del desempeño grupal y de diferentes modos de concebir el hecho musical.

El segundo aspecto que, en mi criterio, también ha favorecido la concepción general con la que este músico asumió el proyecto de Habana de Primera, fue su estadía durante cierto tiempo en Europa. Vivir en un lugar como Dinamarca, tan lejano de nuestra cultura, así como presentarse en múltiples escenarios europeos, le enseñó a conocer y dominar las reglas del mercado de la música, un saber del que en no pocas ocasiones son carentes los instrumentistas en la Isla.

Por eso cuando Alexander Abreu retornó a Cuba y llegado un momento quiso dar vida a Habana de Primera, aunque muchos consideraron que era el peor momento para armar una agrupación así, en lo personal estimé que la jugada podría resultar a la postre triunfadora. Por suerte, no me equivoqué y desde su primer disco, Haciendo historia (2009), el grupo sentó cátedra en la música popular bailable cubana.

Pero si aquel trabajo debutante fue llamativo, con la aparición de un segundo fonograma acreditado a la formación, el álbum titulado Pasaporte, se comprueba que lo de Alexander Abreu y Habana de Primera no es un quehacer circunstancial, sino algo muy en serio. Aunque aquí se retoman algunos elementos de los que tipificaron la propuesta timbera de los 90, claro que con una menor carga de agresividad sonora, también se aprecian otros componentes musicales en la conformación morfológica del repertorio del ensamble.

Justo en ese proceso de hibridación, gracias al cual uno siente en estos temas la sana influencia del jazz, la salsa neoyorquina, la música negra estadounidense (con énfasis en el funk), sin olvidar la rica tradición cubana, expresada en aires de rumba y mambo, en mi parecer radica la clave del éxito de un CD como Pasaporte, por cierto, un nombre algo desafortunado si se piensa que existe un CD homónimo, acreditado a los desaparecidos Angá Díaz y Tata Güines.

Piezas como Pa’ mi gente, Carita de pasaporte, La celosa, Al final de la vida y Amor a la roca, por mencionar solo unos cortes del material, resultan una apropiada conjunción entre derroche de técnica instrumental, buen gusto o sabrosura, y (¿por qué no?) olfato comercial para saber lo que atrapa al bailador. Digo yo.

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