Lecturas
En el llamado Ensanche del Vedado, una de las calles transversales a Ayestarán lleva el nombre de Enrique Villuendas, coronel del Ejército Libertador asesinado, ya en la República, en plena juventud. En el número 409 de la calle Concordia, en el barrio habanero de San Leopoldo, una tarja indica el lugar donde nació, aunque la casa que exhibe dicha tableta en su fachada es de construcción posterior a la fecha de su nacimiento.
En la ciudad de Cienfuegos, donde encontró la muerte, existe el parque Enrique Villuendas, y otra tarja, en la fachada de lo que fue el hotel La Suiza, rememora ese hecho.
Escribe Horacio Ferrer en su libro Con el rifle al hombro:
«Mucho se ha escrito sobre aquel triste acontecimiento. Los resultados son de todos bien conocidos, pero la manera precisa como se desarrollaron los hechos se ha falseado por uno y otro bando, según las conveniencias de los políticos. Los gubernamentales aseguraban que Villuendas se proponía volar la noche de aquel día el cuartel de la Policía y que se quiso sorprenderlo in fraganti con sus bombas de dinamita; la oposición afirmó que todo fue preparado con el único fin de asesinar al culto y tenaz parlamentario».
¿Quién fue Enrique Villuendas? ¿Cómo ocurrió su muerte?
Esta es la historia.
Las versiones acerca del suceso difieren en su esencia. Unos dicen que Enrique Villuendas accedió a que registraran su habitación, y otros, que se negó porque su condición de parlamentario hacía inviolables su persona y su domicilio. Algunos aseveran que la Policía buscaba pretextos para sorprenderlo con las manos en la masa y detenerlo, y otros opinan que las autoridades aprovecharían el registro para inculparlo por tenencia de explosivos, que «sembrarían» en el lugar. Para unos, fue un incidente casual. Para otros, un hecho premeditado. A Enrique Villuendas, joven representante a la Cámara de filiación liberal, le cazaron la pelea en la ciudad de Cienfuegos y se lo llevaron en la golilla.
Corría el año 1905 y el presidente Tomás Estrada Palma, instigado por el ejecutivo del Partido Moderado, decidió ir a la reelección. Para garantizarle el triunfo su Gabinete de Combate pareció no deparar en obstáculos: perseguía sin tregua a los liberales y encarcelaba a figuras prominentes de ese partido, ocupaba ayuntamientos y deponía a alcaldes y concejales y cesanteaba a funcionarios públicos que no fuesen afines al Gobierno, mientras que la prensa, según su tendencia liberal o moderada, difundía noticias carentes a veces de fundamento, pero que inflamaban los ánimos de sus seguidores... Figuras connotadas del liberalismo como Juan Gualberto, José Miguel Gómez, Gerardo Machado y Carlos Mendieta, entre otras muchas, habían sido víctimas del ensañamiento del ministro de Gobernación de Estrada Palma, el general Fernando Freyre de Andrade, un hombre que durante la Guerra de Independencia no tuvo mando más que sobre su asistente y que en la paz se convirtió en un maníaco de abuso y autoridad.
Llegó así el mes de septiembre. El día 23 se celebrarían en todo el país elecciones para constituir los colegios electores. En Cienfuegos, el senador José Antonio Frías asumía la dirección de la política gubernamental, y Villuendas dirigiría la oposición, pero el 22, a las 11 de la mañana, Villuendas estaba muerto y un día después los moderados copaban los colegios y se aseguraban la victoria en los comicios generales del primero de diciembre.
En la Guerra de Independencia Villuendas ganó los grados de coronel con solo 21 años de edad. Comandó durante la contienda el Regimiento Castillo, que combatió a las órdenes de José Miguel Gómez. A los 24 años resultó electo miembro de la Asamblea que redactó la Constitución de 1901 —votó a favor de la Enmienda Platt— y tenía 26 cuando ocupó un escaño en la Cámara. Abogado. Gran orador. Tenía una agradable presencia física y una simpatía que desbordaba. José Miguel lo quería como a un hijo.
El 22 de septiembre, tres horas antes de que lo asesinaran, Villuendas escribía al caudillo liberal: «Pude convencerme que tanto en el tren por la mañana como en el Correccional por la tarde, se trataba de un complot contra mi vida tramado por Frías. Cuando nos veamos le contaré todo esto. El que había de matarme es un mulato, Mantilla, que oportunamente se encasquilló y dijo que por 20 centenes no se exponía a que yo lo matara a él. El de por la tarde era el propio Illance, que me encañonó con su revólver a dos pasos de distancia...».
Sobre esto, en su edición del día 21, el periódico La Lucha (liberal) daba a conocer una nota de su corresponsal en Cienfuegos: «Esta tarde, celebrándose el juicio correccional en que Villuendas defendía al activo propagandista liberal José Fernández (Chichí) acusado falsamente de injuriar a la policía se formó un fuerte escándalo por parte de agentes de la autoridad al mando de los jefes Illance, Cueto, Ruiz, Soto y otros. Entraron estos, revólver en mano, en el juzgado correccional desalojando a todo el mundo y apuntando contra Villuendas, quien estuvo admirable de valor y sangre fría...».
El mismo día 21, La Discusión, diario rabiosamente gubernamental, devolvía la pelota: «En vísperas de las elecciones para los colegios, cuando parece asegurado el triunfo del Partido Moderado por su fuerza en la opinión y brillante organización política, los liberales de Cienfuegos quieren perturbar la tranquilidad a fin de dificultar la lucha legal en los comicios. La policía municipal de Cienfuegos ha ocupado una bomba que según se dice fue puesta con el objeto de atentar contra la vida del señor Frías».
Porque violencia hubo, en verdad, de parte y parte. Hoy se sabe que fueron Villuendas, Carlos Mendieta y Orestes Ferrara los que instaron a que se redujese a cenizas el Ayuntamiento de Vueltas para evitar así que fuera ocupado por la Comisión del Gobierno que depondría a su alcalde.
En el hotel La Suiza, sito en la calle San Carlos número 103, a media cuadra del Parque Central cienfueguero, encontró la muerte Enrique Villuendas. Ocupaba la habitación número uno de esa instalación hotelera.
La Discusión relató los hechos de esta manera: «Con noticias la policía de que en el hotel La Suiza, donde se alojaba el señor Villuendas, se encontraba un depósito de armas, se procedió a practicar un registro. Al subir el señor Illance, que mandaba la fuerza pública, las escaleras del hotel, fue agredido brutalmente por un grupo de liberales, quienes dispararon sobre él sus armas, dándole muerte. Envalentonados por ese hecho atacaron enseguida a la fuerza pública, que se vio precisada a repeler la agresión, haciendo una descarga sobre el grupo que la asaltaba, viéndose caer entre varios heridos al representante liberal Enrique Villuendas, que resultó muerto».
La realidad fue bien distinta, aunque sin duda los primeros disparos partieron del grupo liberal. El capitán Illance, de la Policía, en compañía de dos vigilantes, se personó en La Suiza y pidió a Nicanor Sánchez, dueño del hotel, que lo condujera a la habitación de Villuendas. Tenía lugar allí la reunión del comité municipal del Partido Liberal y Villuendas ante la llegada de Illance pidió a los reunidos que abandonaran el local. Dice Horacio Ferrer, que horas después del incidente arribó a Cienfuegos como médico de un batallón del Cuerpo de Artillería y que conversó con figuras de uno y otro bando, que Villuendas, pese a su inmunidad, se dispuso a autorizar que registraran su habitación.
El periodista Manuel Cuéllar Vizcaíno, en cambio, afirma que se negó al registro. Comprendió Illance los derechos del Representante a la Cámara y pidió al vigilante Parets que lo hiciera constar así en la diligencia. Parets se dispone a redactar el documento y requiere la presencia de un testigo. Se llama a Nicanor Sánchez, pero este se niega porque, aduce, no sabe leer ni escribir y dice que enviará de inmediato a un hombre de confianza.
En eso sale de la habitación número dos José Fernández, conocido por «Chichí». Se enfrenta cara a cara con Illance y sin pensarlo dos veces lo fulmina. Parets, que está ocupado en la redacción del documento, saca entonces su revólver, pero Villuendas se le echa encima y se enfrascan en una lucha cuerpo a cuerpo. Chichí dispara contra Parets y lo hiere. Sube el vigilante Andrés Acosta, que por órdenes de su jefe había quedado apostado en el vestíbulo del hotel, y Chichí le atraviesa el pecho con un balazo. Quiere Acosta repeler la agresión, pero ya Chichí está fuera de su alcance y acude a donde todavía forcejean Parets y Villuendas. Dispara y el parlamentario muere en el acto.
«Si un espectador hubiera estado con reloj en mano tomando el tiempo, no hubiera contado un minuto desde que sonó el primer tiro contra Illance al último que privó de la vida a Villuendas», escribe Horacio Ferrer en su libro Con el rifle al hombro. Dice además: «Según a mí se me informó, era lo convenido que mientras Parets iniciara el acta de constitución en el hotel, debía llegar un oficial de la policía con dos bombas de dinamita que aparecerían encontradas en el aposento de Villuendas», y se acusaría así al parlamentario de querer volar el cuartel de la Policía.
El cadáver, denunció Sanguily en el Senado, fue arrastrado por los pies escaleras abajo y la cabeza repicó, como una campana fatídica, de escalón en escalón. Dicen que la muerte de Villuendas no estaba en los cálculos de Frías, que quería, sí, apartarlo de la lucha comicial del día siguiente. Sin embargo, Frías no se cansó de proclamar a los cuatro vientos que él había ordenado la ejecución. De todas formas, a su regreso a La Habana, Estrada Palma lo recibió como a un héroe en el Palacio Presidencial.
(Fuentes: Con el rifle al hombro, de Horacio Ferrer, y Doce muertes famosas, de Manuel Cuéllar Vizcaíno. Con documentación de Gonzalo Sala.)