Acuse de recibo
El 29 de noviembre de 2018, Julio Richard Martínez denunciaba aquí desde Marianao, en La Habana, que él y su hermano César Nicolás no podían ejercer su legítimo derecho de herederos, atrapados como estaban en una red de disonancias burocráticas entre la sucursal bancaria 314 del Banco Metropolitano y la notaría de 51 y 90, en ese municipio.
La madre, Liduvina Victoria de Jesús Martínez, quien falleció el 30 de abril de 2016, les había legado una cuenta de ahorro de más de 5 700 pesos en esa sucursal bancaria. Y en julio de 2017, cuando Julio retornó de una misión de trabajo en el exterior, él y su hermano, quien vive en Cienfuegos, fueron a ese Banco con el certificado de defunción de la mamá. Y les explicaron que debían ir con un notario para que les validara el testamento.
En cinco ocasiones fueron a la notaría de 51 y 90, en Marianao. Y la quinta vez, el 13 de noviembre de 2018, les entregaron el documento de marras, en el cual el nombre de la fallecida aparecía como Liduvina Victoria Martínez Díaz. Y en el Banco les dijeron que no podían desembolsarles el dinero porque en el documento notarial no aparecía el tercer nombre de la señora: De Jesús.
Volvieron a la notaría, y allí el notario les explicó que el Código Civil cubano establece que los ciudadanos tienen derecho solo a dos nombres. El Banco argüía que el nombre de la madre no venía completo en el documento notarial.
Al respecto responde Karelia del Portillo Raveiuro, jefa de Atención a la Población del Banco Metropolitano, que se revisó por la Dirección Jurídica de esa entidad la escritura pública de aceptación de herencia y adjudicación de cuenta bancaria presentada por los hermanos, y asegura que es suficiente para haber accedido a realizar la gestión desde sus inicios. Afirma que los hermanos ya cobraron los pagos solicitados.
«Revisamos nuestros procedimientos bancarios —precisa— para evitar que hechos como este se reiteren; y se adoptaron las medidas con la responsable por no haber consultado el tema con nuestros asesores legales antes de remitir al cliente al emisor de la escritura legal».
Ytteb Sladys Domínguez Font (Carbot 92, entre Coronel Chávez y Final, San Luis, provincia de Santiago de Cuba) considera que el progreso de las tecnologías de la información y la comunicación no debería empobrecer la ortografía de niños y jóvenes.
Refiere que desde temprana edad los muchachos se ven obligados a cometer errores ortográficos en sus mensajes y escritos digitales, porque para Etecsa las tildes, comas y todo aquello que pueda facilitar la mejor lectura del destinatario, son catalogados como «caracteres extraños». Y tienen un costo alto.
«Por ejemplo —señala—, dos tildes en un mensaje pueden convertirlo en tres mensajes; lo que trae como consecuencia que se esté imponiendo en nuestros niños una incorrecta escritura. Y aun cuando el móvil tiene autocorrección ortográfica, es necesario borrar para tener un costo menor.
«Es triste que en un país donde se invierte tanto en la educación pasen cosas así. Tengo la experiencia de adolescentes que escriben atrocidades con un lápiz en la mano, porque caen en la duda de cómo se escriben las palabras.
«Mientras tanto —manifiesta— nuestros maestros se desgañitan en las aulas sin saber qué hacer. Y me pregunto: ¿Qué es lo que tiene que invertir Etecsa para que se pueda escribir correctamente? ¿Para ello se necesita alguna inversión que no esté al alcance de nuestro país? Porque no hay nada más lindo que una buena escritura.
«De lo contrario, nos va a pasar como el cuento de quien dijo: Matarlo, no dejarlo vivo. Cuando era: Matarlo no, dejarlo vivo. Moraleja: Por una coma mal puesta asesinaron al pobre. Espero sirva la reflexión por el bien de todos», concluye.