Acuse de recibo
Resulta que Acela A. Izaguirre (Calle 7 e/ 24 y 26, No. 2417, Panel 1, La Fe, Isla de la Juventud) y su familia, viajaron recientemente a su Manzanillo natal, en Granma, para buscar allá a la anciana madre de ella, de 85 años. Eran en total cuatro personas: la remitente y su esposo, una nieta de ellos y la veterana octogenaria, con bastantes achaques de salud.
El día de regreso, 24 de noviembre, en el turno de las 9 y 30 p.m. (Manzanillo-La Habana), a Acela y los suyos les aguardaba una batalla campal. Portaban una maleta de rueditas, una caja mediana que contenía una olla de presión y un maletín con los zapatos, chancletas y otras cosas, apunta la pinera.
«Cuando mi esposo y mi hermano —para ayudarle— fueron a despachar el equipaje, empezó la odisea: la compañera que recibía el mismo, a pesar de presentarle los cuatro boletos y que entre todos no excedíamos el peso convenido por persona, dijo que la maleta no podía pasar porque el peso del equipaje es personal, es decir, que por lo que entiendo cada quien debe llevar su maleta o maletín…», evoca la remitente.
Los dolientes fueron a ver al Jefe de Turno y Tráfico. Este les comunicó que si ella, la representante de Viajero que tuvo que ver con el equipaje, había determinado una cosa, él no podía hacer nada, narra la lectora.
«Hablamos con uno de los choferes; dijo que eso no era competencia de él, que su única responsabilidad era sacar el ómnibus en tiempo. A todas estas, el tiempo pasando y no había solución. Hablamos con los agentes del orden de la Terminal, y nada. Yo le pregunté al Jefe de Tráfico que ¿para qué son las maletas?, y se alteró más»(...). Según la lectora, el Jefe de Tráfico explicó que la solución era sacarle parte de su contenido y hacer otro bulto. «Esto es lo más absurdo que yo he escuchado…», refiere.
«Mi pobre madre —rememora la mujer—, que con la salida de su casa estaba deprimida, se acabó de afectar; mi nieta empezó a llorar (…). Al ver que el tiempo pasaba, y la guagua estaba cargando el equipaje, le dije a mi esposo que abriera la maleta y en el bolso de mano eché lo que a duras penas cupo junto al agua fría de la niña. Las ropas desbordadas; y entonces la funcionaria complacida aceptó la maleta. Ella alega que en el trayecto había un operativo; me quedé perpleja: ¿Se hacen operativos para pesar maletas?», sostiene Acela.
Los afectados, ante la imposibilidad de resolver racionalmente el asunto, pasaron objetos para el bolso de mano, colocaron este en el piso, a los pies, y así vinieron, agregándole un plus de incomodidad a la ya notable estrechez entre asientos de nuestras Yutongs.
«Creo que es necesario tener un poco más de ética, con el fin de evitar estas situaciones desagradables. Los viajes cuestan caros, los pasajes no siempre se consiguen con facilidad; si vas a resolver un problema y te cargan otro, es estresante».
Y desea la remitente que las autoridades que corresponda les expliquen a ella y a los suyos si los reglamentos y normativas para viajes interprovinciales estipulan que cada persona deba responder individualmente por su valija, y que ni aún viajando en familia el peso de un equipaje pueda calcularse de conjunto.
«Ni siquiera —se duele finalmente la lectora— tuvieron la delicadeza de valorar la presencia de una anciana y una niña».