Acuse de recibo
Era lunes, 20 de octubre. El camagüeyano Fidel Molina Álvarez había llegado en horas del amanecer a La Habana y abordó, en la parada de El Trigal, una ruta PC con el No. 518. Se dirigía al puente del Cotorro acompañado por un primo suyo.
«Cuando solo faltaban unos metros para llegar a esta parada (…) siento a mi primo gritar y veo humo. De inmediato pensé que la guagua estaba cogiendo candela; pero no veía la candela por ningún lugar, solo humo, hasta que como un manantial aquel motor empieza a echar agua hirviendo a los pasajeros... Aquello fue un momento de desesperación, porque uno veía que el agua hirviendo le caía en sus pies y no podía hacer nada. Resultado de esto es que estoy de reposo absoluto en mi casa y con los dos pies vendados», narra el agramontino.
«Imagínese el dolor y ardor que sentimos en ese momento», agrega. «Y ver la indiferencia del chofer que no fue capaz de preguntar los daños que las personas habían sufrido (…). Arrancó la guagua y se fue “muy campana, como si nada hubiera ocurrido…».
Y termina su misiva el lector formulando algunas preguntas que bien valdría la pena respondieran las autoridades implicadas: ¿No tiene este chofer que estar pendiente del reloj de temperatura que poseen los carros para evitar cualquier tipo de accidente? ¿Cómo es posible (…) que se vaya del lugar sin tan siquiera preguntar nada? ¿Cómo la empresa manda a dar servicios a un carro con peligro para la vida de los pasajeros? (…) ¿Qué hubiera pasado si en lugar de personas mayores hubiera viajado en el pasillo de la guagua un niño pequeño?
Poco más tiene que agregar este redactor. Solo que ante casos como este le hierve a uno la sangre pensando en la insensibilidad que puede a veces rodearnos.
«He comenzado esta carta en varias ocasiones y la he borrado», confiesa el Dr. Basilio Alfonso Estrada Smith porque, según afirma, el tema le duele en lo más hondo.
Basilio tiene 53 años, es especialista en Medicina Interna, diplomado en Cardiología, profesor con categoría de asistente y jubilado. Y es en esta última condición, que muy a pesar suyo le llegó por enfermedad el 19 de julio de 2011, es donde radica el asunto que lo desvela.
Antiguamente —refiere el galeno— «existía una ley (o regulación) que decía que a los médicos jubilados se les asignaban cien recetas mensuales en la institución donde se jubilaron». Pero ahora, sostiene, ya no se les entregan. «Y si algún inspector de farmacia detecta una (…) es sancionado».
Afirma Basilio que esta medida se la informó la Directora Municipal de Salud de Cárdenas, Matanzas, quien además le comentó que ante el disgusto de varios jubilados de la profesión ella había intentado resolver el problema, pero no la autorizaron.
«¿Quién no sabe —apunta el remitente— que los médicos nos jubilamos cuando cerramos los ojos para siempre?». Y agrega que los que se hallan en la misma situación que él están invalidados por sus patologías para un régimen de trabajo activo en una institución, pero no para recetar a pacientes de toda la vida que los siguen hasta casi el último día de existencia.
Este doctor se graduó en 1984 y laboró hasta 2011. O sea, entregó 27 años al más loable oficio hasta que un impedimento le exigió tomar reposo. Su reclamo puede ser el de muchos. ¿Quién les explica las disposiciones legales que existan al respecto?
Sé que el tema es delicado. El Ministerio de Salud Pública, que tan diligentemente suele responder las quejas en este espacio, tiene la palabra. En Finca Vega Guásimas, s/n, Cárdenas, Matanzas, el Dr. Basilio (No. RP: 27210) aguarda una contestación.