Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Despedidas

Se cierran círculos. Otros abren. París es ese punto por donde unos se conectan con otros. Así, las despedidas duelen menos

Autor:

Norland Rosendo

París.— Admiro a los atletas que saben cuándo toca decir adiós. Ni un día menos ni uno más. A veces, desde afuera, les piden un estirón, y ellos no ceden. Suele ser difícil, muy difícil, determinar con exactitud ese momento. Otras veces, desde afuera también, lo sugieren.

La vida, intensa, plena y única, está formada por círculos, que en algún punto se cruzan. Lo mejor es ir dejándolos cerrados. El deporte es igual. Hay quien no quiere recordar, ni que les mencionen su adiós. Les duele. Otros ríen.

Pero ese instante, fugaz y duro, siempre llega. Y lo más saludable es asumirlo. Hay cambios de época y épocas de cambio. Sucede con las generaciones. Unas se van yendo poco a poco, a vivir de memorias y formar el futuro, mientras emergen otras; y a veces, como me temo que sucederá ahora, se despiden varias estrellas juntas y el cielo quedará en penumbras. Ojalá por poco tiempo.

A los astros cubanos, total gratitud. Incluso, a aquellos que pudieron no venir a arriesgar su gloria en esta cita, pero pusieron por encima de probables actuaciones no deseadas a un pueblo que aún en trances duros de sobrevivencia tiene siempre hambre de deporte.

Para Mijaín, Julio César, Idalys, Arlen… aplausos y abrazos. Reverencias y honor. Vinieron a París como campeones y se van con igual título. Nadie se atrevió (y pobre de quien lo intente) a quitarle un gramo de oro a sus leyendas.

Son nombres de linaje, imanes para focos mediáticos, habituales en podios de alcurnia. Pudieron, incluso, no arriesgarse. Y aquí estuvieron (y están), en la que debe ser su última olimpiada, confirmando atributos de una generación excelsa, que en sus tiempos de gloria empujó la Isla-corazón por mejores océanos en el medallero.

Nada que reprocharles a quienes quedaron por debajo de las expectativas. Algunos, incluso, asumieron compromisos cuando en medio del ciclo olímpico hubo rendidos (ponga el calificativo que quiera). Afilaron herramientas, se echaron a madre Cuba a cuestas y aquí han sacado a relucir la estirpe guerrera que los encumbró.

Se va una generación de oro. Generación luz, plena. Sostuvo la gloria de una Isla que ama al deporte como a la vida misma. Diría que más.

París quizá deje vacíos en el medallero, compensados con huellas profundas en la historia. Aquí se han escrito, pese a urgencias terrenales por medallas que ubiquen a Cuba entre los 20 primeros —reto del tamaño de la Isla misma—, capítulos heroicamente simbólicos de hombres y mujeres leyendas del deporte.

Se cierran círculos. Otros abren. París es ese punto por donde unos se conectan con otros. Así, las despedidas duelen menos.

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