En esta foto tomada en 1978 en Nueva York, Bobby aparece al centro, junto a sus colegas Roberto Pacheco (izquierda) y Miguel Ángel Iglesias (fallecido). Autor: Cortesía de Bobby Salamanca Jr. Publicado: 30/03/2018 | 07:01 pm
El primer día de agosto de 1931 nació en La Habana uno de los narradores deportivos más carismáticos y originales que haya pasado por una cabina de transmisión en cualquier época: Juán Antonio Salamanca Fernández, conocido por sus amigos, colegas y aficionados con el campechano sobrenombre de Bobby.
De su infancia y adolescencia muy poco se conoce. Sin embargo, se afirma que su debut radial data de fines de los años 40 del siglo pasado. El escenario fue un show de participación animado por Germán Pinelli. Allí cantó, con poca fortuna, Granada, de Agustín Lara. No lo desanimó el fracaso y retornó semanas después con el poema El duelo, de Manuel Muroty. Pero —¡ay!—, por mucho que se esforzó en declamarlo bien, tampoco entusiasmó al jurado.
Terco hasta la obstinación, se impuso una tercera comparecencia, ahora con una narración imaginaria donde el lanzador almendarista Conrado Marrero —el Guajiro de Laberinto— encaraba desde el box al recio toletero Perucho Formental, del Club Habana. Lo hizo con tal gracia que se agenció los tres pesos y la jaba con regalos que los patrocinadores del show obsequiaban al vencedor.
Aquel lauro devino acicate para que matriculara en un curso de locución. Al terminarlo, fue aceptado en Radio Marianao, donde la secretaria del director lo llamaba, jocosamente, «bobito». Para tomar parte en la broma, el flamante y joven narrador comenzó a presentarse ante los micrófonos como «El Bobby Salamanca». Desde entonces, «Bobby» devino el seudónimo que lo identificó.
De aquella etapa lo evoca su amigo Elio Menéndez, Premio Nacional de Periodismo, en una entrevista publicada en la web Cubadebate. Allí ofreció detalles de la relación que siempre los unió:
«Juanito —así lo llamábamos entonces— y yo nos conocíamos desde que éramos niños, una amistad fortalecida por nuestra común afición a la pelota y al boxeo —recuerda Elio—. Cada fin de semana íbamos a los portales de la Manzana de Gómez a comprar el Sporting News, un suplemento deportivo en colores que resumía las actividades del béisbol profesional en Estados Unidos».
En los años 60, Bobby ayudó a Elio a enrolarse como colaborador en el periódico Noticias de Hoy, donde él tenía plaza fija. «Luego compartimos las noticias de la pelota nacional en el diario Granma: yo describía el juego y él escribía con su brillantez característica la sección Ocurrió en el estadio; fue un tiempo de gran disfrute al lado de quien no solamente era mi amigo, sino el mejor periodista y narrador deportivo después de 1959».
Bromista a tiempo completo
Bobby Salamanca fue conocido en el gremio periodístico por su gracejo y buen humor. ¡Siempre andaba inventando bromas! El titulista Tomás Lapique, compañero suyo en el periódico Granma, le contó a un colega algunas de sus simpáticas anécdotas.
«Una vez puso un pantalón relleno de periódicos viejos en el único baño del piso, para que pareciera que alguien estaba allí. Pasaron varias horas y nadie se atrevía a entrar. Y en otra grabó el tema de presentación de una aventura que Jorge Enrique Mendoza, director del diario, no se perdía. Bobby la activó una hora antes del inicio, Mendoza la oyó desde su oficina y corrió para el televisor. Al descubrir la broma, tuvo que reírse».
En otra ocasión narraba una entrada en la que vendrían a batear nada menos que Antonio Muñoz, Cheíto Rodríguez y Héctor Olivera. Ante tal poderío, Bobby se inventó una agudeza: «Con una tanda así a cualquiera se le quitan los deseos de ser pitcher». Se recuerda también un duelo entre Ramón Tablado desde la lomita y Lázaro Madera al bate. De la singularidad de sus apellidos soltó una ocurrencia: «Esto terminará en aserrín». ¿Y la vez en que un sudcoreano llamado Chi-chen recibió un pelotazo en la cabeza? Bobby bromeó: «Ahora lo podrán llamar Chi-chón».
Cuando erraba un pronóstico, lo reconocía. Y a ese mea culpa le agregaba: «Perdí una magnífica oportunidad de haberme quedado callado». En una ocasión dijo algo al aire y luego negó haberlo dicho. Su compañero, que lo había escuchado bien, le replicó: «Si insistes en que no lo dijiste, tendré que verme los oídos». Bobby le respondió: «Para eso tendrás que comprarte un espejo».
En su libro La mirada en el camino, el cubano José A. Fernández Pequeño opina sobre aquel gigante de la narración: «Conocía el béisbol hasta las clavijas, pero, además, poseía el don de la palabra, y una imaginación que le permitía el juego temerario de la originalidad». Y sobre la proverbial maestría de Bobby para convertir un juego en una historia, dijo: «Eso solo se hace bien con un enorme talento para decir, con un conocimiento total de los recursos expresivos de la voz, con un lenguaje tan vivo con dúctil, y con una experiencia nutrida por muchos afluentes».
Creación con sabor a caña
La creatividad de Bobby Salamanca tuvo su máximo esplendor en 1970, cuando la Serie Nacional de béisbol previa a la Zafra de los diez Millones. Él incorporó a sus narraciones en Radio Rebelde una gama de términos y giros procedentes del sector azucarero que tuvo una excelente acogida, pues establecía paralelos entre lo que ocurría en un terreno de pelota y en un campo de caña.
Tirarle al tercer strike le hacía decir: «¡azúcar, abanicando!». A un foul lo llamaba «caguazo», y a un doble y a un triple, «caña de dos trozos» y «caña de tres trozos». De quien esperaba turno al bate, acotaba: «afila la mocha». Y del pitcher relevado, pues «le aplicaron la alzadora». Cero hombres en bases era tener «la guardarraya limpia», y las bases llenas, «los tándem repletos». Un rally de carreras era «moler en grande». Y un jonrón, «se fue pa’l cañaveral». Al ponchado le dedicaba una onomatopeya: «chas, chas, chas, ¡tres golpes de mocha y lo tiró pa’ la tonga!».
En un texto publicado en la web de Habana Radio, Miguel E. Gómez Masjuán dice que «después del furor por la zafra, Bobby readaptó algunos términos y las nuevas invenciones, una vez más, deleitaron al público. Entonces, si el bateador recibía el primer strike, comentaba “el pez mordió el anzuelo”; al llegar el segundo, decía “el pez cayó en el sartén” y, a continuación, emitía una serie de adjetivos: “está compungido, preocupado, aturdido, hundido, ahogado y hasta el cuello en el conteo”». Terminaba los juegos exclamando: «Chirrín chirrán». Y despedía los cuadrangulares con un «¡adiós, Lolita de mi vida!»
A varios peloteros de su época, Salamanca les endilgó epítetos por los que aún se les conoce. Para él, Luis Giraldo Casanova fue El Señor Pelotero; y Wilfredo Sánchez, El Gamo de Jovellanos. A Rogelio García lo llamó El Ciclón de Ovas; y a Braudilio Vinent, El meteoro de La Maya. En su creatividad, Antonio Muñoz fue El Gigante del Escambray; y Víctor Mesa, La Explosión Naranja. Al dinámico trío matancero compuesto por Wilfredo Sánchez, Félix Isasi y Rigoberto Rosique lo bautizó como «Los Tres Mosqueteros».
«Todo esto, que en otro habría sonado ridículo, en Salamanca era una catarata de gracia y humor. Él condimentaba esa manera de nombrar con salidas repletas de ingenio y juicios cortantes, nacidos de una comprensión profunda de las claves culturales que hacen a la pelota como deporte, e invenciones que pertenecían por entero a la ficción», añade José A. Fernández Pequeño.
Ética y profesionalidad
La ética figuró entre sus sellos distintivos. Nunca se creyó dueño de la verdad absoluta ni arremetió contra los árbitros. Tampoco fue cuestionador contumaz de las decisiones de los mánagers ni dejó entrever parcialidad alguna por ninguno de los equipos. Se concentraba en lo que ocurría en el terreno y no se permitía distracciones banales. «Más que saberlo, él sentía que narrar pelota por la radio podía ser un acto de creación, la invención de un tiempo y un espacio a la que se entregaba con absoluta malicia y sinceridad», asegura el referido autor.
De tanto narrar béisbol —fue, incluso, anunciador local en el antiguo estadio del Cerro, hoy Latinoamericano—, devino todo un especialista. Llegó hasta a inventar un sistema capaz de medir rendimiento ofensivo, defensivo y de pitcheo: el otrora célebre coeficiente JAS (las iniciales de su nombre, José Antonio Salamanca), que, aunque ya fue superado por otras técnicas más modernas, marcó una pauta en la ahora llamada sabermetría.
Pero Salamanca fue mucho más que un hombre de radio. En la prensa escrita también hizo época, en especial en el diario Granma. Recuerdo, en particular, la citada sección Ocurrió en el estadio, donde glosaba con estilo ágil y ameno las incidencias de las jornadas beisboleras. Y otra nombrada Ocurrió en el Uruguay, referida a la labor de apoyo a la producción que desplegó durante varias semanas un grupo de deportistas en un coloso azucarero llamado así, en el espirituano municipio de Jatibonico.
Polifacético e inolvidable
El colega Alfonso Nacianceno dijo sobre Bobby: «Las imitaciones en televisión —favorecidas por su parecido físico— del cantante francés Charles Aznavour, la velocidad exhibida en una revista mañanera ante la pequeña pantalla para armar en segundos el cubo de Rubik, su soltura al bailar casino que le valió aplausos entre las dependientes de una pequeña tienda en Caracas durante los Juegos Panamericanos de 1983; en definitiva, esa intención de siempre irle de frente a cualquier desafío, hicieron a Bobby Salamanca elevarse hasta la altura de los inolvidables».
Cuando la enfermedad lo conminó a alejarse del micrófono, siguió colaborando con aquellas deliciosas Crónicas no exentas que tanto disfrutaban los oyentes. Bobby Salamanca falleció el 5 de abril de 1987 en la ciudad que lo vio nacer. Su muerte dejó un vacío en la narración deportiva radial que nadie ha podido llenar.
Por fortuna, su entrañable Radio Rebelde lo recuerda cada día en un eslogan publicitario que forma parte de nuestro patrimonio. En su contexto se escucha la voz de Bobby narrando el noveno inning del juego final de Cuba frente a Estados Unidos, en el campeonato mundial de béisbol de 1969, en República Dominicana. Dice…
«Bateando Larry Bubla. De lado el pitcher. Se impulsa, ¡ahí lanza…! ¡Azúcar, abanicando! ¡Cuba es campeón mundial!».
Pasaron casi cinco décadas y aún se nos pone la carne de gallina.