Después del Clásico, el venezolano Johan Santana, con los Mellizos de Minesota, fue líder en juegos ganados (19), puntero en ponches (245), y en efectividad (2, 77 carreras limpias por juego). Fotos: José Luis Anaya
Cardenales de San Luis y Tigres de Detroit se enfrentaron por tercera vez en una Serie Mundial —los «pájaros» ganaron en 1934, los «felinos» en 1968— y la final beisbolera de las Grandes Ligas estadounidenses disparó en el recuerdo la labor de ciertos humildes peloteros, durante el denominado I Clásico Mundial, en marzo pasado.
San Luis comenzó delante en la Serie Mundial, 7-2, con cuadrangular fulminante de Albert Pujols, pero los rayados igualaron un día después (3-1) y evitaron la barrida.
Durante las tres etapas del play off destacaron, entre otros, los boricuas Beltrán y Delgado; el venezolano Ordóñez y el dominicano Pujols.
Carlos Beltrán, como tercer bate, negoció dos bases por bolas y pegó un cuadrangular de tres carreras, cuando la escuadra de Puerto Rico noqueó 12-2 a Cuba, en el I Clásico Mundial. Fue en el estadio Hiram Bithorn, de Puerto Rico, durante la primera ronda de aquella lid.
En la segunda vuelta, sin embargo, los cubanos lograron un apretado desquite (4-3), para avanzar a la final de San Diego (California, EE.UU.) y Beltrán fue reducido a un sencillo impulsor y un boleto, al cabo de sus cuatro viajes al cajón de bateo.
Delgado, tema de especulación durante muchos días en los diarios boricuas —estaba lesionado— consumió por fin un turno como emergente... y se anotó un sencillo.
Ordóñez, en cambio, fue oponente de Cuba en un solo programa (produjo de cuatro-uno), cuando los hombres de Higinio se impusieron 7-2 a Venezuela, en la segunda fase del Clásico. Pero esa noche el camino del triunfo significó para los campeones olímpicos evadir un obstáculo, la presencia del zurdo Johan Santana en el montículo, a quien le facturaron una anotación en cinco capítulos, por doble de Garlobo y hit de Borrero.
Los antillanos se soltaron a batear inmediatamente después de la salida de Santana, un tirador que semanas más tarde, con los Mellizos de Minnesota, fue líder en juegos ganados (19, como el taiwanés Wang, de los Yanquis de Nueva York), puntero en ponches con 245, y en efectividad, con 2,77 carreras limpias por desafío de nueve innings.
Santana aspira al Cy Young de pitcheo 2006, máximo premio instituido allí para los serpentineros.
UN PAPÁ ROLLIZODavid Ortiz, «Big Papi» para sus conciudadanos, envió a paseo una pelota Rawlings, por encima de las graderías del jardín derecho del Bithorn, matizando el éxito de República Dominicana, 7-3 en perjuicio de Cuba en ocasión del Clásico. El zurdo se hizo además de dos boletos —uno de los cuales con las bases repletas— en sus cinco ocasiones a la ofensiva.
A Ortiz no le fue igual en la semifinal del Petco Park norteamericano, ya que Yadel Martí y Pedro Luis Lazo lo redujeron en sus cuatro intentos, incluyendo en su calvario un roletazo para doble matanza. Cuba logró así la revancha sobre Quisqueya, 3-1, aunque otro mastodonte, el lanzador diestro Bartolo Colón, dejó el partido a su favor, 1-0 en seis episodios, aguijoneado por una ampolla en su mano derecha.
¿Qué fue después de Ortiz? ¡Casi nada! Con la camiseta de los Medias Rojas de Boston despachó 54 cuadrangulares y fletó a 137 corredores, solo superado por los 58 bambinazos y 149 remolques de Ryan Howard, de los Filis de Filadelfia.
Albert Pujols, de los Cardenales de San Luis, se erigió como el tercer productor de vuelacercas en las Grandes Ligas 2006. Pero los pitchers cubanos no conocieron su poder. Pero con Dominicana alineó también Albert Pujols, el inicialista considerado como uno de los fenómenos ofensivos del último lustro. Un pelotazo y dos bases por bolas en cinco turnos, durante el primer duelo; un hit y un pasaporte en cuatro viajes, en el segundo partido, así se resume su palmarés contra Cuba.
Pujols, de los Cardenales de San Luis, se erigió sin embargo como el tercer productor de vuelacercas en las Grandes Ligas 2006 (49 batazos) y empató con Ortiz en carreras producidas.
LA HAZAÑACuba no fue solo sorpresa en el I Clásico Mundial, aunque expertos como el periodista y escritor norteamericano Peter C. Bjarkman, y el manager nicaragüense Omar Cisneros —el uno, con profusión de datos y exhibiendo el sosiego de los sabios; el otro, con toda la pasión latina— hubieran pronosticado una buena labor de los caribeños. Aunque Carlos Tabares estuviera convencido de que sus compañeros iban a dejar la piel en el terreno.
Cuba fue también el guerrero capaz de erguirse, ante sus propios verdugos, después de hincar rodilla en tierra. Y resultó curiosamente —para los que gustan de las cábalas— triunfador en sus cinco partidos como visitante (a expensas de Panamá, Holanda, Venezuela, así como en las revanchas frente a Puerto Rico y República Dominicana), perdedor en sus tres actuaciones como home club (en las pujas iniciales con Puerto Rico y República Dominicana, y dejando escapar la corona ante Japón).
Al cabo de los seis meses subsiguientes, las Grandes Ligas, el gran espectáculo del béisbol norteamericano, escribió otra página de su calendario. Dicho torneo ratificó en ese lapso, con sus luces y sombras, que la calidad no es un coto privado de quienes cobran por jugar.