El matancero Teatro Icarón lee fielmente a Strindberg. Autor: Sergio Jesús Martínez Publicado: 06/07/2022 | 08:00 pm
La conocida, aplaudida, versionada y recurrente pieza de August Strindberg (1849-1912) La señorita Julia ha viajado al cine, la TV y por supuesto a su medio original, el escenario; particularmente ha encontrado en el teatro cubano más de una puesta motivadora; sin ir más lejos el matancero Icarón anda de temporada tanto en su ciudad como en la capital, mientras ahora mismo Buendía expone los fines de semana su peculiar versión.
No solo porque hayamos perdido recientemente a Alexis Díaz de Villegas, se evoca a su criado Juan en la puesta de Argos Teatro, hace ya más de veinte años.
Bajo la dirección de Carlos Celdrán, la historia atormentada y febril entre la joven aristócrata y su sirviente, se contextualizaba y resignificaba en nuestros días, ya pleno siglo XXI, desde una lectura escénica en cuyos principales elementos escenográficos, diseño de luces y banda sonora, junto a las actuaciones magistrales de Alexis y Zulema Clares en el protagónico, se advertía una permanencia, una trascendencia atemporal del discurso emitido en el XIX por el dramaturgo sueco que confirmaba su condición clásica.
Teatro Icarón, aun manteniéndose fiel a la época y el contexto originales, no deja de insistir en ítems que sobrevuelan las centurias y adquieren matices, pero en esencia continúan, pues lo hacen también el ser humano y sus eternas pugnas, sus contradicciones irresolutas.
El combate de sentimientos entre el joven criado y la dama de alta sociedad no conoce compartimentos estancos ni divisiones maniqueas. Leyendo, viendo una y otra vez representado el texto, no puede uno deslindar dónde comienzan y terminan las verdades que hay corazón adentro, piel afuera; hasta dónde llegan los condicionamientos clasistas, los orígenes y proyecciones sociales cuando se cruzan las pasiones, los estertores de los sentidos y los sentires.
La actriz y también directora de La señorita… matancera, Lucre Estévez, ha insistido en esos y otros supraenunciados que laten dentro de la escritura strindbergiana: la soledad, el vacío, el desamor, las carencias paternas… y las oquedades existenciales, eróticas, éticas que se entrecruzan entre los personajes protagónicos, la criada amante del doméstico, el padre referido cuyas casi omnipresentes botas apuntan a una ausencia-presencia más que pesante, han sido elementos que subraya la puesta de Icarón, partiendo de una lectura, si bien bastante apegada a la letra, también escarbadora en los enveses y recovecos que aquella esconde y a la vez va revelando a medida que avanza el devenir narrativo.
La inolvidable versión de Argos Teatro, con el recientemente desaparecido Alexis Díaz de Villega. Foto: Xavier Carbajal.
El minimalismo escénico, anclado en pocos pero muy expresivos elementos (las aludidas botas, calderos, escasos muebles, una escalera que además de su significación literal apunta a la huida, la evasión tan importante en el discurso), ha encontrado en la labor del destacado Rolando Estévez —leyenda del diseño escénico más allá de su provincia— un orfebre aportador de toda la visualidad en la puesta: la escenografía, el cuidadoso vestuario que aprehendió las características de cada personaje y la época, y las atinadas luces que van dibujando progresivas atmósferas.
De la racionalidad en el abordaje del espacio se ocupó la misma Lucre, en tanto mano regente, a la vez que tuvo a su cargo los tan importantes desempeños, de ella misma, su partner Rubén J. Martínez o su madre en la vida real, ese otro mito del teatro matancero y directora general de la compañía, Miriam Muñoz, en la piel de Cristina, acribillando con sus trabajos y caracterizaciones las diferencias etarias y perspectivas generacionales.
La señorita… del Buendía, dirigida por Sandra Lorenzo, potenció los subtextos, las coordenadas extratemporales, las conexiones de la escritura con otros momentos históricos, si bien pasa por encima de ellos para ahondar en impulsos, incluso animales, primitivos, que se ocultan bajo apariencias, credos, vestidos o desnudeces.
El hipertexto de Buendía explora otros enveses. Foto:Loe Reyes Aguilar
En tal sentido, el tejido naturalista del original conecta con varios códigos estilísticos asociados al barroco y las fiestas profanas, los delirios del expresionismo y otros que se amalgaman y maridan con notable coherencia.
El hipertexto de Sandra y Buendía es, por tanto, una muestra de válido pastiche posmoderno que ensancha los ribetes del genotexto a resemantizaciones
e interpretaciones muy sugerentes. No es solo la corporización y presencia diegética de personajes referidos o etapas no desarrolladas en el original que actúan a modo de precuelas (el conde lujurioso, la madre previsora, Cristina y Juan desde sus pasados adolescentes…), sino de nuevas lecturas en los cambios e inversión de roles, manipulaciones del poder, pulverización de barreras y choques de género que Strindberg supo plasmar también en su polisémica obra.
La noche de San Juan, que disipa diferencias de todo tipo en la pieza, es un símbolo poderoso que Sandra ha trabajado, junto con experiencias oníricas que la llevan a representaciones ditirámbicas y carnavalescas —perspectiva del término bajtiniano que parece haber anticipado la pieza— y que llega a ser excesiva en su despliegue escénico, sobre todo al colisionar un tanto con el tono más mesurado que porta el eje central del relato, generando a veces un contraste algo abrupto.
Pero el recurso es válido, sobre todo considerando la revisión creadora de Sandra, auxiliada en las coreografías de Camila Godo, la escenografía, vestuario y utilería (Israel y Mayra Rodríguez), las matizadas luces de Javier Rodríguez y la misma directora —encargada de una banda sonora tan ecléctica como el montaje todo—, el maquillaje semantizado de Betty Padilla y la asesoría de los maestros Eduardo Arocha y Raquel Carrió.
Actuaciones que han entendido los claroscuros de los personajes (en algunos casos o momentos un poco demasiado enfocadas en lo físico) nos llegan en las labores de Isabella Lorenzo, Niu Ventura, Marcela García, Indira Valdés, Jonathan Álvarez, Daniel Barrera y Juliet González.
Argos Teatro, Icarón, Buendía… visiones, versiones diversas, todas apreciables, enriquecedoras, sobre ese clásico que sigue hablándonos y convocándonos más allá de la noche de San Juan.
Icarón compartió representaciones en Matanzas y la capital. Foto: Sergio Jesús Martínez.