—¡Mamá, mamá, mira quién está en la televisión!
Aurora corre a los gritos de su hijo Pedrito que está en la sala. Ambos miran la tele mientras el infante agrega:
—Es el señor que vende galleticas y refresco de paqueticos…
—¿Lo cogió la policía? —pregunta Aurora aún fuera de situación.
—No, no, son las culturales… Ganó un premio porque escribió un libro —responde Pedrito.
—Ahhh… Mamá, mamá, mira esto.
Ahora grita Aurora y una señora mayor se persona en la sala del inmueble frente a la tele.
—¡Mira quién está ahí! —dice Aurora a su madre y señala a la pantalla.
La señora afina un poco la vista, como si buscara foco, y finalmente comenta un poco sorprendida:
—¡Es el señor que vive frente al puesto, el que vende cosas en una mesita en la puerta de su casa! ¡El merolico! Yo creo que se llama Gabriel… ¿y qué le pasó?
—Dice Pedrito que ganó un premio porque escribió un libro… —comenta Aurora y la madre la interrumpe:
—¡Deja oír, deja oír!
Se hace silencio en la sala y la voz de la locutora, proveniente del televisor, inunda los espacios mientras amplía la información:
«Debajo de la cama está el majá, título de la obra que obtiene tan preciado premio, es una novela que aborda desde diferentes puntos de vista la realidad más perentoria de la sociedad cubana de estos tiempos, según afirmó su autor en reciente rueda de prensa. El reconocido escritor Gabriel López Fuente también ha sido merecedor de la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Raúl Gómez García, que otorga el Sindicato de la Cultura, y varios premios nacionales e internacionales por su vasta y profunda obra literaria… y con esta información cerramos las culturales».
El sonido y la atención a la pequeña pantalla pasan a segundo plano cuando se deja escuchar la voz de Aurora realmente sorprendida:
—¡Mira para eso tú! ¡Quién lo iba a decir! ¡Gabriel, el merolico, es un gran escritor!
—Bueno, él siempre ha sido una persona muy educada, de muy buen trato… —reflexionó la abuela.
—Sí, y todo lo que vende es muy bueno. Los refrescos Zucos rinden cantidad, y los zapatos que le compré para Pedrito, le duraron todo el curso… ¡Ah, y excelentes precios! —aseguró Aurora.
—No hay que exagerar, porque las cajas de fósforos no sirven.
—¡Ningún fósforo sirve, mima! ¡Eso no es culpa de él!
—Es verdad… ¿Y por qué vende boberías, si escribe tan bien?
—Mima, ¿qué tu crees? ¡La cosa está muy dura!
La abuela afirmó con la cabeza mientras Aurora buscó el mando para apagar la tele mientras convidaba a su hijo:
—Pedrito, vamos a almorzar, que ya tienes la comida servida.
El niño se levantó lentamente, miró a su madre y a su abuela y con marcada duda preguntó:
—¿Para qué hay que estudiar más: para ser escritor o para ser merolico?