Al actor Moisés Rodríguez, fundador de la Seña del Humor, le agradecemos su trabajo en el proceso de curaduría de la expo personal de Manuel, inaugurada en la casa de la Uneac matancera. Autor: Roberto Suárez Publicado: 26/02/2022 | 08:30 pm
El viernes último, 25 de febrero, cumplió 53 años de fundado nuestro querido dedeté, que nunca ha vuelto a ser aquella publicación de ocho páginas y 250 000 ejemplares que tanto impactó en la generación de los años 80. Hemos quedado como un recuerdo en la contraportada del dominical o en estos «habituales» suplementos internos de JR, y desde aquí lo celebramos. Brindamos con nuestros amigos y colegas de Juventud Rebelde e hicimos un viaje a Matanzas… Viajamos a la semilla, como diría Carpentier, con sabia visión y profunda prosa. Fuimos al encuentro de lo más genuino del dedeté que aún pernocta entre nosotros. Recorrimos decenas de kilómetros para ver a Manuel Hernández Valdés. Bordeamos el litoral norte hacia el este de la capital para reunirnos y departir con Manuel. Simplemente Manuel. En Matanzas no hacen falta apellidos.
Esto último me quedó muy claro cuando participamos en el primer Coloquio Itinerante De Punta a Cabo, convocado por la Oficina del Humor (ya Kike Quiñones me prometió que en próxima edición explicará con lujo de detalles de qué se trata esta Oficina) y múltiples entidades de la cultura matancera, particularmente la Casa de la Memoria Escénica. Fueron un par de días memorables, luego de tan postergado encuentro y tantos meses de confinamiento. Hablamos de muchos temas referentes al humor y la cultura, y hablamos con Manuel; y Manuel, a quien estaba dedicado el evento, habló con nosotros, habló como no acostumbra a hablar este humilde genio callado. Contó historias, hizo profundas reflexiones, porque se veía feliz, se sentía feliz de recibir y ser agasajado por sus colegas y amigos.
Todos estábamos allí: Manuel, Arístides, Adán, Jorge Alberto, Alejandro, Moisés, Axel, Ulises, Pedro, Reinier, Dianelis, Orlando… ya dije que no eran necesarios los apellidos. Todos disfrutamos la presencia del pequeño y vetusto caricaturista fundador del dedeté junto a una pléyade de irrepetibles creadores. Este hombre que desde lejos nos parece un legendario hobbit, y de cerca lo es, por su modestia, por su fidelidad, su honradez y sapiencia guajira; y porque transmite una inmensa paz y cada palabra suya es una profecía.
Nos recibió como un noble patriarca de la familia que recibe a todos sus descendientes. Quizá eso somos todos nosotros, todos los que estuvieron y estamos en el dedeté. Ramas de un único tronco, de una sola inspiración creativa que traspasa su savia en cada generación. Quizá dedeté solo sea eso: continuidad en la memoria, un modo de vida, estés donde estés, cualquiera que sea tu fecha de nacimiento.
Aunque comencé estas líneas con cierto reproche a lo que no somos, por todas las carencias y atenuantes que conocemos y que no siempre me convencen, quiero agradecer a Juventud Rebelde la posibilidad de que existamos en este escaso reducto en el que conservamos el aliento de aquello que un día fue tan grandioso para la sociedad, para el acervo cultural cubano y las artes gráficas de todo el mundo. Un proyecto, un modo de decir y hacer que trascendió mucho más que el simple nombre de un insecticida. Gracias por permitir un rencuentro con Manuel.
Manuel, a sus casi 80 y tantos eneros, sigue siendo el dedeté en persona, y su hobby sigue siendo el mismo que sostenía cuando llegó imberbe a estas páginas. Su pasatiempo preferido aún perdura: brindar a todos amistad, sabiduría y amor.
Manuel no deja de trabajar. En la foto muestra un futuro mural cerámico dedicado a Chaplin. Foto: Roberto Suárez
El primer Coloquio Itinerante De Punta a Cabo, organizado por la Oficina del Humor y las instituciones culturales matanceras, contó con las intervenciones de Adán Iglesias (primero a la izquierda), el crítico Axel Li, Falco, Manuel y ARES. Foto: Roberto Suárez