Sol de invierno (Multivisión) une en la pantalla a Asli Enver y Şükrü Özyıldız, quien interpreta a los gemelos Efe y Mete. Autor: Tomado de Internet Publicado: 10/05/2021 | 09:22 pm
Con la transmisión de Sol de invierno, también titulada Identidad oculta, todos los días a las tres de la tarde, por Multivisión, y la salida al aire, en este mes, por Arte 7, de la primera temporada de 50 metros cuadrados, se consuma el arribo a nuestros predios de un fenómeno audiovisual en plena expansión. Porque las series y telenovelas turcas devinieron la base para el desarrollo de una industria cultural capaz de producir un promedio anual de un centenar de títulos, comercializados ahora mismo en alrededor de 150 países, y concentrados mayormente en cuatro géneros: mafiosas o policiacas, históricas o de época, comedias románticas y melodramáticas o trágicas, con fuerte protagonismo femenino.
Sin embargo, una de las fórmulas turcas para conseguir el éxito consiste en la combinación del omnipresente melodrama con otros géneros como el drama social (raro), o lo criminal (mucho más frecuente), de modo que en cualquiera de los títulos más exitosos se acoplan, con bastante coherencia, tres o cuatro géneros con el fin de atrapar al mayor número de espectadores. De todos modos, el boom internacional se confirmó con el éxito mundial (en más de 80 televisoras) de producciones de corte histórico como Despertar, Kara Sevda o El Sultán, esta última vista por unos 500 millones de espectadores. En 2018, el valor total de la recaudación por la venta de telenovelas turcas se elevó a nada menos que 350 millones de dólares, de modo que no estamos hablando, ni mucho menos, de un fenómeno local o fortuito.
Un sistema de estrellas bien aceitado propulsa, como en todas las industrias audiovisuales, la producción de telenovelas. Los actores y actrices proceden, por lo regular, del mundo de la moda, la publicidad, e incluso del deporte, y así, independientemente de sus capacidades histriónicas, los galanes turcos se acostumbran a estar en pose, para inundar con sus fotos millones de celulares y computadoras en todo el mundo, Cuba incluida. Porque en la Mayor de las Antillas ya cuenta con numerosos seguidores Akin Akinozu, premiado como el mejor actor de telenovelas en 2019 por Hercai, que mostraba sin pudores la más condenable violencia doméstica; Engin Öztürk que ahora veremos en 50 metros cuadrados, pero que resulta conocido por todos aquellos que cedieron a las atracciones de El protector y El sultán; y Şükrü Özyıldız, quien interpreta, sin despeinarse nunca ni perder un ápice de glamour, el doble papel de Efe y Mete Demircan, los hermanos gemelos protagonistas de Sol de invierno.
En cuanto a las actrices, pocas son tan populares como Beren Saat, considerada la mejor pagada del país en el período 2008-2014; y Demet Ozdemir, el rostro más reconocible de Pájaro soñador, Habitación 309 y Mi casa, mi destino, en la cual se une al también famosísimo Ibrahim Celikkol, un actor que parece ser la apuesta más segura cuando se trata de interpretar a un macho brutal, eternamente tenso, pero con el corazón de oro (ver Amor en blanco y negro). Y en medio de todo esto, se coloca Asli Enver, quien había brillando en el papel de una heroína algo liberal, finalmente reducida a la domesticidad, en La novia de Estambul.
En Sol de invierno, la Enver hace lo posible por conferirle a su personaje cierta complejidad en tanto la impulsa una confusa atracción por uno de los hermanos gemelos, pero el guion la ayuda cuando convierte a uno en malo, y luego lo sacan de la trama, y así rescatan a la excelsa protagonista de un posible adulterio (impensable en una heroína de este tipo de telenovelas), y liberan al hierático Şükrü Özyıldız de la carga de interpretar a dos personajes de igual apariencia y diferente esencia.
Sin embargo, el éxito de las telenovelas turcas no solo obedece al sistema de estrellas bien estructurado, sino que también se explica por la manipulación de claves temáticas y redundantes tópicos universalmente aceptados. Por ejemplo, casi nunca faltan situaciones dramáticas dominadas por la venganza, la culpa, la traición y el desengaño (el coctel está servido con todos los ingredientes en Sol de invierno), y además de todo ello suele haber un férreo esquematismo entre buenos y malos, ricos y pobres (como se percibe en 50 metros cuadrados), porque la ambigüedad y la complejidad se quedan fuera del diseño de personajes en este tipo de seriados. Y para resolver el prolongadísimo y casi siempre truculento desafío entre buenos y malos se recurre a la aparición de otro malo («más piorentoavía», como decía mi abuela) y que entra en la trama con el solo propósito de evitar que el bueno empañe su imagen seráfica haciendo justicia con sus propias manos.
De modo que como ya se infiere, por los datos que esbocé, Sol de invierno (2016) y 50 metros cuadrados (2020) clasifican en la variante criminal, policiaca o mafiosa de la telenovela turca. La primera de las mencionadas prefirió combinar crímenes y traiciones con eventos típicos del melodrama, en variantes filial o romántica, pues el joven Efe pierde la memoria y luego se debate no solo entre su humilde familia de crianza y la verdadera, sino que también tiene la posibilidad de restablecer el romance con una mujer que ahora es su cuñada. Entonces, las principales instancias del suspenso estriban en la venganza de Efe sobre los asesinos de su padre y de su hermano, y en el gradual acercamiento de la muchacha con el gemelo bueno, y sobre todo vivo. El personaje más interesante de la trama, o por lo menos el más complejo, es el asesino del padre, Kadim (Hakan Boyav) que desarrolla sentimientos paternales por el joven victimizado, y además lo instiga a que recobre el lugar que le pertenece.
En 50 metros cuadrados, el guion opta por refrescar, con las situaciones de la comedia de enredos, una trama que al principio parece lidiar solo con delitos y corrupción, pues el protagonista es un asesino a sueldo, que hace el trabajo sucio de un empresario corrupto, quien lo crió tras hallarlo perdido en la calle. El protagonista, igual que Efe, encuentra a su familia de verdad, y termina por enfrentarse a su jefe, pero en la huida unos comerciantes de suburbio lo confunden con el heredero del sastre recién fallecido, y es entonces cuando ocurre el giro definitivo a la comedia, pues deberá asumir una nueva identidad que le permitirá convertirse en mejor persona, ayudado por los alegres y humildes vecinos. Y así se mezcla suspenso, acción y humor con el trasfondo del elogio a la sencillez y la ética de los pobladores de un barrio popular de Estambul.
En ambas producciones es evidente el conocimiento bastante certero de los guionistas sobre las reglas narrativas que rigen el género criminal o mafioso, la recurrencia a mentiras inamovibles y bastante frágiles, respecto al origen social de los protagonistas, y la presencia de implacables venganzas, estilo Conde de Montecristo, que constituyen elementos de contrapeso en una dramaturgia aferrada a las historias de superación personal, dentro de un enfoque que suele ponderar el sacrificio individual en pro del interés colectivo y el castigo a los ambiciosos, inmorales y violentos.
El espectador más informado puede descubrir, con un mínimo esfuerzo, los múltiples intentos de cada serie turca por incorporar los tradicionales giros de argumento muchísimas veces vistos en películas norteamericanas, series coreanas, o narraciones seculares como la historia bíblica de Abel y Caín. Pero debe decirse que todo ello viene empaquetado en los celofanes del exotismo, las costumbres singulares y antiguas, la invariable elegancia del vestuario, las espectaculares locaciones y las preciosas vistas aéreas o marítimas sobre los enormes puentes que unen, en Estambul, los continentes de Europa y Asia.
Además, si las telenovelas turcas le están ganando la competencia, en su propio terreno, a las líderes latinoamericanas, debe ser porque el público es posible que se esté saturando de las crecientes dosis de sexo y violencia, de la reflexión histórica o de los discursos sociales y políticos, en un género audiovisual ligado, mayormente, a los matices más ilusorios, idealistas, arcaicos y evasivos que tan bien recrean los turcos. Los productores, y sobre todo los guionistas de aquel país, están bien enterados de que la miseria y los problemas cotidianos deben quedar fuera, porque un apreciable sector del público quiere saber cada vez menos de calamidades y escaseces, y disfruta refugiarse en este mundo poblado por seres bellos y justicieros, que invariablemente triunfan, después de un sinfín de capítulos, con las armas de la verdad y la justicia.