Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Pollo sin cola!

Autor:

JAPE

La mañana transcurría tranquila. A pesar del intenso calor, de vez en cuando soplaba una ligera brisa que hacía agradable la estancia en el parque del barrio. La reciente ruptura del confinamiento dejaba ver un espacio verde más poblado, lleno de gente de varias generaciones colmando los bancos, los sombreados muros aledaños. Guardando la debida distancia, con su pomito de cloro o alcohol a mano, portando su nasobuco bien plantado en el centro-sur del rostro… todos parecían despreocupados, orondos, optimistas ante la vida.

No se respiraba la tensión que en otros momentos se apoderaba del ambiente cuando en ese mismo lugar se armaba la cola para comprar lo que ofertaban en la tienda TRD de al doblar de la esquina… la que está en calle 7ma., al lado del quiosco de la prensa. Hacía varios días no había productos de primera necesidad en dicho establecimiento donde ahora los pomos de miel (de todo tipo) y el agua Ciego Montero (de todos los tamaños), inundaban los anaqueles.

Quizá por esto los reconocidos coleros, sobrevivientes a la redada de los días pasados, no paseaban cautelosos e intrigantes por los alrededores, camuflando la libreta llena de nombres, las manos apretando los tiques, o el móvil con listas de reservaciones y pedidos. Hasta los compañeros del orden público encargados de organizar las largas hileras (para no decir tumultos) de personas dispuestas a comprar lo que fuera (excepto agua mineral y miel), permanecían relajados, disolutos, en franca tregua con la lucha diaria.

Un grito, proveniente de la garganta de Cachito, el antológico borracho de la zona, rompió la quietud reinante:   —¡Pollo sin cola!

El «etílico» personaje, que estaba parado justo en un lugar desde donde solo él podía divisar la tienda, volvió a gritar: —¡Pollo sin cola!

La voz sonó como una alerta de peligro, de urgencia, de llamado solidario, no sé explicarlo bien, pero todos se miraron con dudas, con vacilación. Los ojos buscaban los rostros con una sola pregunta: «¿Será verdad o es borrachera?»

Los más incrédulos regresaron pronto a su relajamiento, otros permanecieron en sus marcas… El tercer grito del siempre ebrio Cachito fue el detonante:

— ¡Caballero, es verdad, pollo sin cola!

Muchos corrieron a sus cercanas casas a buscar el dinero y avisar al resto de los amigos y familia. Los más avispados, cundidos en el bregar de las colas diarias, salieron directos hacia donde estaba Cachito buscando el camino más corto entre su banco del parque y la tienda. Ellos sabían que primero se marca, se advierte que contigo vienen siete y después se busca el dinero y los acompañantes indispensables. No se le puede avisar a todo el mundo.

Nadie tenía a mano un cronómetro. Nadie pensó en ello, pero puedo asegurar de que hubo buenas marcas de velocidad para carrera corta de 50 metros. Fueron varios los que arribaron al poste que servía de sostén a Cachito y desde allí divisaron que la tienda y sus alrededores estaban en calma. Nada anunciaba la apertura de la esperada oferta de pollo congelado en sus variados cortes: muslo, pechuga, encuentros… ni siquiera picadillo. Todo en calma, casi desierto. Solo el gallo viejo de Margot, la que vende periódicos en el estanquillo, atravesaba tranquilamente la calle, con su trasero completamente desprovisto de plumas. Quizá tuvo un inesperado encuentro con un gato ladino, o una merecida tunda por andar de relambido en gallinero ajeno.  Nadie sabe por qué, pero así estaba el gallo: sin cola.

Cachito, con cierta suspicacia y regocijo por lo logrado, lo reafirmó ante un público que seguía aumentando en número e incertidumbre:

 —Yo lo dije bien claro: ¡Pollo sin cola! Ahí está, cruzando la calle.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.