La pasión es lo único que no se puede abandonar jamás. De ello está convencido el notable baterista cubano Autor: Latin Drummer Publicado: 05/09/2020 | 07:49 pm
Horacio su abuelo, Horacio su papá y todo estaba escrito para que ese fuera el nombre que identificara a quien con el tiempo se convertiría, según numerosas publicaciones especializadas, en uno de los bateristas más extraordinarios del universo. De hecho, no hubo quien le quitara de encima esa «marca» de bautizo, aunque al final, como le dice a Juventud Rebelde el líder de Italuba, ese proyecto integrado por puros ases, pudo más el apodo con el cual lo denominan en los cuatro puntos cardinales.
«Mi hermano, tres años mayor, tenía un mejor amigo, Agustín, y decidió armar una campaña para que a mí me llamaran igual que a aquel con el que era uña y carne. Como no encontró cómo convencer a mi mamá, empezó a decirme, desde que yo estaba en la barriga, “el negrito”, “el negrito”, en honor a su socio, y con “el negrito” me quedé. Mi madre falleció y jamás le escuché un Horacio, nunca en mi vida, se lo juro por lo más sagrado.
«Pensándolo bien, Horacio resulta un nombre demasiado serio para un niño. “El Negro” me salvó», afirma convencido quien tampoco pudo, ni quiso, escapar de la música, desde que ese arte se hizo tan vital para él como respirar, lo cual ocurrió muy temprano en su existencia. «Mi abuelo tocaba trompeta, mientras mi papá, también músico, se enamoró tanto de un género musical que se dedicó a exaltarlo y a darlo a conocer, más, inclusive, que consagrarse a su propia carrera como instrumentista. Así se convirtió en el gurú del jazz en Cuba, porque no hubo un apasionado y un defensor mayor: se sabía las fechas de nacimiento de los jazzistas más importantes, conocía al dedillo sus discos y trayectorias...
«El nacimiento del latin jazz lo conmovió; lo marcó para siempre el “parto” extraordinario que resultó cuando la música afrocubana y el jazz se fecundaron. Dizzy Gillespie fue como el Benny Moré: en este caso, un trompetista con un carisma y un talento increíbles, una luminaria, quien con ese hallazgo milagroso indicó nuevas tendencias. Es evidente que ese “invento” influyó en la gente de esa generación, también por aquello de que venía “de afuera”, de que se convirtió en una moda, aunque es innegable que hablamos de una música extremadamente universal y sofisticada... De toda esa historia debió haber salido la decisión de mi papá de dejarse su mostachito y usar boina: un apasionado total por la música, te repito.
«Por la parte de mi hermano me llegaron, por otro lado, The Beatles, The Rolling Stones, el rock and roll... Y con esa diferencia de intereses lo que se formaba en mi casa era de película: mi abuelo con Palmas y cañas, Ignacio Piñeiro, el son montuno; mi papá con John Coltrane, Charlie Parker, Louis Armstrong, Duke Ellington..., y los tres fajados para ver quién se hacía con el radio. Cuando por fin uno se adueñaba del pobre aparato, los otros dos lo repudiaban firmemente. Eran “enemigos” íntimos (sonríe). ¿Te imaginas? Eso que te cuento pasaba constantemente y yo vivía la dulce vida en medio de aquella fascinante “locura”».
—¿Por qué El Negro eligió justamente la batería y no otro instrumento?
—La batería es un parque de diversiones, no me cansaré de decirlo. Estoy completamente convencido de que ahí radica el primer porqué, al menos inconsciente, de un niño a la hora de elegirla. Es increíble la relación tan cercana que establecen un niño y una batería, y por tal razón, tocarla se vuelve una fiesta. Después te sorprenden los misterios del cerebro, que se torna más eficiente cuando consigues sacar, al mismo tiempo, ritmos diferentes con las dos manos. Y fíjate que ni siquiera te hablo todavía de música, porque considero que esa te toca o no, ¿sabes? Nosotros no hacemos música, la música nos hace a nosotros. Es un don con el cual se nace, como mismo algunos ven la luz para ser cibernéticos, deportistas, cocineros, carpinteros, cirujanos, mecánicos, científicos, maestros...».
La batería es un parque de diversiones, no me cansaré de decirlo, afirma «El Negro» Hernández. Foto: Cortesía del entrevistado
—Entonces tú eras como esos niños que no podía tener una cazuela a su alcance...
—Mi parque de diversiones fue creciendo con la vida misma. Lo empecé a descubrir a los dos años, cuando mi abuelo me regaló estas claves que ves aquí (las coge en sus manos, las hace chocar, las acaricia). Parece que mi alegría fue tan enorme que a partir de ese momento por mis cumpleaños siempre recibí instrumentos musicales, hasta que me dio por la batería. ¡Y me dio por la batería!, gracias a todos los santos. Fue como: “tú vas a ser mi única salvación”. Y me fasciné cuando esa parte neurológica, matemática, física... se acopló con la habilidad de crear sonidos, de cantar y encantar.
Te aseguro que nunca dejé de estudiar, ¡nunca!, ni un solo día, insiste Horacio «El Negro» Hernández. Foto: Larisa López
—¿En qué momento llegó la academia?
—Mi papá me llevó a la Amadeo Roldán con siete u ocho años, pero no había capacidad para percusión, la única posibilidad que existía era violín, que pude matricular, pero... Toda una vida me arrepentiré de haber sido el niño rebelde que solo apostaba por la batería. Y ahí mismo mi padre me consiguió mi primera lección de percusión, sin embargo no fue muy divertida, así que me quedé en la casa con mi abuelo y el bongocito y los calderos, y la cama... Y como a los 12 años, por ahí, yo mismo me presenté a la Escuela Nacional de Instructores de Arte (ENIA).
«Ese constituyó un momento trascendental de mi existencia. Significó el cambio del adolescente-niño al adulto, gracias a esa escuela fantástica donde estudiaron músicos fabulosos que después han hecho historia: Miguel Angá Díaz, Ernesto Simpson, Jorge Luis Chicoy..., algunos no sabían ni un carajo de Literatura o Matemáticas, pero en sus instrumentos eran unos bolaos. Allí coincidió un burujón de gente supertalentosa que no pensaba en nada más que hacer música, guiados por maestros espectaculares de la talla de Santiago Reiter, en la actualidad profesor en la Universidad de Belo Horizonte. Con él, en un año, hice los cuatro de percusión».
—Me imagino que tú también te hallabas en ese grupo de los que no se interesaban por las matemáticas…
—Me botaron después del primer año porque nunca me aparecí a una clase de la escolaridad. Me metía en el aula de percusión desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche y ni siquiera me percataba de que el tiempo pasaba. Ya te digo: en un año hice los cuatro, pero sucedió no porque lo hubiera premeditado, sino porque era mi pasión. Verme allí, aprendiendo a cada segundo, me cautivó enteramente.
—¿Cómo saliste de ese atolladero?
—El mismo Santiago Reiter me dio la solución: arranca por ahí para allá a tocar, que ya estás listo para hacerlo con cualquiera...
Puntos de giro
—¡Pero eras muy joven!...
—Quince años. A esa edad me fui con Julio César Fonseca y Clave Azul, agrupación con la cual realicé mi primera gira nacional y con la que pude salir de La Habana por primera vez, gracias a la música: ella ha sido mi proa, la que me ha enseñado el mundo. Esta experiencia fue muy divertida. Amén de estar rodeado de muy buenos instrumentistas, me sirvió, sobre todo, para empezar a descubrir cómo era la vida de un músico...
—¿Y tus padres cómo lo tomaron?
—Yo siempre fui muy intranquilo, muy travieso. Practiqué absolutamente todos los deportes: natación, yudo, gimnástica, tenis de campo... Con nueve años me enamoré del fútbol por un entrenador llamado Rafael Alberiche, quien luego llegó a ser jugador del Real Madrid. Él preparaba a mi equipo, el de Plaza, en la Ciudad Deportiva, donde mi madre me llevaba todos los días, cuando concluía mis clases de la Primaria. Y me entregaba al fútbol hasta que me aburría. Después se me ocurría empinar papalote, criar conejos o tener perros y gatos... No quedó ni una sola actividad que pudiera encantar a un niño en el mundo a la cual mis padres no me acercaran, porque tuve, sin dudas, los padres más adorables de la tierra. Y de los abuelos para qué decirte… ¡Auxilio! Una familia esplendorosa, preciosa, que me apoyó siempre.
«Regresando a mi carrera profesional, más tarde aparecieron otras oportunidades, pero te aseguro que nunca dejé de estudiar, ¡nunca!, ni un solo día. En esa etapa formé parte de Los Impactos, la contrapartida de Los Dadas, y luego vino mi relación con Mario Dali, un guitarrista genial, uno de nuestros supermúsicos.
«Yo venía de estar con Nicolás Reinoso, un saxofonista que actuaba en Las Cañitas del Habana Libre, donde el público se deleitaba cada noche con Gonzalo Rubalcaba, Rafael Sánchez..., unos tipos fuera de serie... Al lado se hallaba el cabaret Caribe con su show, donde Pacho Alonso y Calixto Oviedo eran la principal atracción; y arriba, en el Turquino, Alfonsín Quintana, Joseíto Castillo tocando la clave con el pie y la tumbadora con una mano... ¡Aquello no tenía nombre! La gloria misma...
«Pues bien, estando con Dali surgió el álbum de Donato Poveda, porque Mario se ocupó de los arreglos, que poco tenían de convencionales. A mí me llevaron a la Egrem para que me encargara de la batería, lo cual me dio el privilegio de entrar en contacto con Hilario Durán, Demetrio Muñiz, Adolfo Pichardo, Alfredo Pérez Pérez... Tantos nombres ilustres...
«Y ocurrió que ellos quisieron que me quedara como parte de esa tropa selecta. Te digo que la Egrem constituyó otra gran escuela para mí. Llegué a instalarme con un catre en el cuartico del asistente. Me tiraba dos horas a dormir hasta que tocara el turno de la próxima grabación. A veces me pasaba cuatro o cinco días en esa gracia, sin ir a la casa. Pero era la oportunidad de poder leer música constantemente; de aprender con esos grandes arreglistas y músicos de primera línea; de intentar adentrarte en los secretos del sonido...
«Si excitante era tocar aquellas obras magníficas, más excitante era ir luego a la cabina a escuchar con atención el trabajo realizado para descubrir lo que había hecho bien y dónde había fallado, pues tú sabes muy bien cómo le diste al tambor, lo cual te permite entender que tal vez esa no era la intensidad que requería un momento como aquel... Son detalles que no tienes otra manera de aprender».
—Después de la Egrem vino Gonzalo...
—Exacto. Y Gonzalo Rubalcaba ya fue lo máximo. Un genio, la persona más centrada y consciente que he conocido. Musicalmente, un científico. Él nos enseñó no solo música, sino además el sentido de la responsabilidad, de la disciplina. Yo creo que quizá me eligió para la batería porque desde niño yo venía familiarizándome, adentrándome en diferentes estilos, por la influencia que ejercieron sobre mí mi hermano con los Beatles, mi papá con el jazz, mi abuelo con el son montuno...
«Cuba, en ese sentido, siempre fue muy Cuba. Seguramente no existía nadie mejor tocando la música cubana, pero no sabíamos cómo abordar otros estilos que conforman la música. Imagino que por esa razón pensó en mí. De cualquier modo resultó un viaje maravilloso de diez años durante los cuales conocí el mundo verdaderamente.
«La primera vez que salimos de Cuba a Holanda, al North Sea Jazz Festival, y nos vimos allí junto a Miles Davis, Wynton Marsalis, todas esas lumbreras… ¡Wow! No te lo crees, y mucho menos cuando, al terminar la actuación, se te acercan para decirte: “Increíble, ustedes están locos”, y constatar, a ese nivel, que no imitas o sigues las reglas de alguien, que si aún no has encontrado tu sello, lo andas buscando, que has localizado tus propias reglas y tu universo musical.
«Sí, fueron diez años maravillosos, de muchos discos y no pocos encuentros con músicos admirables de todas partes. Es difícil, muy difícil, sobre todo en el jazz, que los grupos se mantengan estables por mucho tiempo. El caso de Proyecto fue de esos milagros que te regala la vida. Luego cada uno cogió su rumbo y yo me fui a Italia, a Roma, donde me pasé dos años y medio inolvidables».
North Sea Jazz Festival es un evento en el cual Horacio «El Negro» Hernández participaría muchas veces después de aquella primera junto a Gonzalo Rubalcaba. Aquí en el 2002 junto a Michel Camilo y Anthony Jackson.
—Por lo que cuentas no es difícil entender que Italia representó otro punto de giro en tu carrera...
—Italia me permitió encontrar otro universo de la música. Todo cambió, todo fue enteramente diferente. Estamos hablando de uno de los países que más festivales de jazz organiza a escala global. Como muchas luminarias del género se radicaron en París, por ejemplo, otras como Massimo Urbani y George Cables eligieron a Roma, donde existe un movimiento de jazz impresionante. Y cuando digo jazz estoy empleando una palabra muy ancha, demasiado amplia. Jazz es no imitar nada...
«En Italia, primero que todo, tuve la inmensa posibilidad, el regalo, de enseñar, de impartir clases, de ser maestro, lo cual constituye una bendición. Se aprende tanto... Enseñar constituye un arte en sí, que tiene que ver con la transmisión, con la comunicación, con hacerte entender, con conectar. No basta con que sepas tocar. Cuando enseñas debes saber de dónde vino ese toque, cuál es su raíz. Investigar. Necesitas autosuperarte, estudiar a fondo...
«Después pude tocar de todo y con todos: Pino Daniele, Jovanotti, Zucchero... Por tocar, hasta metí mi descarga en la boda de la hija del Presidente de Italia, siendo un perfecto ilegal (sonríe). Italia se quedó en mi corazón: una cultura alucinante, linda tierra, linda gente. De Roma hacia abajo, y que me perdone el norte, ellos son los cubanos mediterráneos (sonríe)».
—Si estabas a tus anchas, ¿por qué dejaste Roma?
—Porque no aún había cumplido mi sueño de ir a Nueva York para compartir el escenario con Michael Brecker, John Patitucci, Michel Camilo... Se trataba de una persecución inconsciente de la música que quería tocar.
—Supongo que después de participar en tantos festivales y de haber tocado con instrumentistas de elevado prestigio, Nueva York te abrió sus puertas de par en par...
—Nueva York es una ciudad como ninguna otra para la música en vivo. Cuenta con miles de clubes, de locales, donde se toca la música que ni te imaginas. Llegué y al otro día ya estaba viajando a Miami, invitado por Paquito D'Rivera, para grabar 40 Years Of Cuban Jam Session, un disco que ganó el Grammy ese año y donde también participaban Cachao (Israel López), Chocolate Armenteros...
«Ahora me pongo a pensar —creo que soy muy joven todavía— y siento que he sido una persona extremadamente afortunada. Estar en el momento justo a la hora justa me sigue pasando de manera constante. Bonito, ¿no? Regresé a Nueva York y empecé a conectar con mucha gente y a trabajar en la ciudad. Recibí ofertas asombrosas, tal vez las jamás soñadas, pero no podía viajar, así que me concentré en esos cientos de clubes, como el famoso Blue Note, en sus jamsessions: otra escuela increíble.
«En ese tiempo yo tocaba, por ejemplo, con Richard Bona, ahora un superstar, y nos pagaban 40 dólares a cada uno, de los cuales gastaba 20 en un taxi para venir con la batería a Manhattan y regresar a Brooklyn, donde vivía, el resto me lo gastaba casi con dos cervezas que me tomaba allí mismo, me quedaba prácticamente sin nada, pero por Blue Note pasaban y pasan todos los músicos que aterrizan en Nueva York procedentes de Brasil, India, Serbia, China... Porque esta ciudad es como París para un pintor, como Matanzas para un rumbero».
Horacio «El Negro» Hernández en el TamTam DrumFest 2012.
—¿Cuándo por fin lograste el gran reconocimiento?
—Nunca ha habido un momento clave, la verdad. Pero la situación cambió cuando ya tuve mis papeles en regla y pude viajar, lo cual me permitió volverme a conectar con los diferentes circuitos. O sea, el mundo de la música funciona de tal manera que después de alcanzar cierto estatus tocas en cada ciudad una vez al año, es decir, una noche en Nueva York, dos en Londres, una en Ámsterdam, tres en París, dos en Roma o en Tokio... Regresas a tu casa, descansas un poquito y arrancas otra vez... Y así, sin cesar, el resto de la vida.
—O sea, casi vives en los aviones...
—Mira, es una mezcla de muchas ilusiones. La pasión inicial es tocar la batería. A veces ofrecer un concierto en Europa te toma tres días: uno para viajar desde Nueva York, otro para tocar y el último para regresar, pero no queda de otra: hay que ganarse la vida. Y después, cuando lo haces por tantos años, vas fundando una legión de amigos en todas partes, que te esperan cuando se enteran que vas. Es como si el mundo se transformara en una ciudad grande. No existe un lugar al cual haya ido que no haya adorado y he tenido la fortuna de actuar en más de cien países.
De vuelta a casa
—¿Por qué demoraste tanto en conformar tu propio proyecto?
—Te digo la verdad: esto del grupo ciertamente me lo «tiraron» arriba. Jamás pensé, ni soñé, asumir una responsabilidad como esa. Mi primer grupo, Italuba, sin embargo, ha sido un regalo. Te cuento: después de vivir en Nueva York seis o siete años, me invitaron a emprender una gira de Clinic por Italia. Y al llegar para impartir mis seminarios de batería me encontré con que se había anunciado por doquier que, además de las clases, habría un concierto de Horacio Hernández y su grupo. ¡¿Pero estaban locos?! Mas empezaron a tranquilizarme: «No te preocupes, arma una descarga...». ¿Una descarga? Todo el que tenía un instrumento en ese pueblo se apareció en aquel lugar.
Italuba: de izquierda a derecho, Amik Guerra, Dany Noel, Iván Bridón y «El Negro» Hernández. Foto: Cortesía del entrevistado
«Después hubo un día libre y me invitaron a una descarga en Torino. Fue allí donde hallé a Dany Noel, quien se convertiría en el bajista de Italuba. Más joven, no lo conocía, pero él había visto mis videos con John Patitucci. En cuanto lo vi tocar supe que el tipo era una fiera. ¡Cubano! Y le conté lo que me sucedía. Entonces me habló de un pianista y un trompetista que estaban echando humo. Se refería a Iván Bridón y a Amik Guerra. Le pedí que los llamara y el ensayo propició un amor a primera vista.
«En medio de ese “tormento” tuve otro día libre en que me llamó un pianista, un tecladista, de un grupo italiano de rock muy famoso. Quería que tocara un par de canciones en su disco. Acepté. Me recogió y me llevó para su casa, a su estudio. Su mamá y su abuela nos cocinaron, me tomé un vino italiano exquisito, es decir, que me dieron una atención espectacular. Grabé las dos canciones y, por supuesto, no acepté ningún pago.
«Te cuento esta historia porque después de cinco o seis seminarios ya tenía material suficiente con Italuba para un disco que podía resultar espectacular, así que me comuniqué con el amigo para saber cuánto me cobraba por el alquiler del estudio. Nada, me respondió. Y nació nuestra ópera prima, Italuba, que de pronto cayó en la lista de los Grammy, gracias a lo cual el grupo empezó a coger vuelo».
Portada del disco Italuba XV. Se me perdió la maleta, grabado a raíz de los 15 años del cuarteto. Foto: Cortesía del entrevistado
—De 2019 es Italuba XV. Se me perdió la maleta, el retorno de Horacio «El Negro» Hernández a los Estudios de la Egrem, su casa...
—En efecto, el retorno a casa... Te explico, no es que hayamos grabado esa cantidad de discos, el título Italuba XV. Se me perdió la maleta es para marcar los 15 años que han transcurrido desde el nacimiento del cuarteto. Para este CD me di el gusto de invitar a talentosos indiscutibles de la batería, percusionistas extraordinarios, amigos con los cuales he trabajado durante 30 años de carrera. Me refiero a Alex Acuña, Raúl Rekow, Jesús Díaz, Karl Perazzo, Tato Vizcaíno Jr., El Piraña, Giovanni Hidalgo, el Panga y Luis Conte.
Se me perdió la maleta da nombre al disco que Horacio «El Negro» Hernández grabara con Italuba en la Egrem.
—La noticia más reciente ha sido la salida del DVD Italuba Big Band, registrado por Bis Music. Otra joyita discográfica...
—Italuba comenzó a hacer giras incesantemente, sobre todo por Europa, después del primer disco. Y cuando apareció el segundo todo se complicó mucho más, pues crecieron los compromisos internacionales. Como hace unos ocho años, nos localizaron del Auditorio de Roma para que hiciéramos un trabajo con su orquesta, y surgió el proyecto Italuba Big Band.
«Comenzamos a prepararlo y cuando andábamos por la mitad del disco, la violenta crisis económica que apareció alrededor de 2010 obligó al Auditorio a prescindir de la orquesta, y todo se quedó en el aire.Yo recogí las cintas y me las llevé; traté de materializar ese proyecto en Nueva York, pero fue muy difícil. No obstante, yo tenía bastante claro que, musicalmente, solo en Cuba se podía ejecutar este proyecto de la manera que se había planeado. Listo ya Italuba Big Band, debo decir, con el corazón en la mano, que esos muchachos de la Joven Jazz Band que dirige el maestro Joaquín Betancourt son los verdaderos héroes de dicha producción, ninguno de ellos sobrepasa los 25 años, pero dieron, en mi opinión, una inmensa lección de música para el universo».
Puerto Rico, tema recogido en el DVD Italuba Big Band en el que aparecen como invitados: Haila, Mandy Cantero, Robertón, Carlos Miyares y Eduardo J. Sandoval Ferrer.
Volcán, un proyecto en el cual participaron Giovanni Hidalgo, Gonzalo Rubalcaba, Horacio «El Negro» Hernández y Armando Gola. Foto: Cortesía del entrevistado
—¿Cómo se logra ser, según expertos, publicaciones, melómanos..., el mejor del mundo?
—No, no, no, eso no es así. El mejor baterista del mundo es todo aquel que toque lo que necesita una canción o un tema. A veces le es suficiente con un palazo, otras requiere diez o mil. El mejor baterista no existe, o sí: es Samuel con los Van Van, John Bonham con Led Zeppelin, Elvin Jones con John Coltrane... ¡Imagínate tú!...
Ganador del Premio Grammy, Horacio es uno de los más talentosos bateristas del mundo. Foto: Cortesía del entrevistado
—Hagamos la pregunta de otro modo: ¿de qué forma se clasifica para las «Grandes Ligas» y luego logra mantenerse en ella?
—Existe una sola manera: estudiar con dedicación. Pero es imposible dedicarse a algo que no te apasione. La pasión no se puede abandonar jamás.
El mejor baterista del mundo es todo aquel que toque lo que necesita una canción o un tema, afirma El Negro Hernández. Foto: Cortesía del entrevistado
Los verdaderos héroes de Italuba Big Band son los muchachos de la Joven Jazz Band que dirige el maestro Joaquín Betancourt, como lo demuestra el tema Last Minute.