Correspondió a Rosa María de la Terga asumir la confección del vitral diseñado por Nelson Domínguez. Autor: Archivo de Rosa M de la Terga Publicado: 28/09/2019 | 09:57 pm
Ciudad maravilla, luminosa, histórica, sensual, misteriosa, arquitectónica, cultural, viva... De muchos modos podría llamarse esa Habana fabulosa, próxima a cumplir cinco siglos, que aunque se recorra infinidad de veces, no termina de sorprender. Su Centro Histórico y su Sistema de Fortificaciones Coloniales, el primero de Cuba declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1982, y por donde la urbe comenzó a expandirse, nos invita constantemente a redescubrirla. Casi 20 años después (2001) la Oficina del Historiador, encabezada por el Dr. Eusebio Leal, iniciaba con ese propósito Rutas y andares, proyecto que pretendía mostrar el impresionante patrimonio histórico-cultural que distingue a la bellísima urbe fundada el 16 de noviembre de 1519.
Ha sido de ese modo como desandando sus calles, barrios, museos; rencontrándose con sus plazas, conventos, iglesias, palacetes… La Habana se deja amar, consciente de que quien se exponga a su hechizo quedará perdidamente enamorado, incapaz de resistirse ante sus espléndidos atributos que igual ayudan a contar su historia: esbeltas columnas con capiteles dóricos, paredes de piedra de cantería, rejas imperiales, artísticos aldabones, curiosos guardavecinos... También mágicos vitrales que nos enamoran cuando consiguen pintar de azul, rojo, verde, naranja... esa explosión de luz casi enceguecedora del Caribe en el momento en el que atraviesa esos vidrios trabajados por manos milagrosas.
Tal vez cuando se dispuso a dotar de poesía mayor los más disímiles espacios de la antigua villa de San Cristóbal de La Habana (y de otros territorios), la reconocida artesana-artista Rosa de la Terga Tabío (1935-2017) no era consciente de que con sus fabulosos vitrales de pequeño y gran formato, mamparas, faroles y lámparas al estilo Tiffany, estaba dejando un legado para la posteridad. Seguir el trazado que pueden ir dibujando sus espléndidas piezas, puede convertirse en un magnífico pretexto para junto a JR dejarse conquistar por los encantos sobrados de una ciudad que se sabe irresistible.
Ruta sui géneris
Por diferentes puntos de la vieja Habana pudiera iniciarse esta ruta sui generis que nuestro diario les propone a sus lectores para que a la vez disfruten de una exposición tan emotiva como diferente. Desde el Capitolio, el Centro Andaluz o el hotel Plaza, se puede empezar el recorrido, o desde la Avenida del Puerto, asomándose primero a la Iglesia de San Francisco de Paula.
Considerada en su tiempo uno de los monumentos coloniales más trascendentales de la villa, este templo religioso, entre los pioneros que utilizó técnicas de abovedamiento en piedra, acabó de edificarse en 1745. Fue con los años que acogió diversas instituciones culturales hasta que en 1991 se transformó en Sala de Conciertos, una función que perdió y que vino a recuperar nuevamente tras su última restauración a cargo de la Oficina del Historiador, que también le otorgó la condición de sede del Conjunto de Música Antigua Ars Longa.
Rosa María de la Terga junto al fabuloso vitral de ventana que se exhibe en la Sala de Conciertos de la Iglesia de San Francisco de Paula.
En total suman 35 metros cuadrados las dimensiones del vitral de ventana que atrapa todas las miradas en la Sala de Conciertos, diseñado por Nelson Domínguez, premio nacional de Artes Plásticas, y materializado por el más que profesional equipo que dirigía la siempre recordada Rosa María. Sin embargo, no fue esta la primera obra que lleva su impronta, sino el Café del Oriente, situado no muy distante de allí, en la Plaza de San Francisco de Asís.
«El Café del Oriente inció la nómina de encargos importantes en los cuales intervine, aunque este tampoco salió de mi imaginación. Sí participé en la licitación con la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC), con la que trabajaría de manera muy estrecha en lo adelante, realizando obras concebidas completamente por mí y asumidas por el equipo que formé (por lo general de grandes tamaños, de techo o los llamados vitrales de escalera)».
Seis metros de largo por tres de ancho mide lucernario del Café del Oriente.
En el punto señalado con el número 156 en la calle Mercaderes, su sello permanece más que visible: un lugar que no solo sobresale por las personalísimas fragancias obtenidas allí a base de esencias de rosa, violeta, lavanda, jazmín, lila, azahar, tabaco, sándalo... Se halla allí la Perfumería Habana 1791. Su singularidad resulta, asimismo, de las 32 puertas, dos marquesinas, tres mediopuntos y una luceta que llevan la respetada firma de De la Terga.
Una de las dos marquesinas que luce la Perfumería Habana 1791
En las muchas conversaciones que Rosa María sostuvo con JR le era difícil esconder su orgullo cuando mencionaba algunas creaciones suyas que hoy constituyen una marca dentro de la parte más antigua de nuestra capital. Entre ellas, la que casi todo el mundo conoce como Droguería Sarrá (bautizada en verdad La Reunión), debido al nombre de su propietario, Ernesto Sarrá, quien la abrió en 1853 para expender medicina alopática y homeopática.
Rosa María y su hijo Julio César
El dispensario más grande de Cuba, en su época, localizado justo donde convergen las calles Teniente Rey y Compostela, constituye en la actualidad un Museo-Farmacia donde se comercializan especias secas, plantas medicinales, etc. Expone además valiosas reliquias, y, por supuesto, lucetas, mamparas, mediopuntos...
Lucernario en forma de domo o cúpula invertida de la Droguería Sarrá
«En la Droguería Sarrá quise hacer algo diferente, entonces elaboré un lucernario en forma de domo o cúpula invertida de tres metros de ancho por tres de alto», nos dice como si su creación no fuera casi una proeza.
Mamparas y mediopuntos inundan de color la Droguería Sarrá
El hotel Raquel se sitúa para muchos como su obra más espléndida. Erigido en sus inicios como un edificio para oficinas, almacén y depósito de tejidos, este llamativo inmueble de 1905 y tres plantas donde reina el art nouveau, se enorgullece de su lucernario de 230 metros cuadrados. «Fue una labor de gran envergadura que, además del inmenso vitral, sumó otros de mediopunto, mamparas y lámparas estilo Tiffany».
Un primer plano del impresionante lucernario que deja con la boca abierta en el hotel Raquel, en La Habana Vieja
Enorgulleció a Rosa María su lucernario de 230 metros cuadrados en el hotel Raquel.
Única en el mundo
«La vitralería colonial cubana, siempre espléndida en el mediopunto, en la cual predominan las formas geométricas, es única en el mundo. No existe una magia similar en ningún otro país. Aquí se desarrollaron bajo la influencia europea, en particular de España e Italia, donde aparecieron con las catedrales, de ahí su carácter netamente religioso. La técnica que después se aplicó en estas tierras consistía en fragmentos de vidrio coloreado que se colocaban en una armazón de madera ranurada», le informó a JR cuando la entrevistó por última vez (2017) quien fuera fundadora de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA).
«Luego hubo otro florecimiento, al instaurarse la República en 1900, a partir de que se pusiera de moda el art nouveau en el mundo, un estilo que encaja a la perfección con los vitrales. Ese impulso permitió que en Cuba se retomara la tradición, solo que las edificaciones eran palacios, palacetes, casas-quintas, mansiones, villas..., levantados en barrios residenciales que aparecieron con la expansión de La Habana: Santos Suárez, Vedado, Miramar...
«Los temas que representaron estos nuevos vitrales fueron diversos, y las piezas, que también embellecieron bancos, oficinas, edificios estatales, se empezaron a realizar con la técnica del emplomado. En el caso de las iglesias, los trabajos se les encargaron, sobre todo, a Momellán y Cía. Debo destacar que en este período tampoco participaron los artistas cubanos en el diseño, algo que no vino a ocurrir hasta después de 1959.
«A finales de los años 40 del pasado siglo, con los cambios políticos, sociales y económicos que se produjeron, y la fuerza que tomó la cultura norteamericana en nuestro país, este arte se volvió a apagar. Llegaron las casas de apartamentos con sus ventanas de cristales calobares y desaparecieron las persianas francesas.
«Ya en 1970 el arquitecto Joaquín Galván propuso para el restaurante Las Ruinas un vitral diseñado por René Portocarrero. Se iniciaba así una nueva era con la entrada de nuestros pintores en el diseño. Antes, figuras como Amelia Peláez habían tratado este universo en sus obras, pero no habían conseguido llevarlas al vitral con vidrio. Eso pudo ser posible gracias a las enseñanzas de Nino Mastellari, italiano quien había llegado a Cuba en 1912 junto a su familia, la cual conocía muy bien este negocio.
«Entonces se decidió que aquellos que habíamos pasado el curso organizado por Celia, donde me gradué de pintura al óleo, nos especializaríamos en los vitrales. Recuerdo que en la Oficina de Asuntos Históricos, que ella atendía directamente, se confeccionó la pieza de Portocarrero. Fue una experiencia que nos enriqueció de un modo notable.
«A partir de entonces se hicieron en el taller de Celia otras obras relevantes: el vitral óptico del Mausoleo de los Mártires de Artemisa, el del Consejo de Estado, el del Valle de Picadura, e incluso creamos algunos que fueron utilizados para obsequios de Gobierno a mandatarios», contó una artista que estuvo detrás de restauraciones como las que recibieron los vitrales del Santuario de la Virgen del Cobre, del Capitolio Nacional (la de 1984), del antiguo Colegio de Belén, de la Casa Museo de la poeta Dulce María Loynaz...
Según la poseedora de la Distinción por la Cultura Nacional en 1997, se puede hablar de un vitral puramente cubano a partir del año 70, «tras la irrupción de nuestros pintores con sus diseños.
«Con anterioridad creo que solo Mariano Rodríguez había creado por encargo los vitrales de San José y la Virgen de Fátima para la Iglesia de Bauta. Por otro lado, en Cuba esta labor tuvo un carácter sobre todo social, pues las obras eran más bien decorativas (a diferencia de los vitrales religiosos, por lo general esmaltados, a nosotros nos resultaba mucho más atractivo utilizar el esmalte para las caras, las manos, los ojos, mientras que el resto lo resolvíamos con la línea de plomo y los vidrios de colores).
«Después del restaurante Las Ruinas, vino el vitral del Mausoleo de Artemisa, diseñado por Félix Beltrán, y luego el del Consejo de Estado, de Gallardo, que nosotros realizamos en el taller de Celia (luego me ha tocado darles mantenimiento). El arquitecto Galván tuvo mucho que ver con la fuerza que volvió a tomar este arte».
Los vitrales de Rosa María se pueden reconocer por un cuño muy característico.
Legado seguro
Otras instalaciones hoteleras en La Habana Vieja se engalanan con el estilo de esta increíble mujer: el Armadores de Santander y Florida, como mismo sucede con el Convento del Santísimo Salvador y Santa Brígida y la tienda Colección Habana.
La muerte le impidió ver concluidos proyectos que la traían tremendamente entusiasmada, como el del Tribunal Supremo Popular y el Museo Observatorio Meteorológico del Convento de Belén. Tampoco logró finalizar la más reciente restauración de los valiosos vitrales del Capitolio Nacional. Pero se fue de este mundo con el convencimiento de que había dejado en las mejores manos el arte que tanto cultivó y prestigió: su hijo Julio César Giner de la Terga, quien lleva más de tres décadas enfrascado en esta labor.
Al frente del equipo, Julio César se encargó de devolverles su máximo esplendor a los vitrales de las escaleras, la Sala de Armas, la Biblioteca, el restaurante y los dos hemiciclos. Como si el destino lo hubiera querido así, fue en el Capitolio Nacional donde él dio sus primeros pasos guiado por su madre, con quien aprendió que a la hora de enfrentarse a un nuevo proyecto «lo primero que se debe hacer es identificarse con el lugar, con la iluminación; saber qué desea el cliente expresar o representar; determinar qué tipo de estructura llevará, dónde se situará la pieza y sus dimensiones.
«Es entonces cuando se diseña la pieza y se piensa en el tipo de vidrio que se usará, se seleccionan los colores, se calcula la cantidad de materiales, etc.», explica Giner de la Terga, quien además añade que «los vitrales se desmontan y se montan por secciones. En el caso de la restauración, debemos ver antes en qué condiciones se halla la estructura, si se acomoda al nuevo proyecto o si es necesario armar una más adecuada. Resulta esencial respetar el original del cual se parte».
Más allá de Prado
Quien avance de La Habana Vieja para llegar al Vedado, puede hacer una escala en Masón y San Miguel donde radica el popular canal que refleja el existir de la capital de todos los cubanos. Por ello no es extraño que Rosa hubiese querido componerlo, con la colaboración de Jorge Luis González Intriago, con imágenes emblemáticas de la ciudad como la Giraldilla, el Castillo de la Real Fuerza, el Morro...
Pero más que en Centro Habana, en Plaza de la Revolución y en Playa se concentra también una parte significativa de su obra. En el Vedado, por ejemplo, su huella se aprecia en el Meliá Cohíba, la Cancillería del Minrex, la iglesia San Juan de Letrán (de conjunto con González Intriago), la Contraloría General de la República... Este último vitral soñado junto a Renán César Álvarez y Jorge Luis González, también muy singular por sus características.
En el año 2013, Rosa María y su equipo se encargaron de la restauración, en el Palacio de la Revolución, del vitral titulado Sol de América, de Mario Gallardo.
«De 36 metros, nos explicó Rosa María, refleja la isla de Cuba, con destaque de algunas provincias y los elementos que más las distinguen; aparece dividido en dos partes: oriente y occidente».
La obra, de grandes proporciones ubicada en la planta superior de la sede de la Contraloría General de la República, representa el mapa de la Isla de Cuba
Detalle del vitral ubicado en la Contraloría General de la República
Se trata de un encanto que se extiende a Miramar para igual despertar admiración en la Casa del Habano, los restaurantes Tocororo y Le Select, el hotel Copacabana y en la Nunciatura Apostólica, donde se hizo uno a raíz de la visita del papa Benedicto XVI, según nos recordó quien en un momento de su vida trabajó como taquígrafa y mecanógrafa de inglés y español en Comercio Exterior.
Una vega de tabaco de Pinar del Río se representó en la Casa del Habano situada en Miramar, municipio de Playa.
«Con el tiempo me hicieron distintas ofertas, entre ellas la Escuela de Arte Clara Zetkin, auspiciada por la heroína Celia Sánchez. Me presenté y estuve entre los 15 seleccionados. El curso, de tres años, terminó en 1970. Recuerdo que Celia había planeado que nos dedicáramos a elaborar muebles decorativos, al estilo Luis XV, Luis XVI, pero esa idea se desechó. Nuestra graduación coincidió con el momento en que se estaban creando los vitrales del famoso restaurante Las Ruinas, del Parque Lenin, y decidieron ponernos a aprender ese arte.
«Cuando conocí los vitrales me quedé fascinada, impresionada. Me maravillaron los “milagros” que puede conseguir la combinación de los colores y la luz», confesó agradecida Rosa María, quien encontró de ese modo la gran oportunidad de su vida. Comenzó así a adquirir ganada distinción un nombre que habrá que citar cuando se trate de estas singulares marcas que en cinco siglos le ha entregado La Habana al universo.