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Reconciliaciones de un poeta que diseña libros

Frank Alejandro Cuesta, diseñador, también poeta y ferviente apasionado de las artes, sabe que gusta de soñar mundos aparentemente imposibles que, poco a poco, él mismo va haciendo realidad

Autor:

Liudmila Peña Herrera

HOLGUÍN.— Un par de lechuzas que miran escrutadoras desde el plato recostado en el centro mismo del librero, piedras del fondo marino, un huevo de mármol blanco encima de un ejemplar del texto Alice in sussex (de Mahler), un ratón de cartulina trepado sobre el monitor de la computadora, la Virgencita de la Caridad, una bandera cubana… Colgados de la pared, reconocimientos, pinturas, fotografías.

Todos esos objetos que decoran la oficina conviven con libros de diferentes formatos y concepciones estilísticas, y forman parte de la cotidianidad del diseñador principal de Ediciones La Luz, sello de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en Holguín. Quien conoce a Frank Alejandro Cuesta, también poeta y ferviente apasionado de las artes, sabe que gusta de soñar mundos aparentemente imposibles que, poco a poco, él mismo va haciendo realidad.

A sus 26 años, acumula en su currículo el diseño de más de 70 obras, además de numerosas distinciones como el Premio de la Ciudad de Holguín en Comunicación Promocional, La Puerta de Papel (Instituto Cubano del Libro), la beca de creación El reino de este mundo (AHS) y, recientemente, el 2do. Premio del Arte del Libro Cubano, en la categoría de diseño de cubierta, con Nadie se va del todo, de Joaquín Borges-Triana.

Aunque no estudió diseño sino informática, y a pesar de que su infancia transcurrió en medio de la virginal frescura del campo (en diferentes pueblitos del municipio de Gibara) y no entre el bullicio y las oportunidades culturales que brinda la ciudad, Frank Alejandro fue encontrando, paso a paso, los caminos que quería recorrer.

«Cuando estaba en la secundaria descubrí la biblioteca con un poco más de conciencia y me apasionaron los libros en su hechura. Los que me llevaba a casa para leer eran los que más me llamaban la atención. Así fue como comenzó todo», cuenta.

Aquel muchacho ávido por conocer el arte de unir imágenes y palabras se convirtió, algunos años después, en una de las almas creativas de Ediciones La Luz, una de las editoriales más destacadas de Cuba. ¿Cómo sucedió el gran salto? «Un día vi a alguien diseñando, eso me atrapó. Comencé a aprender a trabajar en los programas porque me di cuenta de que era lo que quería hacer, pero no conocía tampoco a nadie del medio.

«Empecé “cacharreando”, como se dice comúnmente. Así logré hacer mi primera cubierta, diagramé un cuaderno y realicé el diseño interior, aunque nunca salió a la luz pública porque fue solo para consumo personal. Era El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano, que yo estaba leyendo en un documento Word. Con esas inquietudes me acerqué a La Luz y aunque parezca que la escogí para trabajar, creo que La Luz me escogió —y me acogió— a mí, porque yo no tenía ni la más remota idea de lo que era el diseño editorial o hacer un libro. Al cabo de casi cuatro años, publicamos el mismo texto con el que yo me había iniciado de manera autodidacta».

—¿Cuál es la fórmula de Ediciones La Luz para lograr un buen diseño?

—Cuando llega un proyecto, el editor es el máximo responsable. Entonces dialogamos sobre cómo pudiéramos hacerlo. Casi siempre los autores tienen una idea, pero a veces a nosotros no nos convence y comenzamos a tramar el libro; primero con el título, y luego tratamos que la cubierta sea sugerente, porque no me gusta que los mensajes sean muy directos.

—¿Cuánto influye el hábito de la lectura a la hora de concebir tus trabajos?

—Tengo que ser un apasionado de la lectura para poder diseñar mejor el libro que yo mismo quisiera comprar. Hay textos de cuando era un niño o un adolescente que me marcaron y, aunque hoy no existen, los guardo en mi memoria. Por eso, siempre diseño pensando en mí como un cliente, y eso me ayuda a concebirlo como un producto atractivo, en primer lugar, a la vista.

—¿Qué retos entraña para un diseñador asumir tantas y tan diversas obras?

—Generalmente, cuando los lectores no buscan un título en específico, se van por lo más llamativo. Por eso, una editorial que es joven y va dirigida a un público joven, debe buscar atraer desde lo creativo. La responsabilidad de transmitir a una nueva generación la obra de autores anteriores, implica que el diseñador debe actualizar sus saberes. Además, hay mucha competencia visual en el mercado, porque hasta los ebooks son rivales nuestros. De ahí que cada libro que asumimos es un nuevo reto para el cual escojo la tipografía en función de la obra del autor y de la imagen que lo representará. Para nosotros, el libro es un todo: desde la cubierta, la contracubierta, el lomo, la solapa, o sea, todo.

—¿Con cuál de los libros que has diseñado te sientes más satisfecho?

—Con Purple Traffic, de Emily Dickinson. Me dio un gusto enorme diseñar ese texto. Me provoca alegría de tan solo mirarlo. Cuando estoy un poco agobiado con el trabajo o con alguna otra situación, me gusta sentarme a observar la cubierta, hojear el libro, leerlo…

—Además de diseñador, también eres poeta. ¿Qué supone para ti la creación poética?

—La poesía viene a mí en el momento en que más la necesito, cuando estoy angustiado, contrariado… Me ayuda a reconciliarme conmigo mismo, viene a ser mi confidente, aunque después sea pública. Es la parte más sensible, más interna, está escondida dentro de mí y viene a salvarme cuando necesito ser salvado.

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