Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Rosario Cárdenas ante el espejo

Afrodita¡Ohespejo!, su más reciente creación coreográfica, se apoderó con fuerza de la escena para confirmar una vez más que esta notable artista continúa entre las figuras más relevantes de la danza cubana y universal de todos los tiempos

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El universo de la mitología le fascina a la maestra Rosario Cárdenas. Afrodita, ¡Oh, espejo!, su más reciente creación coreográfica, se apoderó con fuerza de la escena para confirmarlo y para poner de manifiesto una vez más que esta notable artista, con quien Juventud Rebelde se hallaba en deuda, continúa entre las figuras más relevantes de la danza cubana y universal de todos los tiempos.

A veces uno no sabe de dónde ha partido exactamente la inspiración, admite con la sinceridad que la caracteriza la coreógrafa de obras emblemáticas como María Viván, Dador, La Stravaganza, Zona-Cuerpo... «A mí las artes visuales me han fascinado siempre. He estado muy cerca de los creadores de la antigüedad, pero también de los otros períodos del Arte. Gracias a mi obra, he tenido la oportunidad de viajar a diferentes partes del mundo, de visitar museos encumbrados; como también me gradué de Historia del arte en la Universidad de La Habana, ha sido muy enriquecedor poder apreciar todos esos monumentos artísticos a los cuales primero llegué por medio de mis estudios. Claro, son vivencias que siempre permanecen dentro, que te marcan. Es genial poder encontrar puntos de contacto entre nuestra cultura y la universal, elementos que nos identifiquen... De ahí surgió sin dudas la motivación.

«Siempre hemos creído que Afrodita era griega, cuando profundizas descubres que fueron los griegos quienes se apropiaron de esta historia cuando colonizaron Chipre y le otorgaron a esta deidad un lugar en su Olimpo. Lo interesante fue encontrar qué nos unía con esta diosa de las aguas, del mar, que nace de la espuma del mar», explica la Premio Nacional de Danza 2013.

—¿Cómo llevó adelante el proceso creativo en Afrodita, ¡Oh, espejo!? ¿Qué lo diferenció de obras anteriores?

—Con cada obra sucede de un modo diferente. En el caso de Afrodita, ¡Oh espejo! se aunaron muchísimos caminos de mis propias exploraciones, como resultado de la madurez que se va acentuando más y más a medida que transcurre el tiempo. Y es cuando convergen la danza toda: el ballet clásico, la contemporánea, el folclor..., con la literatura (especialmente la poesía), las artes visuales, la música, la investigación... Es cuando uno se dice: voy a dejarlo fluir y que pase lo que tenga que pasar. ¿De distinto con lo anterior? Todas las obras son distintas, pues traen un lenguaje propio en sí mismas y, a la vez, tienen puntos en común.

«Mis creaciones se mueven entre lo conceptual, lo intelectual, y lo artístico. Yo investigo profundamente cuando tengo entre manos algún nuevo proyecto, mientras se va imponiendo. Poco a poco van surgiendo en mi mente las imágenes, las cuales recreo y disfruto. Cuando decidí usar la calabaza, por ejemplo, lo que me motivó no fue solamente el hecho de que sea una ofrenda a Oshun, sino que me recordaba las ánforas.

«Por eso cuando llego al salón ya sé hacia dónde quiero ir, pero sin olvidar que ese es el espacio perfecto para la experimentación, para la búsqueda de esa imagen a la cual necesito llegar. Claro, los bailarines no la ven como yo, aunque se las explique, tenemos que encontrarla entre todos. Algunas imágenes son más complejas que otras, como la del barco, por ejemplo. Había que hallar la manera de darla, que todas las energías de los bailarines convergieran en un solo punto para poder lograr esa cadencia, de modo que sus movimientos recordaran una embarcación.

«En este último espectáculo fue muy bueno que cada bailarín encontrara un lugar para desarrollarse, una motivación para investigar a partir del hecho de que cada uno tuvo un personaje que defender: lo mismo protagónico que secundario, de mayor o menor importancia en la escena. Asumimos ese riesgo en común, pero valió la pena que contaran con su propio espacio para crear».

—La experiencia demuestra que no es Rosario Cárdenas de esos autores que se encierran en una burbuja, sino que le gusta convidar a otros creadores...

—Es en verdad muy enriquecedor trabajar con diferentes creadores. Lo mismo con artistas consagrados que con otros noveles de sobrado talento, que empiezan a marcar su rumbo en el arte. Pienso que se trata de una práctica que dinamiza la creación. Ahora la banda sonora estuvo a cargo del maestro Frank Fernández, en tanto las luces fueron responsabilidad de ese otro grande llamado Carlos Repilado. Para el vestuario y la escenografía convoqué a una joven diseñadora, Alisa Peláez. Juventud y experiencia: una combinación que da excelentes resultados.

«Con Frank existe una amistad de muchos años, pero en estos momentos quisimos darnos la oportunidad de trabajar juntos. Él me entregó una parte de su música para que fuera escuchando y seleccionando, según mis intereses (incluso hizo modificaciones en función de lo que queríamos), y luego compuso otras partituras específicamente para la obra. Frank permaneció muy cerca del proceso de montaje, al igual que Stelios Georgiades, encargado de Negocios de la Embajada de Chipre en Cuba, quien me prestó una ayuda inestimable con su asesoría y con los materiales de su país que me facilitó: documentales, libros, discos..., que ayudaron a darle mayor organicidad a la inspiración.

«Carlos Repilado constituye un eterno colaborador. Para este artista no se trata de utilizar las luces como un adorno, sino que estas se convierten en un personaje más. Por esa labor increíble que ha realizado por muchos años, se le otorgó el Premio Nacional de Danza. Él ha colaborado conmigo en espectáculos como Dador, Punto Ciego...».

—Siempre resulta muy llamativa esa fuerza conceptual, intelectual, dramatúrgica, estética, que distingue sus obras. Imagino que sea consecuencia de sus estudios de Historia del Arte. ¿Por qué eligió esa carrera?

—Es que me gustó desde siempre. Incluso cuando estudiaba danza en la Escuela Nacional de Arte (ENA) me acercaba constantemente a los pintores. Bueno, también a los músicos, incluso me «colaba» en clases de Estética y de otras asignaturas que no dábamos; pero a mí me fascina escuchar, aprender. En ese momento no se me ocurría algo que tuviera que ver con la coreografía, lo mío era prepararme para bailar y estudiar, porque esa necesidad que siempre me ha acompañado de querer conocerlo todo, superarme, entrar en el mundo infinito del conocimiento. Era una pasión tan grande como la de bailar.

«De todos modos, cuando me gradué en la ENA no había surgido la carrera de Arte danzario, y yo quería hacer una carrera universitaria, como también estudiar idiomas, algo que me propuse materializar de manera paralela a la danza. En Historia del Arte tuve maestros extraordinarios como Rosario Novoa, Yolanda Wood, Salvador Bueno..., de ellos aprendí muchísimo, y luego tener esa suerte de recorrer el mundo y poder estar en grandes museos, bellísimas catedrales, en las pirámides, la arquitectura maya, vibraren el Partenón, la Acrópolis… El universo del arte es infinito, entonces es como que uno no termina de aprender, lo cual es fascinante.

«Regresando al caso de Afrodita... para los bailarines es difícil el proceso de montaje también porque son muy jóvenes y no cuentan con esa información ni esa formación. Entonces se vuelve muy interesante para mí tener la oportunidad de enseñarles otros caminos, invitarlos a que conozcan otros mundos. Ha habido días de llenar el salón de libros de arte para que disfrutaran las imágenes y exploraran...».

—A veces los bailarines no le ven mucho sentido a esa insistencia de sus maestros en que se cultiven y beban de otras artes...

—No entienden la importancia que ello tiene para la misma danza, para poder construir y darle alma a esos personajes que alguna vez deberán interpretar, porque no basta solo con la imagen, también es esencial lo que le da sostén. Para mí fue muy estimulante apreciar cómo esta vez se fueron motivando. Al principio iba inundando el salón de distintas imágenes: en el piso, en los bancos, encima del piano… de modo que no les quedaba más remedio que mirarlas. Y me preguntaban: ¿qué es esto tan hermoso? Me daban la posibilidad de explicarles.

«Fue muy estimulante cuando trabajamos la primera escena, inspirada en figuras del período protogeométrico, entrar en esos detalles, que pudieran comprender que los dioses de la antigüedad y los seres humanos tenemos los mismos conflictos, dudas, contradicciones; unos nos representamos en otros».

—Usted habla con mucha devoción del maestro Ramiro Guerra...

—Es que el maestro Ramiro Guerra ha significado mucho para la danza y los bailarines cubanos de todas las generaciones; él sembró esa pasión por aprender de lo que te rodea, por beber de la cultura nacional y universal, pero también nos educó en la disciplina, el rigor.

«Llegamos a la Compañía Nacional de Danza justo en el año en que ya él no estaba, pero permanecían muy frescas sus enseñanzas, sus preceptos. De todas formas, después tuvimos un acercamiento personal y fue provechoso: el maestro iba a ver nuestro trabajo, hacíamos los más diversos análisis... Ese acercamiento ya había comenzado desde la ENA por medio de sus conferencias y sus clases; es decir, que siempre nos abrió las puertas, algo que yo he intentado hacer con mis    bailarines».  

—¿Es la Compañía Rosario Cárdenas la compañía que ha soñado siempre?

—Sinceramente no sé. Fundé mi compañía porque tenía mis propios criterios, tanto sobre la creación como de la formación del bailarín, al tiempo que necesitaba mi propio tiempo de exploración. La verdad es que hubiese querido estar acompañada de un grupo de personas, de una organización, de una estructura que sustentara el trabajo que se va realizando, pero no se me ha dado o no he sabido hacerlo de esa manera, quizá ha sido todo más complejo por esa razón: no poseer un equipo de trabajo que ayuden a llevar adelante la creación.

«Lo cierto es que he dedicado mucho tiempo a estar dentro del salón, a experimentar. He colocado especialmente en  primer plano el hecho artístico, sin esperar nada a cambio, por el “simple” placer de buscar el arte. Disfruto sobremanera dinamizar el mundo de la danza, intentar que cada propuesta sea diferente, una sorpresa para los bailarines pero también para el espectador, sin estar pensando en detenernos o autocensurarnos por temor a que no le pueda complacer o no lo entienda, nada de eso. La creación no cabe ahí. El sistema coreográfico que empleo no me permite quedarme en el mismo lugar, sino que me moviliza, me reta.

«El eslogan de mi compañía ha sido: Una cita con el riesgo y el espacio. Creo que eso todavía se mantiene como parte de la creación. Revitalizar los códigos, cambiarlos, explorarlos, es parte indispensable del artista, y yo soy artista ciento por ciento».

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