Liliam Padrón. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 21/09/2017 | 07:04 pm
«No imagino a Danza Espiral fuera de la ciudad de Matanzas, como yo no me imagino fuera de ella», afirma sin titubear Liliam Padrón, la notable bailarina y coreógrafa que dirige esa compañía «del interior» que este 2017 suma 30 años de fructífera existencia; un suceso que sigue celebrando también en la capital y que ha motivado a que este 9 (8:30 p.m.) y 10 de septiembre (5:00 p.m.) el Teatro Martí le entregue nuevamente su escenario para que se ilumine con las obras: Clave cubana. Un estudio sobre Hamlet, Aproximación a la adivinación, Desde el silencio, Otelo y Lost.
«Matanzas es mi lugar, entre sus ríos, sus puentes, la bahía, sus locos; su tempo, muy particular y en ocasiones difícil... Definitivamente es una ciudad enigmática por sus pintores, músicos, poetas, actores, intelectuales y rumberos, quienes conforman la matanceridad cultural de la Atenas de Cuba.
«Todos los días atravieso el parque de la Catedral, sin saber si Milanés me reconoce entre los vivos, como escribió Marta Valdés en la hermosa canción que dedicó al poeta, y sigo aquí con la suerte de haber perdido la razón por esta ciudad y por la danza, aunque, a diferencia de Milanés, estoy convencida de que ningún amor es infinito», afirma la Padrón, quien asegura que haber estudiado cuatro años en Leningrado —hoy San Petersburgo, otra vez— le aportó disciplina, rigor, voluntad, perseverancia y, sobre todo, mucha cultura.
—¿Por qué desde siempre te has vinculado a otros creadores, y especialmente a directores de teatro (práctica que no ha cesado)?
—Desde que estudiaba en la ENA trabajé con estudiantes de otras manifestaciones artísticas, esa era la magia de esa época; yo escuchaba lo que hablaban «los mayores» con mucha atención y aprendí, aprendí mucho. Mi primera obra en la escuela fue para un festival de coreografía. Recuerdo que le pedí a una muchacha que me hiciera la música, la cual increíblemente resultó ser en vivo, a partir del arpa de un piano roto que había en uno de los salones de clases.
«Al llegar a Matanzas tuve la suerte de que el premio nacional de Teatro, René Fernández, me invitara a participar como coreógrafa en la obra A danzonar; en Leningrado monté las coreografías del trabajo de graduación de Pedro Ángel Vera con el Teatro del Drama y la Comedia. Al regresar de los estudios superiores se me dio el privilegio de colaborar con Albio Paz en Las penas que a mí me matan; con Pedro Vera, de Teatro D’Sur; con Miriam Muñoz, de Teatro Icarón, y desde su fundación con Teatro de Las Estaciones, que dirige Rubén Darío Salazar. Mucho he aprendido del vínculo directo con todos estos excelentes directores, y de manera muy especial del trabajo con los títeres. Ahí sí no hay cómo poner un rostro para transmitir una emoción, es simplemente ver cómo logras mover ese objeto inanimado y a través de él conmover. Para mí, eso es la danza.
«Los asesores teatrales también han sido mis mayores provocadores, y confieso que no puedo vivir sin ellos, agradezco al más fiel de todos, José Alegría. Igual puedo decir que he trabajado mucho con compositores, con músicos dentro de las puestas; de hecho, desde la fundación de Espiral he tenido muy cerca a percusionistas y asesores musicales. Varias son las obras con música original, algunas compuestas por Raúl Valdés y Jorge Luis Montaña. Y, por supuesto, están mis dos críticos más severos: José Antonio Méndez Valencia y José Antonio Méndez Padrón, alias Pepito.
«El vínculo con diseñadores y artistas de la plástica ha caracterizado, asimismo, mi creación, con una presencia invaluable de Rolando Estévez, Zenén Calero y Frank David Valdés, entre muchos más».
—¿Cómo hiciste para crear un público en Matanzas que fuera amante también de la danza contemporánea?
—Más que crear un público ha sido cautivarlo. Ese continúa siendo un reto, ya lo he dicho en otras ocasiones. Matanzas ama el ballet clásico y eso es muy bueno, yo también lo amo, y le agradezco mucho. Una de las acciones determinantes en los niveles de convocatoria alcanzados se debe al concurso nacional de coreografía e interpretación Danzandos, que creamos en el año 1994. El público espera cada dos años la presencia de agrupaciones de todo el país, y eso le ha hecho valorar y distinguir nuestra estética.
—Si tuvieras que escoger las coreografías que han definido mejor la estética del grupo, ¿cuáles serían?
—Resulta difícil seleccionar con justeza las obras que han definido «mejor» la estética del grupo. Creo sinceramente que todas las creadas lo consiguen. El sentido de la espiral indica un camino ascendente, que deja huellas, con cada obra se ha sedimentado ese camino en estos 30 años. Dentro de las más queridas para mí están: El no, La sombra de los otros, Otelo, ¿Y mi cuerpo?, La edad de la ciruela, Aire frío, Vida de Flora, Aproximación a la adivinación, Segundo intento y Clave cubana. Un estudio sobre Hamlet.
—¿En qué encuentras tus motivaciones para crear?
—En todo lo que me rodea, en la observación no solo de lo que resulta evidente, sino en las pequeñas cosas. Te digo con honestidad que en ocasiones, al menos me ocurre a mí, me resulta sumamente interesante estudiar todo lo que cambió una motivación en el proceso creativo, eso es algo mágico. Tengo que admitir que me seduce la literatura, tengo varias obras en las que he encontrado inspiración.
—Por lo general, las compañías encuentran su estética, y luego se mantienen en esa zona de confort. ¿Ese es el caso de Espiral?
—Evidentemente tenemos una manera particular de hacer la danza, una de sus características principales es precisamente los retos que nos proponemos cada día y en cada nueva obra; todo ha formado parte de la espiral que recorremos desde hace 30 años. No me imagino enlazando pasos para rellenar una música, cosa que es muy fácil; espero no tener que vivir el día que esté asumiendo un proceso creativo sin riesgos, de una manera cómoda, en una zona de confort que no me quite el sueño, que no me obligue a estudiar y a pensar.
—En el primer programa de mano de la compañía se escribía: «todo tiene su verdad». ¿Cuál es la verdad de Liliam?
—Mi verdad es la honestidad. Efectivamente, desde los primeros días defendimos el criterio de que «todo tiene su verdad», y es precisamente lo que suscribo para poder percibir los valores de cualquier creación artística, más allá del gusto personal. No imagino ningún tipo de creación sin la verdad.
—Hace cinco años te preguntaba cuáles eran tus mayores angustias, y me respondiste: «Ninguna, si no no sería yo». ¿Sigue siendo de esa manera?
—¡Que tire la primera piedra quien no tenga angustias!, solo que, en mi caso, el optimismo salido de ellas las anula, de lo contrario no sería posible vivir, crear. La vida es un acto de creación y el que no lo vea así no tendrá utopías, por lo que no habrá sueños por alcanzar, y de ese modo solo se malvive. Me mantengo en el mismo punto, a pesar de los pesares.
—¿Qué ha significado Danza Espiral en tu vida? ¿Qué le ha aportado Danza Espiral al movimiento danzario cubano?
—Danza Espiral ha significado mi vida, no solo en lo profesional, sino en la práctica, pues más de la mitad de los años vividos, y ya tengo 58, han sido junto a esa compañía que llegó a 30. He puesto toda mi energía, mi pensamiento y mi cuerpo en este proyecto, que no es solamente un propósito artístico: he pretendido que sea un proyecto de vida, una familia; para mí lo es y considero que para muchos de los que han estado en Espiral, a los cuales agradezco su paso.
«Ese otro significado que me preguntas no me corresponde darlo a mí. Sí sé lo que ha significado ese movimiento danzario para nosotros. En primer lugar el apoyo de importantes personalidades de la danza cubana, dentro de las que debo mencionar a quienes nos acompañaron en los primeros pasos: el querido maestro Ramiro Guerra, que aún se mantiene muy cerca; Rosario Cárdenas, Narciso Medina, Miguel Iglesias, Clara Luz Rodríguez, Perla Rodríguez, Dulce María Vale, Cristy Domínguez, Iván Tenorio y Miguel Cabrera, entre otros muchos que harían interminable la lista. Resulta indispensable mencionar en este movimiento a las agrupaciones homólogas, digamos las de las provincias. Nos apoyamos y mantenemos vivos unos a otros, por aquello del fatalismo geográfico».
—¿Habrá otras celebraciones por este aniversario?
—Pretendemos continuar nuestras celebraciones con un estreno que ha tenido como motivación una obra tan atrevida como La consagración de la primavera, con música de Stravinsky y coreografía de Nijinski, más la provocación de la novela de Alejo Carpentier. Después partiremos hacia Holguín para participar en el Concurso del Atlántico Norte Grand Prix Vladimir Malakhov.
«Estaremos trabajando, asimismo, en un estreno con el bailarín y coreógrafo Guillermo Horta, quien formó parte de los fundadores de Danza Espiral. Todavía quedan muchos días para que termine el 2017 y comience a correr el año 31, espero que no se nos caiga el techo encima, créeme que no es una metáfora…».