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Chucho en el piano con diamantes

El otrora director del legendario Irakere y actual líder de Los Mensajeros Afrocubanos no necesita a nadie más en el escenario: solo él y sus misterios ante el animal blanquinegro del que sabe extraer esos secretos compartidos. Así lo demostró en su más reciente concierto  en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso

Autor:

Frank Padrón

No puede creerse que Chucho Valdés tenga solo diez dedos; por lo menos seis manos al parecer se deslizan —o mejor: vuelan— por el teclado, en un entendimiento pleno, absoluto con las teclas que solo los grandes concertistas logran.

Así lo demostró una vez más durante su reciente concierto en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, preludio de otros que en este tórrido verano engalanan no solo la institución de Prado, sino la vida cultural nocturna (como el que ya realizó Gonzalo Rubalcaba, allí mismo).

El otrora director del legendario Irakere y actual líder de Los Mensajeros Afrocubanos no necesita, sin embargo, a nadie más en el escenario: solo él y sus musas, sus misterios ante el animal blanquinegro del que sabe extraer esos secretos compartidos, sus diálogos prolongados con las cuerdas que (re)construyen mundos sonoros inusitados, aun cuando se vuelque a clásicos del jazz, a estándares que desde sus manos suenan diferentes y, por supuesto, a sus propias creaciones que se hermanan legítimamente con aquellos.

El concierto trajo el aroma de los grandes colegas, esos a los que el concertista siempre ha reverenciado, de los que se ha nutrido (Thelonious Monk, Bud Powell, Irving Gershwin, John Coltrane…) y dentro de los cuales no solo aparecen esos que han hecho del jazz pan de cada día, sino músicos de otras disciplinas, autores de canciones populares como nuestro paisano Miguel Matamoros, cuyas Lágrimas negras coreadas por todos siguen pareciendo «lloradas» ahora mismo; o la azteca Consuelo Velázquez, quien, como se sabe, hizo del bolero en su país un sacerdocio (esta vez mediante su universal Bésame mucho) sin que faltara, a la hora de los intertextos, el People que la Streisand popularizara hace varias décadas.

Y hablando de citas, el pianista no conoce las fronteras, como en definitiva no las conoce la música: lo mismo incorpora acordes de Berling o de su padre Bebo (esa referencia omnipresente) que invita a los fantasmas de Bach, Rachmaninov y Chopin.

Pero en cualquier caso Chucho es demasiado: sea en esos compositores de culto, sea en obras de su autoría (como el hermoso tema de Esteban, el filme cubano, o la raigal Caridad Amaro, dedicada a la abuela) asistimos a esa capacidad improvisatoria que hace del jazz un performance único e irrepetible, pero desde las virtudes increíbles del músico: el fraseo impecable; la aludida, increíble digitación; la peculiar dinámica, pero, sobre todo, una sensibilidad exquisita: Valdés no es una máquina de sonidos, un mecánico fabricante de acordes, sino un artista pleno que pone el corazón en cada pieza interpretada, sea propia o ajena, o mejor dicho, siempre auténticamente suya, pues cada incursión tiene el sello Chucho Valdés.

La televisión, que grabó afortunadamente el concierto, no debiera demorar mucho su difusión: de esa manera los que no estuvieron podrán asistir a una jornada plena, donde un inmenso pianista (también en estatura) extrajo invaluables diamantes del piano.

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