Los actores Daniel Romero (izquierda) y Roque Moreno en una escena de La otra guerra. Autor: Iroel Sánchez Publicado: 21/09/2017 | 06:52 pm
Aún no había llegado el segundo capítulo de la serie televisiva cubana LCB: La otra guerra y ya el diario de Miami, El Nuevo Herald, se adelantaba en atacar un producto audiovisual que apenas iniciaba su difusión, de una manera en que no ha ocurrido con otras realizaciones cubanas, incluyendo aquellas relacionadas con el pasado reciente.
¿Por qué un «premio» tan temprano cuando el serial dirigido por Alberto Luberta y con la participación de estelares actores como Osvaldo Doimeadiós y Fernando Echavarría apenas comienza a salir al aire?
LCB: La otra guerra aborda, desde la ficción, lo ocurrido en las montañas del centro de Cuba durante la primera mitad de la década del 60 del siglo XX, cuando bandas armadas por la CIA fueron enfrentadas por milicias de obreros y campesinos en un conflicto que es conocido como «Lucha contra bandidos» (LCB). Hechos como el asesinato del maestro voluntario Conrado Benítez, cuyo nombre llevaron luego las brigadas de alfabetizadores que enseñaron a leer y a escribir a un millón de cubanos, fueron recreados en el primer capítulo de la serie.
Después de mucho tiempo, tal vez demasiado, la Televisión Cubana parece entregar una realización que combina nivel artístico con intencionalidad ideológica y efectividad comunicacional. Tras marcar la década del 80 con seriales como las dos partes de En silencio ha tenido que ser, Julito el pescador, Algo más que soñar, Los papaloteros, Pequeños fugitivos, entre otros, cerrando con Su propia guerra, en 1991, el imaginario épico de los cubanos ha vivido un apagón audiovisual que llega hasta nuestros días. La incapacidad para fijar personajes e historias puede comprobarse fácilmente en la ausencia de nombres recordables y en la cantidad de producciones televisivas que, en épocas de escaseces, reclamaron importantes presupuestos sin lograr marcar la memoria de las audiencias. Tampoco la contemporaneidad, con excepción de dos series (Blanco y negro no y Doble juego) ha sido abordada de modo movilizador y creativo.
El desamparo en que tal situación ha dejado a varias generaciones de niños, adolescentes y jóvenes cubanos, justo cuando de modo creciente han recibido y reciben la influencia simbólica de la industria cultural hegemónica, no es un secreto para nadie; mientras que el deporte, otra fuente de paradigmas, ha sufrido un deterioro notable y los nuevos cubanos solo quieren parecerse a las estrellas del Barça o el Madrid.
Fabián Escalante, participante activo en la gestación y producción de la saga audiovisual que desató En silencio… alrededor del enfrentamiento entre la CIA y la Seguridad del Estado cubana, ha relatado cómo no fueron los recursos, sino la voluntad política y el involucramiento de importantes instituciones del país, con el trabajo comprometido de grandes artistas, lo que permitió en tiempo récord la concreción de las primeras de aquellas realizaciones que dejaron una huella que llega hasta la actualidad, surgidas de la necesidad de enfrentar una situación ideológica y social particularmente compleja, y cómo repercutieron luego en producciones musicales y editoriales.
Paco Ignacio Taibo II ha explicado el papel de la cultura en el imaginario épico revolucionario: «hay una educación sentimental que es la de tus gustos a través de elementos básicamente culturales, la cual te da la gran columna vertebral del militante, del ciudadano universal con una reflexión política, una visión de la justicia social por delante y la justicia individual por detrás. Entonces, es la cultura la que te abastece de los materiales que van construyendo esta especie de columna vertebral de educación informal, de educación sentimental, que es esencial, porque cualquier adoctrinado podrá decir que el ser social prevalece sobre la conciencia, pero no entenderá lo que es hasta que lea El Conde de Montecristo; cuando lo lea, ya sabrá de qué estamos hablando».
Para Taibo II, la capacidad de contar historias a través del audiovisual merecería que Hollywood fuera la única parte del territorio arrebatado por Estados Unidos a México devuelta a los latinoamericanos. Él afirma que con su trabajo para Telesur en el serial Los nuestros ha descubierto «que la prolongación del ensayo político, periodístico, la narración, etc., puede ser el formato de la televisión y el documental, si se maneja con la suficiente flexibilidad y no se formaliza».
Pero nosotros, que lo descubrimos antes, parece lo olvidamos. Por eso es tan importante un esfuerzo, y por lo que ya se ha visto, un resultado como LCB: La otra guerra. Nuestros enemigos, a juzgar por su maquinaria de ataque y propaganda, ya se percataron, ¿nos percataremos nosotros?