Cado Rodríguez Pantoja le da vida al títere Jicotea Papirusa durante la grabación de la serie televisiva Titiricuentos. Autor: Roberto Díaz Martorell Publicado: 21/09/2017 | 06:42 pm
NUEVA GERONA, Isla de la Juventud.— Cado Rodríguez Pantoja, natural de Isla de la Juventud, vive para sus títeres y para su público. Anda para arriba y para abajo con sus personajes, aprovechando las múltiples actividades sociales que se le presentan, para imprimirle fantasía a la existencia. «Y eso es lo mejor de ser titiritero», revela a JR este joven director del grupo de teatro La Gruta.
Cado es el menor de cuatro hermanos, hijos nacidos del amor de una campesina y un fotógrafo que antes de 1959 tributaba imágenes de paisajes y personas a la Walt Disney para que la utilizaran en la confección de escenarios y personajes. Ese amor por las artes de su padre marcó a este joven creador.
Recuerda que a su hermano José Rodríguez Pantoja, conocido como Pepe Pantoja y actual presidente de la Uneac en la Isla de la Juventud, y a él, el padre los llevaba a La Habana a ver teatro. «Ese mundo del arte nunca nos faltó. También tenía también la influencia de mi hermana Mina, locutora en la radio local.
«En la secundaria 14 de junio, la primera inaugurada por el Comandante en Jefe en la entonces Isla de Pinos, me acerqué siempre a los instructores de arte, especialmente de teatro. Allí había un movimiento cultural muy fuerte, al igual que en el preuniversitario».
Confiesa Cado que quería ser abogado, pero la carrera que le llegó fue militar y no le gustaba. «Me quedé sin hacer nada y mi hermano Pepe me llevó como oyente para el grupo de teatro guiñol La Toronjita, pero no estuve mucho tiempo.
«Luego, en 1992, Raquel Revuelta, en aquel momento presidenta del Consejo de las Artes Escénicas, aprobó el proyecto La Carreta de los Pantoja, y me inserté en esa aventura. Fue en febrero de ese mismo año que debuté como titiritero con la obra El casamiento de doña rana.
«Dentro del proyecto estudié actuación y manipulación de muñecos y cursos de dramaturgia. Ya entonces me parecía que necesitaba más conocimientos, aprender mejor a jugar con las figuras y su transición en la escena; nacieron inquietudes por hacer cosas nuevas, pero La Carreta tenía una dinámica de trabajo muy fuerte y no me dejaba tiempo.
«En esa época visitábamos muchas comunidades y el trabajo era intenso. En el poco espacio que me quedaba escribí mi primera obra dramática, El crucero de los sueños, que se estrenó en 1997 en la sala de teatro infantil La Toronjita Dorada, de Isla de la Juventud, y fue además una de las mejores puestas de teatro de títeres en el Festival Nacional de Teatro de Camagüey ese año.
«Pensé que era hora de expresarme y mi primer espectáculo fue un fracaso total, entonces me di cuenta de que en diez años no había aprendido mucho; me propuse entrar al Instituto Superior de Arte (ISA) y en la primera oportunidad suspendí por faltas de ortografía, ¿te imaginas?… y lloré por el tiempo perdido en el pre y la secundaria, pero no me desanimé.
«Presenté entonces otro proyecto y no lo aprobaron, me fajé, discutí… y desistí. Eso fue en 1998, y terminé de custodio. Perfeccioné el proyecto, lo entregué y dos meses después nacía La Gruta, del cual hoy soy el director.
«Intenté otra vez ingresar al ISA en 1998 y por fin lo conseguí. Fueron cinco años de inmenso sacrificio, estudiando y trabajando al mismo tiempo. Si para un estudiante de la capital es duro, imagínese para un isleño, mar por medio. Dormía en las terminales, estudiando durante los viajes, en los entreactos, por las noches, los fines de semana… pero valió la pena el sacrificio. En 2004 me gradué.
«El ISA te define y ayuda a perfeccionar tu perfil en el arte, te da las herramientas, te enseña. A mí siempre me fascinó el mundo de los muñecos, porque es pura fantasía, un mundo irreal dentro de la realidad.
«Me encantan los niños, son un público virgen, sincero, incondicional, desintoxicado, sin maldad. A veces me encuentro algunos ya adolescentes y se acuerdan de tal o más cual obra, y eso se agradece, alimenta nuestro trabajo. Mediante los títeres nos desdoblamos y hacemos de cada personaje una aventura diferente y fantástica a la vez, al menos yo lo disfruto mucho.
«Pienso que lo que me define como actor es poder expresar lo que siento en un mundo sin freno a lo lógico ni a lo imaginario, como lo es el de los títeres, la posibilidad de crear sin límites; si volviera a nacer haría lo mismo porque me siento realizado, solo que empezaría más temprano.
«A todo el que sienta la necesidad de ser actor, le digo que es un sueño posible, aunque no esté libre de obstáculos, dificultades y sacrificios. Le recomiendo, en primer lugar, estudiar mucho: el conocimiento es necesario. Se puede tener el don, pero sin conocimientos se le hará más engorroso el camino. Estudien y podrán hacer realidad sus sueños, como lo hice yo».