La historia se acerca a las aspiraciones y crecimiento de tres jóvenes. Autor: Cortesía de la directora Publicado: 21/09/2017 | 06:40 pm
Realizado en simultáneo con la alharaca de los helicópteros y el despliegue de los inmensos camiones que coparon ciertos barrios de Centro Habana por Rápido y furioso, el nuevo largometraje de ficción cubano El techo, representa el debut de Patricia Ramos, y fue rodado con recursos mínimos en las azoteas aledañas a la esquina de Soledad y Concordia. Tales nombres adquirieron, tal vez, ciertas resonancias simbólicas en el ánimo de un equipo que comandó la directora y guionista de cortos tan elogiados como NaNa (2004) y El patio de mi casa (2007), y del documental sobre religiosidad y música Ampárame (2009).
Patricia narró, en exclusiva para JR, el anterior y sucinto paneo sobre su obra previa. También aludió muy brevemente, sin atisbo alguno de ansiedad por enaltecer su currículo, a los varios proyectos de largometraje que quedaron en la etapa de búsqueda de financiación, como Viaje a La Habana, su tesis de graduación en la especialidad de guion en la Escuela Internacional de Cine y TV, en San Antonio de los Baños, que Orlando Rojas se propuso realizar infructuosamente.
También no pasó de la escritura El sueco, la historia de la amistad entre un traductor de sueco y un tirano centroamericano, que se inspira en un cuento de Ernesto Cardenal. El relato fue coescrito por Patricia con su esposo, también guionista y productor, Humberto Jiménez. Y por supuesto debe mencionarse uno de los proyectos más comentados, antes de realizarse, en el audiovisual cubano de principios del siglo XXI: Enriqueta o los últimos días de un hombre, sobre la célebre médico que ejerció su oficio en Baracoa, vestida de hombre, hasta que fue descubierta, juzgada, y condenada a prisión en La Habana, en las primeras décadas del XIX.
El caso es que entre el año 2010 y el presente, y ante la imposibilidad de conseguir el necesario financiamiento para sus largometrajes, Patricia se concentró en tener un hijo y criarlo. Pero, además, rescribió varios proyectos de los antes mencionados, e impartió clases de guion en Cuba, Costa Rica, Argentina, Venezuela y Brasil. Desde hace cuatro o cinco años, se ha dedicado a tratar de filmar, a toda costa, El techo, que representa otra victoria en la menguada cuenta de realizadoras cubanas de largometrajes, una lista que integran, entre muy pocas, Sara Gómez (De cierta manera) y Rebeca Chávez (Ciudad en rojo).
Para su debut, Patricia decidió trabajar con un trío de actores casi adolescentes, con muy poca experiencia (Andrea Doimeadiós y Emmanuel Galbán cuentan con cierta experiencia, Jonathan Navarro no tiene ninguna) y con un equipo de realización integrado, casi completamente, por jóvenes y promisorios creadores. Están el director de fotografía Alan González (también realizador de cortos como La profesora de inglés), la editora Kenia Velázquez, el diseño sonoro de Angie Hernández, la música original de los experimentados Magda Rosa Galbán y José Antonio Leyva, y el grupo Kola Loka con dos temas cedidos para la película. Técnicos y artistas se aunaron en el propósito de vencer el desafío de los abundantes exteriores.
Precisamente sobre los techos, a plena luz del día, hay que rodar a toda prisa para evitar desniveles en la iluminación y además todos sabemos que La Habana es una ciudad bulliciosa, donde muy pocos elementos ambientales, o ninguno, colaboran con la tranquilidad y concentración necesarias en un rodaje. Y si bien puede parecer que la aproximación a la realidad, desde una perspectiva franca y documental, imponía recursos como la cámara en mano, la directora pactó con el fotógrafo una estética mucho más tranquila y menos artificiosa, porque en una azotea hay que trabajar con lo mínimo y renunciar, por ejemplo, a recursos como la grúa, que sería difícil de instalar en las alturas, y tampoco había dinero para pagarla. Todo debía estar muy controlado, porque contaban con solo 17 días de rodaje.
Interrogada sobre los móviles particulares que la llevaron hasta El techo, Patricia responde que quiso acercarse a las aspiraciones de tres jóvenes: uno blanco, uno negro, y una muchacha embarazada. «Quise hacer esta historia de crecimiento y aspiraciones, en exteriores y casi todo filmado en espacios abiertos. Los tres protagonistas aparecen arriba, despegados del suelo, del piso. Veía la historia así, con escasos interiores y mucha luz natural. Mi infancia transcurrió en el Cerro, en casa de mi abuela, y uno podía recorrer toda la manzana caminando por las azoteas, que se comunicaban unas con otras. Esa imagen se quedó en mi memoria, y ahora quise rescatarla, porque me pareció hermoso y liberador lo de subir en busca de un sitio de encuentro, para criar palomas, conversar o tomar el fresco».
Sobre los referentes inevitables, Patricia Ramos se desmarcó de recientes tendencias: «Antes de ver Retorno a Ítaca me preocupé ligeramente, porque me parecía que el francés Laurent Cantet se había adelantado a mi idea, pero El techo está muy distante de …Ítaca en términos formales y conceptuales. Tampoco tiene nada que ver con Habanastation, Conducta o Esteban. Mis personajes ya no son niños, y preferí eludir el tono melodramático, apartarme de los acontecimientos trascendentales y de las acciones físicas muy notables, lo cual no quiere decir que en mi película no ocurra nada. Suceden varias cosas, que pasan por un enamoramiento complicado, la búsqueda de parientes en el extranjero, exactamente en Sicilia, y la lucha diaria que implica crear un negocio particular».
Con El techo, Patricia Ramos se suma a la menguada cuenta de realizadoras cubanas de largometrajes.
A pesar de todo, Patricia declara que nunca se planteó hacer una película de extremo pesimismo ni optimista a ultranza, pues más bien se enfoca en retratar la realidad sin emitir criterios fehacientes ni agobiar al espectador. «Quise evitar la obviedad y contar con una visualidad sincera y atrayente, una historia narrada con sencillez y cierta sutileza, en contacto con cierto tipo de historias, muy comunes en el cine de todos los países, sobre el arribo de la adultez, y la gente común, como una, que persigue un sueño, o intenta cambiar su destino, aunque a veces los atrape la inmovilidad, o carezca de herramientas para cambiar su realidad».
Patricia Ramos está contenta. Y como parte de tal satisfacción aparece su esperanza de que al público le agrade El techo, el nuevo largometraje de ficción ahora sometido a la consideración del Comité de selección del próximo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y que, por tanto, si es aceptado, estará en la difícil competencia de óperas primas en diciembre.
Sea cual sea el arbitrio de los premios y los festivales, la realizadora se entusiasma cuando habla de todo lo que para ella representa su película. Solo queda en silencio cuando le pregunto si el título tiene que ver con la utilización coloquial, y simbólica, de la palabra «techo» como sinónimo de límite a las aspiraciones, de meta para el ascenso, y punto de partida para el vuelo. Termina respondiéndome con una sonrisa medio cómplice: «Para hacer esas asociaciones y develar metáforas, y encontrar significados ocultos, están ustedes los críticos. Yo solo hice una película, no me toca explicarla».