Manuel Ávila Núñez es un titiritero con el que nunca acaba la función. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
La primera vez que lo visité, así, sin conocerme, se preparó para darme una función. Desde hacía años no disfrutaba tanto de un espectáculo de títeres y mucho menos de uno especialmente para mí. Con sus manos arrugadas me llevó a ese pedacito del guiñol que conserva con celo en el segundo piso de su casa. Bastaron unos segundos para descubrir en aquel cuarto ranas, payasos, negritos rumberos y, por supuesto, varias versiones de Pelusín del Monte. Esta entrevista ha sido una de las mejores de mi vida. No hubo una pregunta que no respondiera entre voces agudas o graves, siempre con un muñeco entre las manos.
Para empezar, Manuel de Jesús Ávila Núñez, para todos Manolito, buscó a su títere más especial, ese que lo ha acompañado por más de medio siglo, desde que vio su plantilla en una revista mexicana. No sabe por qué, ni cómo sucedió, pero enseguida se enamoró de la Vaca Queta, y con un cuidado casi mágico, este muñeco de papier maché se mantiene como entonces.
«Mis primeros muñecos fueron un perro de fieltro y esta vaca, cuyos moldes encontré en la publicación La Familia, editada en México. Los hice en marzo de 1962 y mi tía María Delia me ayudó a confeccionarlos, pero el perro se perdió, solo queda Queta», expresó.
Meses más tarde, en octubre, junto a las artistas Yolanda Arce, María Figueroa, Ana María Pérez y Teresa Ávila, su prima, que fungía como costurera y utilera, fundó el Teatro Guiñol de Cienfuegos.
«El primer escenario que tuvimos fue la sala de mi casa, y la escenografía era la caja de un refrigerador. Así montamos las obras La tiza mágica, Los dos leñadores, Lolita vence al diablo y Caperucita Roja».
Con una facilidad impresionante deja a Queta y en cada brazo pone dos nuevos títeres para narrarme la historia de otros dos personajes con los que adora trabajar. «Los hermanos Camejo me regalaron uno de los primeros muñecos de Pelusín del Monte que tuve. Ese títere tradicional me gusta usarlo mucho. En las funciones lo trabajo junto a su abuela (que lo consiente mucho), y aprovecho y también incluyo a Queta».
Otros 67 muñecos integran la colección de Manolito, entre títeres de mano, de varilla y marionetas. «Lo mismo uso un pomo de champú que una pelotica de desodorante o una güira. El vestuario a veces lo hago yo, pero de la mayor parte se encarga mi tía».
Guardados en un estuche de nailon para que no se empolven, Manolito acostumbra examinarlos regularmente e incluso les habla. «Cuando se acerca una función les digo: Hoy van a trabajar tú y tú, así que prepárense, y al terminar con ellos los reviso y los retoco si es necesario, porque con el paso del tiempo se debilitan, sobre todo las marionetas.
«Además de mis muñecos, tengo mi escenografía, un telón desarmable que es muy fácil de transportar, mi equipo de audio y varios instrumentos para jugar con los niños».
«Siempre hago trabajos unipersonales y utilizo dos muñecos en cada obra. Solo necesito un asistente para que me ayude a colocarme el guante. Y para el final siempre llevo una marioneta».
La nostalgia por aquellos días de trabajo en el Guiñol de Cienfuegos es evidente en los ojos de Manolito. Sin embargo, no ha dejado de trabajar a pesar de que ya no actúa allí. Siempre que alguna institución reclama su apoyo, él, dispuesto, acude a hacer lo que mejor sabe: divertir a los pequeños.
«Casi siempre me ayudan los instructores de arte, quienes hacen de interlocutores entre el niño y el títere. Me gusta que los infantes no sean simples espectadores, sino que canten, reciten, respondan o hagan adivinanzas y, por supuesto, que le hablen al muñeco y lo vean como un ser vivo.
«Prefiero el trabajo comunitario. Allí lo mismo te encuentras a un niño de dos años que a uno de 80. Al final la vida es un ciclo, ¿no?, y volvemos a la infancia».
Han pasado varios años y tal vez Manolito se pregunte si aquellos estudios inconclusos en la especialidad de Escenografía y atrezzo fueron una «mala» jugada del destino. Aprendió entonces a hacer muñecos, esos con los que aún continúa incrementando su colección.
El más nuevo resalta tras el nailon por los colores vivos de su vestuario. Lo toma y desenreda sus hilos: es una hermosa marioneta. «La realicé en septiembre de 2011, inspirado en la actriz, cantante y bailarina Zenia Marabal. Esa marioneta es un homenaje a ella y me gusta utilizarla mucho porque me recuerda a los artistas que en el pasado siglo tenían que hacer de todo para buscarse cuatro pesos. Además, a los niños les encanta.
Asimismo concibió a Romerillo, «que es la candela: un mulato acelera’o», pero aún le falta su vestuario. Y es que su tía de casi 90 años, aunque todavía lo acompaña en sus incursiones teatrales e historias de fantasía, lleva un paso más pausado. Están, además, otros tres títeres que todavía no concluye, quiere lograr algo así como una proporción mágica entre sus títeres y sus años de vida.
«A pesar de mis 74 años, estoy como nunca», dice con el mismo ímpetu con que lo canta Eliades Ochoa. «Me siento muy bien. Mantengo tres proyectos culturales en peñas habituales y recorridos por comunidades».
Mientras canta y hace sonidos de instrumentos con su voz, mueve los brazos, las piernas y la cabeza de la marioneta que manipula con sus manos. Hace una pequeña reverencia y se despide entonces de su público que es, apenas, esta periodista. La entrevista ha terminado, pero aún no acaba la función...