De izquierda a derecha Berazaín, Zumbado y Carlos Ruiz de la Tejera. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:44 pm
Ya estamos en pleno año 45 del dedeté, y esta vez dedicaremos nuestro especial homenaje a uno de los grandes de la literatura humorística cubana de todos los tiempos.
Nombres como el de Castor Vispo, Eladio Secades, Marcos Behemaras, Carballido Rey, F. Mond, Onelio Jorge Cardoso, Samuel Feijóo, entre otros grandes, han hecho de las letras un verdadero arte del humor, el divertimento, y a la vez una eficaz arma de la crítica y del pensamiento. Hoy hemos escogido a un viejo y querido amigo del dedeté: el periodista, escritor, dramaturgo… y excelente humorista Héctor Zumbado.
Conocí a Zumbado a finales de los años 80, cuando llegué al proyecto humorístico (literario-teatral) Nos y otros. Tenía referencia de los artículos y libros de este genial cronista, pero fue entonces cuando choqué con la «verdad verdadera» (como dice mi amiga Lidia). Zumbado iba más allá de sus textos. Tenía dominio pleno de la dramaturgia, de la escena. Fungió durante varios años como el principal guionista del Conjunto Nacional de Espectáculos, dirigido por Alejandro García «Virulo», y ayudó incondicionalmente, junto al actor chileno Jorge Guerra y Carlos Ruiz de la Tejera, a los bisoños miembros del movimiento de Jóvenes Humoristas, esos que hoy componen lo que vale y brilla del humor cubano.
Quizá por ello le llamamos maestro y sus textos aparecen en el repertorio de muchos humoristas, particularmente en los de Carlos Ruiz y Virulo, convertidos en monólogos, canciones, guarachas…
Fue Héctor Zumbado el primero en recibir el Premio Nacional del Humor otorgado por el Centro Promotor del Humor y desde entonces no hemos parado de homenajearlo porque su obra mantiene infinita vigencia. En estos días, de profundos y necesarios cambios, me parece bien recordar uno de estos antológicos escritos de un tipo que aún cree en el Sol, cree en el humor y cree en la vida.
El tipo que creía en el sol*
Y todo a media luz
A media luz los dos
A media luz los besos
A media luz de amor.
El tipo era de ese tipo de gente. Aunque no se sabía bien la letra, y las cambiaba todas, era de esa gente que creía en los tangos. Y un tipo que cree en los tangos es un tipo con el que hay que tener cuidado.
Este Gardel cotidiano, que a veces se desdoblaba
En Bartolomé Moré
en Toña la de Veracruz
en el increíble Mozart
en uno de los Beatles
(o en los cuatro a la vez)
en Rimsky Korsakov
en Méndez, José Antonio
o en Peza, Juan de Dios
Este Gardel cotidiano, tenía tremenda fe en el dado. Era de esa gente. Que creía. Creía en las posibilidades, aunque estuvieran encaramadas en el lomo de Rocinante. Era de esa gente. De ese tipo de gente que si su equipo tenía tres carreras abajo, el noveno inning, nadie en base, con dos out, oscureciendo y empezando a llover, decía:
—Ahora, ahora tú verás que empatamos.
Y, bueno, con un tipo así no se puede. Con un tipo así todo es posible.
Por eso un día ¡se le ocurrió enlatar el sol! No sabía cómo hacerlo. Pero sabía, intuía, presentía, creía que se podía hacer. Y eso era suficiente. ¡Qué vacilón! ¡Enlatar el sol! Meterlo en laticas. Y ponerle una etiqueta:
Tropical Sunshine
Genuine.
Abra por la línea de puntos.
250 gramos de cálido sol tropical
Tibio y sensual.
Radiante y juguetón.
No guardar en lugar fresco.
¡Qué vacilón! Coger todo el sol que sobre. El de la acera del sol, por donde nadie camina. El de las doce del día, que hace arder la guardarraya. O el que cae pesadamente en los tramos de la costa, calentando el diente de perro. Todo ese sol. Cogerlo y meterlo en laticas. Y mandarlo para allá fuera. A Europa. En invierno, que es cuando el sol se pierde y no hay quien se empate con él.
¡Excelente renglón de exportación! ¡Qué vacilón!
Y con su latica bajo el brazo salió a vender su idea. A persuadir. A convencer. A trasmitir con el brillo de los ojos la posibilidad de lo posible.
Pero por cosas del azar, no dio con los receptivos.
Esos que cuando escarban la tierra con los dedos
no piensan en la higiene de las uñas
solamente en la semilla.
Esos
que si tienen que ir a pie hasta Santiago
se llevan una buena tumbadora.
Dio con los otros.
Esos que están hechos de suave plastilina
(...) Que prefieren la orillita de la playa
y se pierden el azul que hay en lo hondo.
Esa gente que camina despacio por la vida
(...) que ven fantasmas en las noches de trasluz
y se detienen a mirar las hojas muertas del rosal.
Esos
que solo ven el arco iris
cuando llueve
nada más.
Se puso fatal. Con esa gente, casualmente, se empató. Con los precavidos. Los comprimidos. Los monocromáticos y calculosos. Los plastilínicos y siempre dudosos.
Y, claro, le dijeron ne, niente, never. A otra cosa mariposa. Primero le analizaron la idea. Mmm... ¿enlatar el sol? La calcularon. La estudiaron. La batieron. La exprimieron y la plancharon.
Y lo que es peor, trataron de convencerlo. De persuadirlo. De frenarlo. De calmarlo. De clavarle los pies sobre la tierra. Y echarle cal. Y arena. Y piedras. A ver si se estaba quieto. Y se dejaba de tanta bobería. Y le dijeron —en tono serio, profundo, profesoral y definitivo:
Chico pero si es que tú no tienes nada
una idea nada más
y entusiasmo
y una gran imaginación
—que eso es bueno—
y constancia
y dedicación
y un maravilloso optimismo
pero tú no tienes nada
una lata
y una idea nada más.
Hicieron lo peor que se le puede hacer a un tipo. Aplastarle la ilusión. Romperle en dos el entusiasmo. Plancharle la esperanza.
Y el tipo que creía en el Sol —del encabronamiento que cogió— rompió la lata de un piñazo y se quedó pensando en el Quijote.
Y entonces
súbitamente
de aquella latica chiquitica
lenta
lentamente
empezó a
amanecer.
* Del volumen ¡Esto le zumba!, de Héctor Zumbado, p. 82.