La comedia El millonario y la maleta, de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:37 pm
La cartelera teatral veraniega no deja tregua, y qué bien asistir a puestas motivadoras en los meses más cálidos del año. Ante la bizantina cuestión del espacio, intentaremos una cobertura que abarque a varias de ellas.
Así, Giraldo Moisés gusta de montajes que mariden la esencia clásica con la actualidad nacional, de lo cual dan fe algunas de sus lecturas shakesperianas (Otelo, Hamlet) y ahora, una de las obras de nuestra Gertrudis Gómez de Avellaneda, Tula: la ilustre camagüeyana del siglo XIX.
El millonario y la maleta, típica comedia de enredos, permitió a la insigne dramaturga y escritora lanzar una sátira mordaz a la ambición desmedida y las ridiculeces provincianas de su época (madres impositivas y rapaces, solteras casaderas, hombres utilitarios y rastreros…) lo cual, en nuestro aquí y ahora, implica al mismo tiempo una revisión de las peligrosas desvalorizaciones y los apegos nocivos.
Moisés afila cada vez más el escalpelo para indagar en pasados que nos ayudan a entender y (al menos intentar) mejorar el presente, carcomido en ocasiones por llagas semejantes. De modo que su puesta conserva la lozanía y a la vez la actualidad que logró la autora en el aparentemente lejano 1800.
Agilidad en el ritmo, vestuario y escenografía ajustados, dinámica en el empleo espacial, son algunas de las virtudes de una puesta donde, ante la cantidad de personajes y elencos, se resienten algunos desempeños que «exageran» la nota o carecen de la expresividad requerida, pero aun así, esta maleta regala a los espectadores no solo sonrisas y hasta carcajadas, sino más de una posibilidad de reflexión.
El teatro de Lukas Bärfuss destila amargura y escepticismo, muy a tono con las coordenadas del nuevo mileno. De Suiza a La Habana llegan preocupaciones acerca del poder, la discriminación a la mujer, la lisonja y la crisis de la familia en su pieza La prueba, en versión del proyecto Hola Teatro, bajo la dirección del también actor Eric Morales (Una caja de zapatos vacía).
La puesta demuestra cuidado en la concentración escénica, el vestuario (donde los colores juegan certeramente con claves expresivas) y en la música, o más bien toda la banda sonora (pues algunos ruidos y efectos se encaminan a lograr acertado empuje dramático).
Sin embargo, para próximas funciones, Morales debe arreciar la dirección de actores; aun cuando el elenco está integrado por notables histriones (Roberto Gacio, Evelio Ferrer, Carlos Riverón, Yeney Bejerano y Sara Millares) la proyección general se siente externa, la vocalización es demasiado alta, pues quizá se piensa que el empaque esperpéntico del texto requiere tal tono.
De cualquier manera, se trata de un momento sugestivo dentro de los estrenos en las tablas veraniegas.
Goldfish es un texto escrito por los jóvenes William Ruiz y Alejandro Arango, que ha montado Reyner Rodríguez Vázquez en una coproducción de El Ingenio y Teatro de la Luna.
El escenario del Trianón, o mejor aún, toda la sala, se transforma en un set televisivo, pues el relato teatral se desarrolla en forma de uno de esos programas que juegan con «casos reales», de modo que aquí hay conductora, grupo musical en vivo y comerciales, estos últimos, a propósito, de simpática esencia criolla.
Con el estilo de la inescrupulosa frivolidad que caracteriza tales espacios habituales en televisoras internacionales, Goldfish pretende asimismo la deconstrucción de un (anti) héroe, Pablo —desarraigado, pirómano, sociópata—, y ese contexto siempre influyente en las conductas individuales, abordando a personas relacionadas con él, sobre todo su amante Camila.
De modo que la escenografía (del propio director y de Maykel Martínez, también responsable del vestuario y la dirección de arte) se erige en elemento de gran eficacia dramatúrgica y semiótica, como lo es la singular música diegética (Diana Rosa Suárez) y la tan expresiva inserción audiovisual (Carlos Álvarez).
El problema aquí radica en la inestabilidad del ritmo de la puesta; se sobreentiende que un «reality show», con todo lo censurable que pueda ser, al menos resulte entretenido de principio a fin, y esta puesta cuenta con ostensibles desniveles en ese aspecto.
Luego, hay personajes y situaciones (como la participación del médico, quien después alza vuelo en su número musical) que no están a la altura humorística de otros, mientras ciertos discursos y «monólogos», estimables en sí mismos, no se adecuan al tono general del espectáculo, algo que involucra también a la escritura.
Un mérito indudable en Goldfish son las actuaciones; al menos el elenco que me tocó, deparó brillantes labores de Yordanka Ariosa, Olivia Santana, Léster Martínez, Daniel Robles, Lucía Benítez, y las bailarinas Maylin Castillo y Jenny Nocedo.
Entre logros y (quizá excesivas) pretensiones, estamos ante otro título considerable de la joven escena cubana.