Yunier López (Marx) y Javier Casas (Freud) componen los personajes de La secreta obscenidad de cada día con tino y abundancia de matices. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:33 pm
Últimamente se topa uno en el cine con Sigmund Freud protagonizando choques interesantísimos con músicos (como Mahler) o colegas (el no menos famoso Jung), pero mucho antes de que esto ocurriera ya en las tablas el dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra había imaginado un encuentro aún más apasionante y motivador: el que habrían tenido el «padre del sicoanálisis» con el del comunismo científico, Karl Marx.
Así fue escrita, en 1984, La secreta obscenidad de cada día, que ha conocido infinidad de versiones en América Latina, algunas de las cuales incluso han sido vistas en Cuba. Ahora tocó el turno a Teatro El Taller —cuya puesta concluyó recientemente—, con dirección general de Dimas Rolando, y puesta en escena a cargo de Bárbara Nieves-Acosta.
Obra que se estructura sobre el diálogo perenne de ambos personajes, justamente es la gracia escritural, la fuerza y vuelo de la conversación y el recio diseño caracterológico lo que mantiene interesado al auditorio por casi hora y media.
Lo primero a destacar: el desencartonamiento, la desacralización de ambas figuras históricas, bajadas del altar y convertidas en seres humanos como nosotros, con pasiones, dudas y flaquezas cotidianas.
Freud es un «disparador» que visita un colegio de señoritas para hacer lo suyo desde un parque vecino; allí encuentra a Marx, ambos ignorando quién es el otro, más bien sospechando que trabajan para algún organismo secreto, o son simples vagabundos que pueden ser víctimas de la policía. El materialista, una vez que (re)conoce al siquiatra, le ruega lo sicoanalice.
Aun con ese afán iconoclasta que trasunta su punto de mira, De la Parra no puede ocultar la admiración por ambas personalidades: comedia satírica al fin, su diseño es corrosivo e irreverente, pero afectuoso. Sabe que ambos hombres, desde sus trincheras respectivas, quisieron mejorar al hombre y la sociedad, cambiar para bien la Historia: uno desde el interior y la siquis, el otro desde el colectivo y las fuerzas socioeconómicas. Y fueron (son todavía) víctimas de la manipulación, la vulgarización y la mala interpretación de no pocos seguidores, sin hablar de las lógicas limitaciones que como seres humanos e intelectuales no dejaron de tener, aunque su legado contundente y sustancioso tiene no poca vigencia pese a todo.
En su lectura, Nieves-Acosta opta con El Taller por el minimalismo, que abarca tanto la escenografía (los bancos del parque donde ocurre la acción han sido sustituidos por dos bidones en blanco y negro, los cuales realizan otras muchas funciones) como el vestuario de Elizardo Avril (complementario al carácter y desenvolvimiento de los personajes), que corona un ajustado maquillaje (Mandy Corbo), así como una labor lumínica que potencia la gestualidad y movimiento de los actores, algo tan importante en una pieza como esta.
Hay momentos del relato donde se insiste en contextualizar la historia, ya sea mediante la música diegética (Karl y Sigmund silban o cantan boleros y canciones cubanos mientras beben ron), ya por ciertos giros lingüísticos, algunos de los cuales, la verdad, se sienten un tanto forzados.
Pero la almendra dramática llega al espectador, perennemente interesado, jamás distraído, y sí muy divertido con las peripecias que le llegan del escenario, las cuales no por simpáticas e ingeniosas dejan de abrigar mucha seriedad y espesura ontológica.
Los dos actores componen sus criaturas con tino y abundancia de matices. Javier Casas (Freud) logra un equilibrio entre procacidad y energía, incorporando pertinentemente, incluso, ciertos guiños de ambigüedad erótica.
Yunier López (Marx, y co-responsable junto a Fernando Gallardo de la escenografía) apuesta por una timidez muy oportuna, al ir develando gradualmente la entereza de una personalidad enriquecida, sin embargo, por debilidades y misterios.
Una vez más, La secreta obscenidad… llegó a los escenarios cubanos compartiendo con el público (que dicho sea de paso, respondió masivamente y con gran entusiasmo) uno de los textos gigantes de la dramaturgia chilena y latinoamericana toda. La puesta de teatro El Taller para nada desafina con memorables precedentes; antes bien, se suma a ellos con dignidad y originalidad encomiables.