Obra La masacre de Kasinga, de Nelson Domínguez. Autor: Jorge Méndez Piñeiro Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
Si recordar es volver a vivir, en un viaje solitario hacia el pasado, reencontrar un amigo es, por el contrario, traer de vuelta las nostalgias acumuladas en el tiempo, y compartirlas en el goce de un brindis por «los buenos tiempos», por esa amistad que no envejece y parece burlar al calendario.
Tal carga emocional se respira en la exposición Reencuentro, donde África rebosa de una manera natural en las pinturas de Nelson y de Choco, y no se desata de las fabulaciones de Paneca y García Peña. Zarza, quien participó en la misión militar angolana, sencillamente, tampoco ha podido evitarlo.
A los otros cuatro Angola se les quedó en el corazón cuando en los años 70 arribaron a la lejana tierra, para cumplir labores de pedagogía y asesoramiento institucional.
«Deseábamos que los programas de enseñanza de artes plásticas que implementábamos aliviaran a esos niños y jóvenes que habían peleado como soldados y que habían perdido a su familia. Fuimos a sacarle la guerra con pinceles», recuerda Rafael Paneca mientras hojea entre sus manos unas postales amarillentas.
Las trajo para enseñárselas a dos de aquellos alumnos, «los mejores de mi grupo», me dice mientras fija su vista en un dibujo de Ernesto García Peña, su compañero de aventuras en aquellos días.
La muestra Reencuentro, que formó parte del programa cultural de la 22 Feria Internacional del Libro Cuba 2013, devino lazo creativo entre artistas de la plástica cubanos y angolanos.
Solícitos, los artistas Jorge Gumbe y Francisco Van-Dúnem, «VAN», sucumben a la nostalgia, le firman a su profe las postales y me cuentan de esos hilos invisibles que los conectan a esta Isla y que no se explican cómo se han hilvanado por entre sus obras.
Gumbe, admirador de Servando Cabrera y Carlos Enríquez, reconoce que el tratamiento del color y las transparencias ha sido un eje importante sobre el cual ha colocado sus pinturas; mientras que VAN recuerda con cariño sus años de estudiante en la Escuela Nacional de Arte en Cubanacán.
Sobre sus motivos pictóricos, VAN explica que tratan un aspecto social muy prominente en Angola, las kitandeiras y zungueiras.
«Las primeras son aquellas personas que venden en los mercados o kitandas, y las segundas, son esas otras que caminan de un lado a otro con su producto a cuestas, lo cual en lengua kimbundu se dice zunga. Estas dos clases de vendedores están muy presentes en la vida cotidiana de las ciudades. Es una costumbre que con la aceleración del mundo podría desaparecer y con mis pinturas de cierta manera la resguardo».
António Tomás Ana, «Etona», confiesa que no fue alumno de cubanos en la pintura sino en la guerra, «pues juntos peleamos en la batalla de Cuito Cuanavale, y fueron los cubanos quienes me enseñaron a defender mi tierra». La primera vez que visitó nuestro país, recuerda que en él se gestó otro insólito reencuentro: el de sus propias raíces consigo mismo.
«Nosotros tenemos un problema grande en África y es que perdimos buena parte de nuestro origen con los colonizadores, ellos acabaron con nuestra cultura y nuestras creencias. Pero fue aquí donde pude entender el valor de conservar y rescatar lo que nos caracteriza como pueblos. En Cuba me reencontré con mi propia cultura, esa que viajó a esta Isla durante la esclavitud y que ustedes no han perdido».
Tal vez en ese anhelo por resguardar su identidad es que António adoptó el seudónimo de Etona; que en su lengua maternal, kikongo, significa ‘despierto, bandera, una marca que nos diferencia’. «El nombre, en mi cultura, tiene que significar algo, que nos ligue social y espiritualmente a lo que aspiramos ser», me explica.
Al igual que Etona, João Mabuaka se expresa a través de la escultura, un arte que en tierra angolana goza de una vitalidad creativa impresionante. Para él, que firma como Mayembe, ‘paloma’ en su lengua natal, es importante transmitir con su obra un mensaje de paz, una metáfora de una equilibrada convivencia social. Por eso agradece «compartir este momento con los artistas cubanos y también con la sociedad cubana, pues sentimos un gran respeto por todo lo que han hecho por nosotros».
De las obras cubanas que participan en la exposición, Rafael Paneca me hace una especie de resumen, en el que aflora sobre todo la marca angolana que ha quedado aprisionada en los cuadros de él y sus colegas.
«Las obras de Nelson y las de Choco sí reflejan de manera explícita el impacto que en ellos tuvo el contacto con esa cultura. Incluso una de las obras de Nelson, la Masacre de Kasinga, data de esa época y se inspira en un pasaje de las luchas de liberación. Por su parte Rafael Zarza realiza su versión muy específica de las máscaras africanas, que han atravesado su obra a lo largo de su carrera.
«Las figuras estilizadas, los cuellos largos, y las cabezas africanas son elementos que detectamos fácilmente en la obra de Choco. Y en el caso de Ernesto García Peña lo que se ve reflejado más bien es la atmósfera, en el uso de las transparencias y el color».
Paneca comparte además las impresiones culturales que en él dejaron una huella, que luego a través del arte pudo canalizar. «Yo utilizo mucho el grafismo. Pues a mí me llamó mucho la atención el esgrafiado, ese corte que a las niñas y adolescentes le hacen en la piel, y le ponen barro en esa hendidura. Así podías ver como algo natural a las jóvenes adornadas con muchos círculos concéntricos en los senos, el cuello y los brazos; y aquello era precioso a la vista. Entonces esta transformación de la naturaleza como parte de su cuerpo es un poco lo que yo hago en la pintura, vinculando al ser humano con motivos naturales, como si fuesen espejos uno del otro. Eso se me quedó de África. Como también otras cosas de allí se le quedaron a Picasso y a nuestro Wifredo Lam».
La presencia pictórica de Angola la completa Matondo Alberto, con la efusividad de la luz y ese entorno natural exaltado en el que se funde el hombre africano. En la muestra también ha sido incluida una magnífica selección de obras escultóricas de otros artistas angolanos reconocidos como Amândio Vemba, António Toko, y Ana Suzana David, «Kiana».
De Cuba y de Angola encontraremos entonces múltiples reencuentros, de credos y costumbres, de visualidades y estilos, de nexos que salvando trasatlánticas distancias juguetean ante nuestros ojos para que, una vez más, nuestras miradas se crucen gracias a la magia del arte.