Agustina Muñoz debuta en la actuación como Cassandra. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:28 pm
La creadora argentina Inés de Oliveira Cézar y la brasileña Tata Amaral coinciden en el Festival de La Habana para presentar dos historias de ficción en las que el peso de la realidad es una constante, como también lo es el viaje a esos dos mundos bien distintos que ambas proponen a través de un personaje principal femenino. Inés lo logra con Cassandra. Tata con una Vera dispuesta a enfrentar Hoy los traumas del pasado.
Inés alcanzó reconocimiento internacional con Como pasan las horas (2005), galardonada en el Festival Internacional de Cine Pobre poco después de visitar los circuitos de la Berlinale y San Sebastián. Con Cassandra continúa esa fascinación por traspolar mitos griegos, que ya había mostrado en Extranjera, una versión libre de la Ifigenia de Eurípides, y en El recuento de los daños (2010), que se remonta a Edipo Rey.
En esta ocasión cuenta la realizadora que se remitieron «al mito de la hija del rey Príapo, condenada por el dios Apolo a ver todo, contarlo y que nadie le creyera. Fue así que convertimos a la protagonista en una Cassandra argentina y periodista, que se sumerge en el ambiente de los pueblos del Chaco, entrevista a sus habitantes, y luego se topa con que su editor que la mandó allí, sencillamente no lo quiere publicar. Fue entonces una manera de darle voz a aquellos que no la tienen».
A los pobladores indígenas que son entrevistados, que cuentan sus testimonios reales frente a la cámara, que denuncian la pobreza y el olvido en que viven; se unen otros actores no profesionales: «Escogimos para el papel de Cassandra a Agustina Muñoz, una joven que es realmente periodista; y a Alan Pauls, editor durante mucho tiempo de un medio importante. Ellos le aportan a sus papeles toda su experiencia acerca de los medios de prensa».
Aunque la cinta se vale de elementos del documental, Inés se decidió por la ficción. «El público que va a ver documentales es muy específico y deseábamos llegar a una audiencia más diversa y darles la oportunidad de ver este mundo desconocido por muchos, incluidos los argentinos».
Añade que la película trata de ver no solo las penurias de estos pueblos, sino también la dignidad de su gente, que ama sus tradiciones, sus cosas, sus hijos.
Entre Vera y Tata
Tata Amaral es citada por muchos como una de las más importantes realizadoras del cine brasileño a partir de la década del 90. Cuenta en su carrera con Un cielo de estrellas, ganador de cuatro Corales en el Festival de La Habana de 1997, y con la cinta Antonia, que generó una serie homónima producida por O’Globo.
Hoy llega al Festival de La Habana después de ganar seis premios en el Festival de Cine de Brasilia. Cuenta la historia de Vera, una ex militante política, que adquiere un apartamento con la indemnización del Gobierno brasileño por la desaparición de su marido durante la dictadura militar. La Amaral nos brinda las claves de tan convulso contexto.
«Vera, como muchas personas que vivieron la dictadura, se quedó buscando a su familia, específicamente a su esposo. Su ausencia no era reconocida oficialmente por el Gobierno porque había sido torturado en cárceles clandestinas.
«Esto además ocasionaba trabas prácticas. Una mujer no se podía volver a casar y rehacer su vida porque legalmente no podía demostrar su viudez, y un niño no podía viajar solo a otro país porque no tenía el certificado de defunción de su padre.
«Hasta 1975 no se firmó una ley que permitiera investigar estas muertes, y sin embargo no se abrieron los archivos oficiales. Brasil es uno de los pocos países latinos que no identificó y juzgó a los torturadores, dejando esa historia sin resolver. Y para mí una sociedad que no juzga la tortura, la acepta».
Recuerda la Amaral que todo empezó por el libro Prueba contraria, escrito por su amigo Fernando Bonassi, el mismo autor de Un cielo de estrellas. Allí ella encontró marcas de su propia historia personal.
«Cuando leí el libro, topé con un capítulo en el que Vera describe sus deseos de suicidarse. Este fragmento me marcó, pues cuando mi niña tenía tres meses de nacida, mi marido murió. Yo comprendí a Vera ante el dolor por la falta de un amor trágicamente interrumpido. A él, a mi esposo Luis Carlos, va dedicada esta cinta, pues él y yo también fuimos militantes durante la dictadura, solo que bajo otras circunstancias».