Isabelle Huppert. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:20 pm
Llegó con el pelo húmedo de una jornada playera, y con la sencillez y sensualidad características, con su enigmática sonrisa de tantos momentos gloriosos en la pantalla, saludó a quienes la aguardaban para dejar inaugurada la exposición La mujer de los retratos, que en el vestíbulo del Chaplin permite apreciar el testimonio de 16 prestigiosos fotógrafos, mayoritariamente franceses, quienes han atrapado gestos y poses de la diva entre 1968 hasta 2002. Muestra que permanecerá allí durante el Festival de cine francés, que rinde homenaje a Isabelle Huppert.
Para muchos (incluido este crítico) ella es la gran dama del cine galo, su mejor actriz; otros, sin embargo, la consideran elegante y distinguida pero fría, tan virtuosa que no comunica suficientemente los sentimientos de sus personajes. Lo cierto es que Isabelle Huppert no deja indiferente a nadie, todos la respetan, por ello el popular evento incluye dentro de su programación, un ciclo donde se repasa algo de lo más significativo de su amplia y reconocida filmografía.
Nacida en París el 16 de marzo de 1953, Huppert se formó en los conservatorios de la capital francesa y Versalles, y una vez graduada comenzó a destacarse en el teatro; inició su carrera en el cine a los 18 años, en 1971, en filmes para la televisión, y llamó la atención con su breve pero recordada aparición en Los rompepelotas (1974), de Bertrand Blier. El destino de un amor, del suizo Claude Goretta, la da a conocer definitivamente en Francia y le vale su primera nominación como actriz principal en los premios César, mientras Prostituta de día, señorita de noche, de Claude Chabrol, la consagra como una de las más sobresalientes intérpretes de la pantalla francesa.
Aunque ha sido La dama de las camelias o Madame Bovary, con la misma facilidad que asume los clásicos se sumerge en complejos personajes contemporáneos (la Erika de La Pianista, por ejemplo), pero aun moviéndose en los más amplios registros, los papeles que mejor le van son los de mujeres retorcidas, frustradas, que ocultan tormentosas pasiones bajo las apariencias tranquilas o respetables (como el que desempeña en la comedia Mi hermana y yo, de Alexánder Lecler).
Isabelle ha trabajado a las órdenes de los más exigentes directores europeos en una extensa filmografía cercana a los 90 títulos. Además de Godard y Losey, podría citarse a Maurice Pialat, Bertrand Tavernier, François Ozon, Michael Haneke y, especialmente, Claude Chabrol, para quien ha interpretado algunos de sus mejores filmes de las últimas décadas.
Como puede imaginarse de una trayectoria así, ella ha recibido los mayores galardones a que pueda aspirar una actriz europea. Ha sido candidata al premio César en 13 oportunidades, y lo recibió por La ceremonia (1994) de Chabrol; ha obtenido importantes distinciones de las academias europea y británica, y le han otorgado premios en los festivales internacionales de Cannes, Berlín, Venecia, Montreal, Moscú y San Sebastián.
En el homenaje que ahora se le tributa (complemento del ciclo que en 2011 presentó la Cinemateca de Cuba) se aprecian algunas de esas y otras cintas significativas de su carrera. Y ello ha iluminado, sin dudas, estas magníficas jornadas fílmicas.